viernes, 13 de enero de 2012

RECIÉN


Ser testigo del nacimiento de una pareja de corderines, es algo fantástico.

Su madre, una vez terminado el parto, estaba lamiendo, alternativamente, la piel húmeda del líquido amniótico de los cachorros recién nacidos. Se les veía delgados y su pelo se rizaba en caracolillos interminables. Su piel se adivinaba limpia y suave.

A pesar de los pocos minutos de vida, se mantenían en pie. Sus ojos, aún inexpertos, oteaban la nueva vida y olisqueaban su alrededor.

La cuadra donde se guardaban, era inmensa, había algunos huecos y ventanas, la falta de un pajar lleno de aislante y abundante hierba seca, dejaba aquel local desangelado y con algunas corrientes de aire.

En ella se aposentaban otras ovejas, que también habían parido recientemente, en su mayoría mellizos.

Intuí que los recién nacidos, tendrían frío, porque entre el esfuerzo de mantenerse en pie, la falta de la temperatura del vientre materno y el aire helador, temblaban como telas de araña al viento.

Buscaban con sus morros temblorosos, la ubre que estaba llena a reventar de su madre, a pesar de lo vieja que ya era y de que su mama casi arrastraba por la vejez; sobresalían a derecha e izquierda los dos pezones. Disponía en abundancia del néctar blanco para los recién nacidos, una leche con los calostros que proporcionarán a los mellizos, las defensas y el alimento que en pocos días, llenarán esa piel, que ahora casi pendía.

La madre tenía colgando de su vagina, la placenta a medio salir, como un trapo alargado y húmedo, apenas estaba ensangrentada y esta visión llegaba a al cerebro sin perturbación ni asco.

Los tres corderos se juntaban y proporcionaban calor; se llenaba el lugar de ternura, de la suavidad de unos cachorros, de la protección entregada por la madre y solicitada por los coderillos, de eso que los humanos creemos ser únicos poseedores.

Cada vez me cuesta más alimentarme de los animalillos, ya sean de tierra o mar, a pesar de todos los conocimientos científicos que clarifican respecto a los sentimientos de los animales; se llame como se llame, ellos tienen genéticamente o como sea que se defina, un lazo, que también está dirigido hacia nosotros y no digamos, del afecto de algunos dueños hacia los animales.

Marché de allí con la idea de las comidas de las recientes fiestas, mi estómago se dio vuelta y mis ojos se cerraron con la intención de borrar las imágenes de los asados...


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
12-I-2012

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