martes, 31 de julio de 2012

DEMENCIA.



¡Sí!,
el amor se marchaba en el aire
y la ternura con él,
en cascadas por el río sin fin,
que moría en un mar de marea infinita.


Las ramas del árbol en que creció nuestro sueño,
acarician al aire en vacíos de un amor moribundo,
en silencio, despacio...


El suspiro del viento ronronea a mi lado,
se mantiene aprehendido a ilusiones perdidas
y recoge en las grutas el miedo,
ese cambio sexual, tan feroz,
en la bestia razón de aquel cuerpo mohoso,
enfermado, que lesiona mi pecho
y, que asola mi alma,
pues perdió el horizonte
en un bosque abrasado...


El temor se acrecienta en lo oscuro
y abrupto, solitario en los lechos
del abuso continuo
y adoré, sin querer,
al señor de los miedos,
a ese dios, el Terror, de las dudas eternas
de un peligro infiltrado
cual veneno de abeja atacada
a través de mi ropa y la piel...


La esperanza ha partido en los saltos del río
y en el soplo de aire;
se mostró para mí, ¡inalcanzable!,
y las lágrimas, que nacieron reales,
me obligaron a dar este sueño por cierto,
como el árbol, la vida y el torrente del agua,
sin más fin que manar,
sin más meta que el mar,
sin sostén en la orilla
que salvara un suspiro...


Me morí en aquel bosque,
me perdí en la raíz que aferraba mis piernas,
apresó mi ilusión,
me cubrió con el musgo letal
y asfixió todo en él,
y subió con el muérdago a la copa del árbol.


Me encontré agarrada a una tierra mortal,
enlazada a las piedras.
Hoy, no puedo partir.
Estoy triste y gastada del presente letal,
de un futuro peor, propiedad del pavor
y quisiera morir al momento,
con él,
en un fuego, que al fin,
nos matara a los dos...


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
30-VII-2012

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