jueves, 29 de diciembre de 2011

324 AÑOS


Navidad de 2011.Hoy, en menos de media hora, sumamos todos los años que dice el título de este escrito. Verás, desde Melilla me llamó mi amigo “Triple A”, Ángel Alonso Alarcón para felicitarme las Pascuas. Se adelantó, pues pensaba llamarle yo a él. Por lo menos un par de veces al año nos ponemos en contacto para saber si seguimos viviendo.

A Ángel le conocí más o menos allá por los tiempos en que Moisés separó las aguas del mar Rojo. Fue mientras aprendíamos la instrucción militar en un campo plano y polvoriento, situado cuatro o cinco kilómetros al interior de la ciudad Marroquí de Nador. Era un tipo alto y flaco con ese especial acento que tienen los melillenses, mitad andaluces, mitad de los hijos de Mahoma…

Y el cabrón de él, pijotero y revoltoso por naturaleza, fue continuo culpable de que a la compañía entera, un día sí, y otro también, el sargento Font nos metiera su acostumbrado “paso ligero”. Le tuve manía al melillense aquél de los cojones, hasta el día en que descubrí, tras sus trastadas de payaso, un corazón que de grande no le cabía en el pecho.

Tenía novia en Tetuán, y hablaba con ella por teléfono todas las semanas. “En cuanto me licencie y gane para comprar una cama, una mesa y dos sillas, me caso.” Repetía con frecuencia. Y tal como decía, lo hizo.

La amistad duró hasta hoy. Supongo que durará hasta el nicho, que a mí, ninguna gracia me hace lo del crematorio. Vino a visitarme una vez acompañado de su esposa, y años más tarde le devolví la visita, acompañado de la mía. Cruzamos con ellos la frontera para recorrer los lugares donde vivimos juntos un par de años, y encontramos, entre otras muchas cosas añoradas, que lo que habían sido los hangares de las avionetas donde los pilotos hacían sus prácticas de vuelo, lo habían convertido los moros en rediles para sus ovejas. Así, como lo oyes. Aquí se suele decir: “No mezcles churras con merinas”. Pues allí mezclaron los moritos aquellos ovejas con aviones, pues aunque en los hangares hubiera rebaños de ellas, aquello seguía siendo un campo de aterrizaje del ejército marroquí.

Mientras hablábamos por teléfono, le pregunté si había caído en la cuenta de que estábamos sumando entre ambos la friolera de ciento sesenta y dos años, y me respondió con un chiste que no debo transmitir.

Pienso que ni viviendo mil años dejaría uno de sorprenderse de las cosas que descubres en la vida: Tres minutos más tarde me llamaron de nuevo, y reconocí una voz que hacía sesenta años que no escuchaba. “Eres Jiménez Manso”, le dije. Nos asombramos los dos a un tiempo, de haberle reconocido. Seguro que si me encuentro frente a frente con él, me habría pasado inadvertido. ¡Pero reconocí la voz! No me queda más remedio que pensar que el tono de voz no envejece. Y eso que en ese momento acabábamos de sumar otros ochenta y un años, con lo que hicimos doscientos cuarenta y tres.

Paco Jiménez Manso, aunque vive en Madrid, es natural de Quintanilla de las Torres, un pueblo de Palencia que antiguamente se encontraba en la carretera camino de Madrid. Todo lo que tenía de “pequeñajo” de estatura, lo tenía de “pinaéte” para que se le viera bien. Además de levantar la barbilla como un legionario desfilando, se había dejado un mostacho para que se viera bien su cara. Oye, Jiménez era casi como el Papa. ¡Nunca se equivocaba! Una vez discutimos sobre el significado de una palabra, y al acudir al diccionario y ver que la cosa no era como él aseguraba, en lugar de reconocer que no tenía razón, juró que el texto de la Real Academia estaba equivocado.

Me contó a grandes rasgos la historia de su vida: Su emigración a la capital de España hacía un montón de años, un par de hijas que nacieron y una grave enfermedad de la que aún se estaba reponiendo…

Los otros ochenta y un años que faltaban para completar los trescientos veinticuatro, fui yo a por ellos. Antonio Trillo Castañón, continúa viviendo en Mieres, en el corazón de la cuenca minera asturiana, de donde es natural. Cuando cogió el teléfono le dije: “De parte del comandante Tapia, esta noche te toca hacer servicio para pasar los ”Q-e-m” a los radiotelegrafistas.”

Me respondió su risa de antaño, y seguidamente, muy serio, me aseguró: “Murióse. El comandante Tapia murióse hace unos años.

- ¡Coño, Trillo! – Le respondí. –Que yo supiera, no era pariente de Matusalem. ¿Querías que siguiera viviendo hoy, si cuando nosotros éramos poco más que unos críos, él era casi un viejo…?

Trillo era un “asturianín” majo hasta donde los hay. Hablador, bromista, y con un tic nervioso que de vez en cuando le hacía sacudir la cabeza como si quisiera espantar una mosca que se le posara en la oreja derecha. Tenía una novia en Mieres, y su foto pegada en la parte interior de la puerta de su taquilla, sobre otras dos fotos de unas tías monumentales y desnudas...

Un día recibió carta de ella, la lee, y comenzó a saltar de alegría sobre las mesas del despacho en que trabajábamos:

-¡Cortóse les coletes!, ¡La mi moza cortóse les coletes…!

Tenía trenzas, y parecía ser que él le pedía siempre que se las cortara para no parecer tan niña. Ahora, sabiendo ella que Antonio iba a regresar de permiso a Mieres, se las había cortado en su honor.

¡Trescientos veinticuatro años! Los sumamos en un momento cuatro amigos que el destino quiso que lo fuéramos. Tenían que haber sido quinientos sesenta y siete, si los siete amigos que completábamos la plantilla del Observatorio Meteorológico de la Base Aérea de Tauima, hubiéramos tenido la misma suerte de vida. Pero ocurrió que doscientos cuarenta y tres años se perdieron en el camino…

Hace más de veinte años nos dejó Manolo Luque Estévez, un malagueño con pintas de gitano señorito, que en los dos años que hizo de mili, escribió a su amada Carmela setecientas treinta cartas, (todos los días, una,) y que nosotros nos dábamos arte para leerle a sus espaldas la mayor parte de ellas, y hacer seguidamente los comentarios y cachondeos oportunos, que tanto le mosquearon.

Algunos años más tarde se fue Enrique Condado Cano, un gañán del campo conquense, cuyos relatos de sus vivencias en las eras de los terratenientes para quienes trabajaba su familia, trajeron de continuo a mi memoria los poemas del extremeño Gabriel y Galán. Cuando un día conseguí su teléfono también de Madrid, una voz de mujer me respondió que su marido había muerto tres años antes…

El último en partir fue Carlos Bermúdez Ledo, un gallego de Mondoñedo que trabajó toda su vida en Barcelona, desde donde tuvimos contacto telefónico seis o siete veces a lo largo de nuestras vidas, para contarnos las llegadas de nuestros hijos y demás cosas agradables que nos ocurrían, porque las desagradables, a Dios gracias no nos visitaban, o las guardábamos para nosotros solos…

Jesús González González ©
Diciembre 2012

1 comentario:

Anónimo dijo...

Perdonadme popr favor, foncho, Jesús y Laly, que me equivoqué "toa".
Mira, por hablar de número, anoche nos reunimos toda la familia y éramos un total de 18 personas, que sumaban 658 años, (antes me desconté, sería el vino de la cena o algo...), pero nos faltaban 195 años.
¿Qué quieres que te diga Jesús, qué quieres que te diga?, es bonito que tengamos al menos, ese recuerdo al reunirnos, el de mi hermano que murió con 20 años y mis padres.
Si seguimos haciendo cuentas terminaremos por pensar cosas, y lo que tercia es vivir y seguir contando...
Otra cosa, ¿a ver si empiezas a sumar a todos los amigos del taller, del club, de las amas de casa, de Pornichet, Salcines, etc. porque digo yo que mereceremos estar dentro de esa suma, rondaremos más de los tres miles de años; ¡jolines, que también contamos!, ¿o no? Tú sigue contando para que yo pueda añadir "...y me llevo ..., que me conviene estar y no descontarme, para reirnos cada año un poco más. Abrazo. Lns