sábado, 25 de febrero de 2012

BALADÍ.



...Considero que soy ignorante al extremo
y, consigo perderme
con mochilas sin carga de los libros mas serios
y seré, si no cambio,
una macula insulsa entre ellos.

Siento ser el café que cabalga ante el sueño
o los cielos calados de sollozos audaces
que crearon consuelo en la propia esperanza,
cual remiendo pueril de la nube en los mares.
Y creía, ignorante, elevarme del suelo
a volar en mi siesta de vulgar iletrado,
con la inmensa sospecha y la mente borrosa
del querer discernir lo que leo velado.

Yo creía inspirarme con la mente vacía
y busqué la raíz que mi juicio soñaba,
retiré del sillón el relleno del miedo
y cerré la ventana que evitaba inmolarse
al poeta genial que observaba educado.

Conecté las antenas, las más largas y fuertes,
desaté los enganches de la majadería,
conseguí seducir a la abeja del valle
y escribí entre ficciones
versos que corrompía...

Me mentí una vez y otra vez entre extensas cortinas
que cubrieron de un golpe, aparentes poemas,
“ese era el lugar donde todo escribía”,
era el bosque, de siempre
esposada a montones de hiedra.

¿Qué será lo que escriba tras leer a los grandes,
ansiaba, quizás, conseguir ser poeta?
Emprendí el camino de sentir mi sonrojo
de soñar en rebuznos,
de perder la cabeza
por querer acercarme a eruditos...

Entonces creí lo que ya presentía,
que era una infeliz,
que era nada en la vida,
que tenía en mis manos cuartillas y plumas,
mas la tinta faltaba...
y se fue, como el tiempo,
por la estrecha pileta de la casa encantada,
de los cuentos de niños,
de soñar entre letras,
de creerme los cuentos que leí de chiquilla
y que ahora, al ser grande,
despertándome a tiempo,
me reí de mi misma...

Considero que soy ese sueño infinito
que se acaba febril
cual reloj de la vida,
maquinaria del tiempo con un gran segundero,
manecillas movidas por la vieja clepsidra
donde expiran segundos retornando a esa cita.

Mi soberbia, por fin, se llenó de pereza
y por eso sentí que sabía el secreto:
trabajar la humildad y aprender en silencio.
La humildad se abrigó con mi cuerpo
y sentí no ser más que un humilde guijarro,
agrupado en caminos secretos,
aferrado a la tierra y sumado a los otros
que acomodan los pasos del hombre.

Y noté al empaparme, en los grandes poetas,
que mis rimas se hacían invisibles y necias...


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
21-II-2012

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