sábado, 22 de septiembre de 2012

EL HIJO DE QUASIMODO


Escuchó las campanas de la tarde
en sonidos de amor que se desgranan;
son latidos del cuerpo enamorado
que resuena en paseos y en montañas.


En la torre del tiempo y de la espera,
la espadaña, que ha gemido cada hora,
saludaba a las gentes y a los cielos
despejando a las nubes y a gaviotas.


Ese reloj de sol muestra en sus trazos
las claras sombras del astro y de luna;
no olvida, como él hace, puntualmente,
el ocaso, ese amor y la ternura...


Desde el alto, en la torre de la iglesia,
ha mirado a las gentes que pasean
y entre todas ellas, no la ha hallado.
Ha tocado la campana, y voltea...


Todos miran a lo alto, a la campana,
y se extrañan, no es tiempo ni era cuarto...
Han pensado: ¡Ese pobre campanero
era un loco, además de jorobado!


Se abrió la balconada en que ella vive,
asomó el rubio pelo y bella cara
-el joven que tañía ya la ha visto-
y, ha mirado al campanero intrigada.


Esa era la mirada que esperaba.
Era el ángel que hablaba con las aves,
la que canta en las nubes más azules
y acaricia a las rosas del ensanche...


Quasimodo, el muchacho estremecido,
ha soltado las cuerdas del badajo
y bajó la escalera hasta la puerta.
Ha ganado esa prenda y se han besado...


Se apostaron ese beso en cortejo.
Él sería el osado de tañerlas
a destiempo, arriesgándose al castigo.
¡Lo había conseguido! Hubo respuesta...


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
20-IX-2012

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