viernes, 7 de septiembre de 2012

COMO UNA TAPIA


Es un decir. Como una tapia significa que no se oye nada, y yo…. todavía oigo un poco. Además, ¿Quién ha dicho que las tapias no oyen? Pues hay veces que hasta devuelven el sonido. Vamos, que, como se decía antiguamente en mi pueblo, la voz se “estampana” contra ellas, y devuelven el eco a quien la emitió. Así que si le devuelven es porque hasta ellas llegó, y…


Hasta mí también llega, y a pesar de ello, si, me quedo como las tapias, que no me entero de nada. Y encima ni siquiera devuelvo el eco. O sea, que peor que las tapias. Pero me voy defendiendo.


Lo mío empezó siendo yo un crío. Lo he contado más veces que, como viejo que soy, suelo repetir las cosas; pero no me importa. Pues puede ocurrir que quien lea esto, no haya leído lo otro, y entonces para él, siempre será noticia.


Del oído izquierdo me sacó el doctor Sola de Torrelavega, una alubia a punto de fermentar. Según él, podía hacer años que la tenía cerca del tímpano, y en ese momento, cuando la bendita alubia se disponía a dejar que sus hojas se manifestaran para hacer de mi oreja un florero o un huerto, lo que hizo fue una tremenda infección que me dejó el oído dañado por secula seculorum.


Naturalmente, este mal, como casi todos los males, con el tiempo se acentúa. Se ve que el oído derecho por aquello de no ser menos que el izquierdo, también ha dejado de apreciar los sonidos, y me he quedado de una forma tan jodida, que si me hablan demasiado alto, me molesta. Y si lo hacen más suave, no lo entiendo.


Por eso tengo yo esa cara de bobo que llevo siempre. Que yo no soy bobo, al menos no del todo, pero como cuando me encuentro con alguien que me habla, nunca sé si me da la bienvenida o me despide, sin querer pongo ese gesto intentando que sea neutro para que sirva de respuesta lo mismo a una cosa que a la otra.

Pues no. Que quieres que te diga, no me apetece nada ponerme ningún tipo de aparato. Y no es por estética ni por miedo a que me confundan con un agente del KGB, es sencillamente que solo con pensar en llevar un artilugio dentro del pabellón auditivo, me da repelús. Deben ser “resabios” de cuando tuve la alubia dentro.


De todas formas, para lo que hay que oír, muchas veces vale más estar sordo. Además, nos repetimos tanto cuando hablamos, que si no es a la primera, es a la segunda o a la tercera, cuando lo pesco. Pero acabo pescándolo. Porque, ¡cuidado que nos repetimos! Si es hablando de lo listos que son nuestros hijos o nuestros nietos, parece como si no fuera bastante contándolo quinientas veces. Y para airear los defectos de los amigos, necesitamos repetirlo otras tantas. Para que no parezca crítica, empezamos diciendo. “Es buena persona, pero….” Y llenamos de “peros” la conversación . ¡Pero que cabroncetes somos! Con decirte que yo me entero de todo a pesar de la sordera, ya te digo bastante.


Y que no pase una moza con garbo y salero, que enseguida a alguien se le escapa: “¡Joder, que tía más buena”! Buena, buena, ena…ena….ena… Repiten uno tras otro como un eco.. Pero hombre, si lo oí a la primera, no hace falta que lo repitáis todos. Total que me obligan a mí a terminar diciendo: “¡…enísima…!” Y lo malo es que después nos quedamos todos como si no lo hubiéramos dicho suficientes veces.


Si hace calor, y me encuentro con cuarenta personas, cuarenta veces oigo decir: ¡”Que calor!, ¿eh...?” Por sordo que esté, me tengo que enterar. Ocurre lo mismo cuando llueve. “¡Cómo llueve!” Como si yo no lo viera. ¡Que estoy sordo, coño. No ciego!


Pero lo miro con filosofía, y siempre acabo encontrándole su lado bueno. Hay veces que me entero de cosas que creen que no, y otras que creen que sí, puedo decir que no lo oí, y al menos queda la duda.


Jesús González ©

1 comentario:

Flor dijo...

Ya veo que escuchas lo que te conviene,jajaja,da igual que no oigas mucho a veces es mejor,pero de tu compañía, allá arriba donde si oyes las campanas del reloj,yo no quiero prescindir,!vale!pues lo dicho esto no te hace falta oírlo,con que lo leas me conformo,besitos.