Entré en la sala como siempre y me dirigí al escenario, allí se encontraban los chicos con su cara de “llegas tarde”, pedí disculpas con una leve sonrisa y ellos la aceptaron.
Cada uno se coloco en su puesto: Carlos a los teclados, Marta a la batería, Inés al bajo y yo con mi vieja guitarra al micro.
-¿Por cuál empezamos?
-¡Por Al Alba!, dijeron al unisonó.
-Como siempre ¿entonces?, pero luego nos alegramos un poco.
Tocamos como nunca, primero al alba era como nuestro talismán y nos hacia recordar al mundo, y después Serrat, Sabina, pasando por los Beatles y acabando en pop como la oreja de Van Gogh.
Tras tres horas ensayando, no nos quedaba ningún tipo de música que tocar y decidimos que por hoy, había estado bien. Cada uno volvió a su verdadera vida dejando los sueños en su instrumento musical.
De camino a casa, Marta decidió acompañarme tenía algo muy importante que contarme, o eso decían sus ojos llenos de nervios.
-¡Me ha llamado Lucas!
-¿Quién?
-David de verdad, tu despiste ya es de médico.
-Vale lo que tu digas pero… ¿Quién es?
-El dueño del Cefeo, que quiere que toquemos dos veces a la semana ¿Cómo te quedas?
Tras un minuto sin poder articular palabra solo pude decir:
-¿Habrás dicho que sí?
-Por supuesto, lo único que tenemos es una condición.
-¿Cuál?
-Él elige nuestro repertorio y su sobrino será nuestro nuevo bajo, claro eso me lo dijo después de aceptar.
-Marta, para mí tocar con vosotros, nuestras canciones es un sueño y yo elijo como es mi sueño y no Lucas.
-Me imaginé tu respuesta y rompí nuestro contrato verbal.
Con una sonrisa de niña buena me dijo:
-Pero justo al hacerlo me llamó Rosa, la dueña de una discográfica muy modesta que nos había escuchado ensayando en nuestro local y quiere ayudarnos con nuestro sueño.
Y ahora cierra la boca y quita esa cara de bobo que nos espera en el Cefeo para hablar con nosotros.
Jezabel Luguera ©
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