martes, 10 de julio de 2012

MINAS .



A veces mis manos se niegan a escribir lo que tengo en la cabeza. Nunca supe porqué sucedía y ahora, que esto escribo, tampoco.

Unos amigos decidieron que iríamos a hacer senderismo, y mira que es ironía, teniéndolo al lado no lo conocía. Es un trayecto de las antiguas minas de Udías y su pozo, Peña Montero. Entramos por una gran curva que está según comienzas la población de La Gandara.

Este recorrido discurre por el camino ferroviario donde se cargaban las vagonetas con la blenda extraída de las minas. En su mayoría, está soportada por terraplenes artificiales que alzaron a finales del siglo XIX. Tienen una altura considerable y dejaba a nuestro nivel toda la zona boscosa de las laderas montañosas que acompañaban parte del recorrido. La anchura de su base las hace sólidas y están amuradas en todos sus declives. Aún se ven las traviesas que se sujetaban por unas piedras llamadas balastro, y así, soportaban los raíles; en algunas de ellas permanecían los clavos macizos, tiene el mismo aspecto que las representaciones pictóricas y el de las figuras esculpidas de la crucifixión de Cristo.

El camino es llano y está bien acondicionado. Es estrecho, incluidos los dos túneles, el puente al comenzar el recorrido y también, los espacios horadados en las rocas, eso hace posible calcular el tamaño de las vagonetas de la mina cerrada en 1.940.

En la entrada y acceso se pueden ver muros y paredes de hermosas viviendas cubiertos de vegetación y que, bien pudieron haber tenido de huéspedes a ingenieros o capataces. Son construcciones de tipo europeo, pues, el capital para estas explotaciones procedía de Europa. Una vez cruzado el mínimo puente que sobrevuela uno de los caminos comarcales, se mal lee un escrito sobre cemento, parece ser que hubo dos electricistas españoles que allí ejercieron su trabajo; la fecha también está borrosa.

Todo este sendero es un espectáculo de verdor, los árboles autóctonos se hacen multitud en la lejanía, dado que la mayoría del camino es artificial. No obstante, en él se reproducen plantas y arbustos. Hay tramos que atraviesan el bosque y la arboleda se enseñorea envolviéndonos bajo túneles verdes, donde apenas pasa la luz, es más, hoy nos protegen de una lluvia calabobos. Observamos que las telas de araña y nuestro cabello, se tinta de minúsculas gotas de agua, remarcando en las primeras, cada hilo y en nosotros, cada cabello, convirtiéndolo en coronas brillantes y preciosas que al final... mojan.

La naturaleza avanza sobre todo el terreno y crece en los lugares más inhóspitos. Había nogales que crecían en mínimos espacios de tierra y surgidos entre rocas. Caminábamos alternativamente, entre robles, helechos, escajos, enredaderas y margaritas, algunas plantas insectívoras, bosque bajo, y una inmensidad de verdor que por la lejanía y espesor, no se distinguía a que especie pertenecían. A cada centímetro encontrábamos el lento caminar de babosas y de caracoles enormes, puesto que nadie les interrumpe en su crecimiento; observábamos los restos ennegrecidos del fuego que abrasó el lecho asilvestrado de las lomas artificiales. Las ovejas nos observaban curiosas. Seguíamos disfrutando de respirar en ese silencio que hoy, nos aislaba del todo, pues la lluvia ha recogió al resto del mundo...

Para pasar bajo los dos túneles horadados en la roca, utilizamos un medio que enseñó a nuestro guía un lugareño, se trata de sostener el palo o cachava en horizontal para ir tocando la pared y así, caminar en la oscuridad sin problemas.

Resultó, dentro de la nula dificultad de estos 10 u 11 kilómetros de ida y vuelta, un tímido lapsus aventurero. Es tan sencillo ese circuito o senda, que nos acompañaba un niño de siete u ocho años y una embarazada de siete meses...

Llegamos al Pozo Peña Montero, justo en el momento que nuestra futura caminante, se revolvió en la tripa de su madre, quizá, protestaba del movimiento continuado. Este pozo nos asombró por sus dimensiones, las grandes poleas estaban ahora silenciosas e inmóviles. Imaginé la subida y bajada de los mineros y el material, los quejidos de las cadenas transportando aquellos elevadores, con poco o nada seguridad, quizá, con los miedos contenidos en los cuerpos de aquellos hombres de perder su vida, y en el contrasentido de la necesidad de ganársela con horarios de trabajo dilatados y acompañados, a corto o largo plazo, de un esfuerzo agotador, en el riesgo de los derrumbes y de las concentraciones tóxicas, que producían entre otras enfermedades, la hemocromatosis, estas condiciones de trabajo podían ser homicidas en potencia.

Por imaginar, imaginé el regreso a la superficie, deslumbrados y tosiendo al reencontrarse con el aire puro, acostumbrados a una respiración encerrada, contaminada y ennegrecida. Regresarían a los chamizos hambrientos y cansados, cubiertos de una suciedad que difícilmente, pudieran reconocerse ante un espejo; esperarían de nuevo el turno de trabajo con la indiferencia del mártir, al que un golpe de suerte salvaría de un derrumbe y no al contrario, pues, trabajaban en constante peligro.

Tan dificultoso y esforzado sería el trabajo en el exterior, seleccionando el material, cargando las vagonetas a paladas u otros trabajos de esfuerzo continuado y contaminante. Duro oficio.

Emprendimos el camino de vuelta. Dejamos atrás una cueva natural, tenían bisos de ser interesante pero, debido al poco tiempo que nos quedaba de luz, hubimos de dejar las ganas de visitarla en la misma entrada, colgada de las grandes hojas de un castaño.

La diversidad de flora autóctona se mezclaba con algunos magnolios, palmeras y otras plantas de jardín que, seguramente, trajeron a sus viviendas los altos cargos relacionados con la explotación de las minas.

La vuelta siempre parece más rápida, más fácil. Recordé entonces, una cita marxista que dice: “El cuerpo llega antes que nuestra energía”; quizá, nos reencontráramos con esa energía que aún estaba en el camino de ida y renovamos nuestra fuerza...

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
5-VII-2012

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha gustado: es como sentirse un poco protagonista de la historia, que contada así, tiene mas importancia que el simple ir a caminar por la naturaleza: Lo magnífico de apreciar el calor, los olores y tantas cosas maravillosas...