La
cabalgata de los Reyes Magos pasó por las calles del pueblo cargados de
regalos. Juan divisó un paquete rojo con su nombre; seguro que era su
juego de química.
Regresaron
a casa, cenaron y prepararon el tentempié para los Reyes y sus
dromedarios. Sin saber porqué, los padres de Juan discutieron. Le
mandaron a la habitación. Se acostó y hubo de arroparse solo. La
discusión proseguía y Juan escuchaba acongojado. Les oyó retirarse al
dormitorio en silencio. Se asomó al pasillo; no vio las galletas ni el
maíz para los Reyes y sus cabalgaduras. Los colocó él sigilosamente.
Volvió
a la cama. Su angustia crecía y no conciliaba el sueño y sudaba en
frío. Escuchó el paso de los dromedarios; tembló de miedo. Si pasaban de
largo no podrían dejarle el regalo por el que cambió su juego de
química.
Por la mañana, agitado, apenas podía levantarse. Salió
de la habitación y observó que reyes y dromedarios comieron las
galletas y el maíz. Supo de inmediato que los magos le habían concedido
el regalo. Los padres le miraban con las manos entrelazadas. Juan
suspiró aliviado.
Cayó infartado al ver aquel paquete envuelto en color rojo sobre sus zapatos...
Ángeles Sánchez Gandarillas
6-I-2013
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