lunes, 16 de enero de 2012

PATATA


La patata, es sabrosísima y acompañamiento y base de cantidad de platos. Poco importará que se arrime a la retaguardia de nuestra anatomía, además, estamos avisados por su definición, “tubérculo” y “culinariamente” variada. Sin embargo, tomándola en proporciones adecuadas, completa cualquier otro alimento, pero, hijos míos, ¿qué placer no engorda?

Al pelarlas, surgen aromas telúricos y propios de hongos y trufas, de
interioridad del bosque y a retiro.

Hemos de consumir la patata en su justa medida, aunque, de vez en cuando, saltarse la dieta es un premio al cuerpo y a la mente.

Suelen apetecer fritas en aceite de oliva, pimiento verde y cebolla roja, ya frito este conjunto, se le "arrima", como diría mi abuela, el chorizo asado y uno o dos huevos fritos. Es entonces cuando la felicidad se puede convertir en el no va más.

Mientras, se pone sobre la mesa un tenedor, nada de cuchillo que estropearía la historia; si te gusta, un “poquitucu” de vino tinto, un generoso trozo de pan con abundante amiga y crujiente corteza, una
servilleta, por si se cae la baba del vecino de mesa al verte comer ese manjar, así quedará todo dispuesto a la espera de degustar ese manjar.

Será menester utilizar los dedos para comerlo. Con la ayuda del tenedor, pincharás patata frita, pimiento, cebolla y un “trocín” de chorizo, observarás la carga deleitándote, diría mi abuela que parece una "palá de hierva", para ver si está todo ello asegurado; abrirás entonces la débil piel del huevo frito con el pan que utilizarás para ayudarte, y lo rebozarás en la yema jugosa y débilmente sazonada; parecerá en ese instante un gran turbante sonrosado.

De nuevo, observarás con deleite la cremosa, brillante y anaranjada yema, y si hay una “gotuca” que resbale por la carga, mejor que mejor.

Una vez dentro de la boca, notarás su tersura templada, el dulzor de la cebolla y de la patata frita, la acidez del pimiento, lo grasiento del chorizo asado, y como no te conformarás con semejante bocado, recurrirás a sellarlo con un trozo de pan, que malamente cabrá dentro, será contraste con la blandura del resto. Y a duras penas, podrás mover y masticar aquel primer bocado, intentarás no atragantarte y carraspearás para evitar males mayores, es decir, la tos, así no se perderá el "bocau" ni el tiempo...

Al fin, ya masticado, resbalará por el esófago abajo; en el hueco de ese primer bocado aparecerán regustos, olores a tierra, a pueblo, a casa de cocina de carbón y a humeante vela encendida.

Y te creerás observado por tu abuela, orgullosa de lo bien que comías, de lo mayor que te hacías y de lo mucho que aprendías en la escuela, "el más fuerte será, seguro, llegará lejos". Sí, creerás ver aquellos ojos de orgullo y cariño. Degustarás también, un gran bocado de recuerdos...

En la casi concluida batalla con el plato del manjar multicolor y multi-sabor, se mojará la “sombra" del arrebujo del huevo, del aceite teñido de rojo por el pimentón del chorizo y alguna brizna de pimiento que pudo aparecer en el “cachucu” de pan, lo mirarás aún con deleite y lo papearás, en la obligación bien aprendida de, ¡que no quede nada de nada en el plato!, un mandar de las abuelas o de los cánones del bien comer, a elegir.

Acabado ese goce, antaño, se tomarían una tazada de leche caliente que no la saltaría un pasiego, ayudado con ese palo con el que casi volaban o vuelan por las montañas del Valle de Pas, y unos “tortos” de maíz, asados en la plancha, cercana a las arandelas de la cocina de carbón.

Más hoy, la alimentación es otra historia; ya no se viene de cargar carros de verde o de descargar a cestadas las sardinas de un barco de “arte” a rebosar, por eso, es mejor terminar con un postre digestivo, es decir, una manzana asada pero, asada al horno, lentamente, convirtiéndose el azúcar en una capa crujiente depositada en el hueco donde asoma el “gaspitu”, e irá saliendo la carne volcánica y brillante, de los cortes profundos dados para ayudar a penetrar el calor.

Una vez asada, un momento de espera a que temple para comerla a pocos; con una cuchara de postre durará más; habrá que partir primero la capa del azúcar endurecido y color caramelo, tan sólo una migaja; luego, llenarás la cuchara de la blanda manzana y si es posible, un poquitín del propio jugo del asado, que permanece pegado como un jarabe natural al fondo de la bandeja o, si está frío, convertido en un suavísimo y dócil caramelo.

¡Por Dios que sí!, la firma de un placer que debiera ser una obligación cada tres o cuatro meses.

Dicen que se llama "ropa vieja", no sé el nombre concreto, para mí que es, lisa y llanamente, algo que estés donde estés, ansías, tanto como un bocadillo de jamón cortado a cuchillo cuando estás en un país extranjero.

¡Buen provecho!


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
15-I-2012

2 comentarios:

Jesús dijo...

Hay Lines, creo que te pasaste un pelín. Empiezas diciendo que la patata es sabrosísima... Pero si cuando yo cortejaba, se solía decir de una moza sin gracia."Esa es más sosa que una patata".
Hombre, siguiendo la lectura, ya es otra cosa. Con chorizos, huevos, cebolla y pimientos... También yo me chuparía los dedos. Y me los chuparía aunque le quitaran la patata. De todas formas, gracias por abrirnos de este modo el apetito.

Anónimo dijo...

¿Así que sosa eh?, ves Jesús, saliste a la palestra a mojar esta patata, sonrío. Es más, dicen que la suerte de la "sosa", la salada la desea... ¿o no era así?, da lo mismo; estoy segura que con la sal que tú le pones, esta patata está ahora ¡deliciosa! Abrazo. Lines