viernes, 24 de agosto de 2012

EL TELÉFONO DE SARA


La conocí hace poco en la radio, y esta mañana la vi por segunda vez. Lo mismo que el otro día, me separó de ella una mampara con cristales transparentes tras los cuales hablaba con entusiasmo al micrófono, subía o bajaba botones de un artilugio repleto de conexiones, o gesticulaba como si su interlocutora estuviera presente, mientras atendía peticiones por teléfono.


Sara lleva el pelo suelto y rubio. Tiene los ojos claros, mira de frente, y va derecha al grano. No prepara, improvisa. Es espontánea y soluciona los problemas sobre la marcha.


Por eso inició su entrevista creyendo que yo había sido ganador de un premio que no gané, y salvó la situación el que aún estábamos a micrófono cerrado cuando ella creía que ya estábamos en antena.


No. No había ganado el premio que Sara pensó. Gané el chico, el de andar por casa, que no por ello dejó de ilusionarme. Que para cualquier aficionado a escribir, no es chico premio saber que su relato ha de publicarse, y quedar para quien lo quiera leer, en los estantes de todas las bibliotecas de la Comunidad.


Después leí, y todavía no sé como lo hice porque no he escuchado la grabación. Quizás sea mejor que no la escuche, Así no lamentaré lo que ya no lleva solución.


Foncho, Laura y Lines me acompañaron para animar el momento, y el próximo jueves acompañaré yo a Laura para devolverle el favor.


Sara, tras los cristales nos observaba, y atendía silenciosa las llamadas que llegaban a la emisora. Cuando todo terminó, fue cuando supe lo del teléfono. Sara le pidió su número a Lines, porque estrenaba un nuevo y moderno aparato, y no tuvo oportunidad de pasar la agenda del anterior a este.


Sara no vive sin teléfono, porque Sara vive de la comunicación, y de una forma o de otra necesita estar siempre conectada.


Pero ocurrió que un día le robaron el teléfono. Sara no nos dijo donde se le robaron, pero a mi se me antoja que fue estando de copas. Sentada en un taburete es muy fácil dejar el teléfono sobre la barra de un bar mientras se charla, se fuma se bebe… Que gesticulas, que ríes, que te vuelves… y a esas, ¡zas! Una mano que aparece y un teléfono que se esfuma.


Fue peor lo del segundo. Lo del segundo fue un “telefonocidio” . Involuntario. Sin querer. Un accidente. Pero no por ello dejó de lanzar gritos desgarradores el teléfono pidiendo salvación.


El teléfono de Sara pereció hundiéndose en la fosa tenebrosa y oscura de la taza del retrete, y al contacto con el agua sonó el timbre sin parar hasta que su eco se perdió en la lejanía de las tuberías sanitarias.


Si, también yo me lo pregunté. ¿Dónde llevaba el teléfono Sara? Pues no. No pensemos cosas raras. Sara llevaba en la mano el teléfono. Pero se levantó dormida, bostezó. Estiró un brazo y después el otro. Levantó la tapa y volvió a bostezar. Tropezó, y… ¡zas! El teléfono cayó.


Jesús González ©

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