Disfrutaba
de la agradable sensación que el cálido viento del sur le producía en su rostro
mientras atravesaba la, casi desierta, explanada que la separaba del aparato
que estaba a punto de convertir su sueño en realidad, a pesar de todos los
impedimentos que la vida se había
encargado de poner en su camino.
Saboreaba todos y cada uno de sus movimientos que le
permitían acercarse con su maleta
rodando sobre el asfalto de la pista, hasta el pequeño avión que ya ponía en
marcha sus ruidosos motores. Curiosamente no parecía que fuera a compartir el
vuelo con muchos viajeros, cosa extraña, pues le habían comentado en la agencia
de viajes que aquel era uno de los destinos más solicitados en aquella época
del año.
Subió por la
escalera que la conducía a la parte delantera del avión donde dos amables
azafatas le dieron la bienvenida y le indicaron que, debido a la escasez de
viajeros, podía sentarse, si lo deseaba,
en primera clase con toda tranquilidad. Agradeció el detalle y después
de colocar su equipaje en el altillo tomó asiento en una de las primeras filas.
Se abrochó el cinturón de seguridad y después de acomodarse todo lo mejor que
aquel espacio le permitía cerró sus ojos en busca del relax que tanto
necesitaba.
Respiró
hondo e intentó apaciguar los latidos de su agitado corazón, a la vez que
regularizaba su respiración inspirando profundamente y soltando todo el aire de
sus pulmones muy lentamente. Intentó dejar su mente con la menor actividad posible. No quería
pensar en nada ni en nadie. A partir de aquel momento disfrutaría de cada
instante que viviese como si en su vida no existiese nada más que lo que la
rodeara en cada instante que iba a vivir.
A penas
notó, ya sumida en un ligero duermevela, como el avión despegaba y el monótono
sonido de los motores a velocidad de crucero la acunaba. Su recurrente sueño
volvió a situarla en su siempre añorada Granada.
La tarde
estaba llegando a su fin mientras descansaba apaciblemente en uno de los bancos
que el mirador de San Nicolás tiene a la sombra de sus frondosos árboles.
Aunque el calor primaveral todavía no
había llegado a sus más altas cotas, la caminata por las estrechas, pendientes y laberínticas calles del Albaicín la había agotado. Frente a ella se erguía la
espectacular Alhambra, teniendo como fondo la hermosa estampa de los, todavía
nevados, picos de Sierra Nevada.
Estando La Plaza de San Nicolás y el conjunto de
Palacios Nazaríes separados por un
profundo barranco, el efecto visual hacía factible que con sólo estirar su mano
podría llegar a tocar tan espectacular construcción con la punta de sus dedos.
Poco a poco
iba cayendo la tarde y las sombras iban tiñendo el cielo mientras los últimos
rayos de sol reflejados en las nieves que cubren las cumbres de la Montaña del Sol iluminaban
de nuevo las grandiosas edificaciones
árabes.
El encanto
del momento se ve roto por las voces asustadas de unos niños que llaman a su
madre. Cada vez se escuchan más cercanos los gritos de auxilio, incluso algunas
de las voces le recuerdan a sus hijos, pero no puede ser, ellos están a cientos
de kilómetros. Este viaje ha querido hacerlo sola para desconectar de todo y de
todos. Los últimos tiempos habían sido muy duros con su separación, las deudas,
el desahucio…
Pero ¿por
qué no callan esos gritos?... ¿Dónde está la madre de esos pequeños?... ¿Por qué me zarandean a mí?... Dejarme... quiero seguir disfrutando del
magnífico espectáculo que la naturaleza me está brindando… ¡Por fin un
momento de felicidad en mi vida, no me lo estropeéis…!
El sonido de
la sirena de una ambulancia acercándose hizo que notase como un fuerte
escalofrío recorría todo su cuerpo. Sus
ojos se abrieron y en su mirada se
reflejó el sufrimiento y el miedo. ¿Qué hacía allí tanta gente mirándola? ¿Qué
había pasado? Vio a sus hijos con lágrimas en los ojos que intentaban
levantarla del frio y húmedo suelo.
-¡Mamá
despierta! Ya está aquí el médico. Te curarás enseguida. Ya verás como pronto
estarás bien, ellos te darán comida caliente y te pondrás fuerte de nuevo...
El sueño
volvió a vencerla. Se abandonó a él como un náufrago que pierde las fuerzas en
la corriente. Ha estado soñando y sin embargo hacía mucho tiempo que no podía
dormirse.
Laura González Sánchez ©
2 comentarios:
Tus escritos crecen en todos los sentidos, en todas las estaciones,
como el laurel del que procede tu nombre y que premia a los mejores con una corona de sus hojas...
Gracias Lines. Bonito comentario. Ya veo que sigues leyendo mis escritos con gran benevolencia. Un beso.
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