viernes, 3 de febrero de 2012

ROBLE.


Me resultó curioso ese tema del roble. Surgieron en mi mente aquellos viejos árboles y los paseos que dimos por los bosques, me solacé al pensar en aquellos momentos al aire libre, en el silencio de los aromas y el cielo que enseñaba arrogante, grandes piedras que envolvían verdes musgos y grandes zarzas.

Y el cielo se acercaba en la subida a los invernales y neveros, a los cercos que guardaban con sus piedras amuradas, las casitas del ganado con pajares sobre pesebres y el estiércol maloliente, temperado en los cuerpos de bovinos que rumiaban en sonidos somnolientos, de engranajes entre lenguas y molares...

Y mirabas en la cima, hacia abajo. Con asombro comprobabas que la cumbre inalcanzable, estaba ahora a tu lado, entre las nubes, a la altura de los cielos y en laderas que parían grandes piedras donde manan los arroyos que alimentan a los valles, cual si fueran esos chorros blanquecinos de los pechos de una madre en la lactancia; ¡cuántos robles, cuántas hayas, cuántas flores de azafrán asilvestradas, todos ellos, sujetados a esa falda montañosa! y en la cúspide, abrazaba todo el viento, se mezclaban los nordestes con los sures y limpiaban de la vida presurosa, la vejez de la desdicha y el cansancio que nos frena.

Sin embargo, la fatiga del sendero es celebrada y se cura de inmediato, un bocado al alimento que traías o al beber en las cascadas, esa agua que acercaban tenazmente y cristalina, en friera que cortaba..., en  silencios o en las charlas reposadas sobre prados o al tumbarse bajo el cielo, esa clara y gran pantalla del presente que nos muestra a las aves, o la espera de los buitres, que observaban agonías de algún muerto entre la fauna, en los claros o a la entrada de las cuevas.

Microclimas, mariposas, las orugas y mosquitos, la negrura de los ciervos voladores, los panales y las telas que fabrican las arañas..., ¡qué belleza!

En aquellas circunstancias se reencuentran las personas, sólo eso, un simple humano, desprovisto de las simas donde esconden las vergüenzas de sentirse... un ser sensible; sociedad esta que arisca y amanece en deseos materiales.

Es la fuerza que deshecha necedades, del pensar y no sentir, dirigido a los caminos y senderos, al rescate de los miedos.

Una suerte el servirse de esta guisa, de paseos, por los bosques, en las cimas que te llevan a las nubes y quizás a las estrellas, y también los plenilunios que en la tarde nos acercan al regreso a los hogares. Y la noche que se instala y se miran de reojo aquellos lares, que las luces naturales delimitan sus perfiles en las copas de los árboles; y el silencio de la noche, las campanas de un reloj, eran los búhos, de segundos inmortales que marcaban los torrentes de aquel río; las estrellas suplantando las luciérnagas y también al pensamiento, siempre ardiente, destellaba por los faros de los ojos, enseñando los caminos del amor ya zozobrado en los mares del olvido...

Era un eco interminable, secuestraba hasta la fuerza y negaba el regreso, poseído por el muérdago de Anjanas, de los duendes, Sirenucas adentradas de la ría, de los Trentis, Trastolillos y quizá, de mil leyendas olvidadas.

¡Era el roble envejecido que abracé para llenarme de su esencia, de su fuerza, del poder de su raigambre!

Es la prueba de que el bosque es un amante, es la vida y el suspiro interminable, es tormenta arrasadora y motín de primaveras que se adueñan de los frutos en pasiones ancestrales, es ocasos vehementes de los verdes otoñales y es el sol que me encendiera unos besos refrescantes...

-¿Ese roble es el roble del que hablas?

-Sí, fue aquel roble..., ¿lo recuerdas?, le enmarqué en aquella foto.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
2-II-2012

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