martes, 29 de noviembre de 2011

56 Y LOS PILARES


Fuimos invitados por la biblioteca “Pumarín”, perteneciente a la red de bibliotecas de Asturias, para recorrer la ruta literaria de Oviedo, llevados de la mano de los protagonistas del libro “Nosotros, los Rivero” de Dolores Medio.

Frente a la estación del Norte nos esperaban la Concejal Delegada de educación y bibliotecas, centros de estudio y juventud, con la bibliotecaria y documentalista, Chelo Veiga, dos escritoras Marine y Aurora, nos juntamos 56 personas. Recorrimos la zona modernista y nos proporcionaron la sorpresa y privilegio de ser aleccionados por la elocuente cronista de la ciudad de Oviedo, Carmen Ruiz-Tilde, un espectáculo de inteligencia y títulos que mostraban a una mujer que a pesar de sus grandes titulaciones, se esmeró y se llegó a nosotros, sencillos personajes de a pie.

Fuimos agasajados con un concierto de cámara por dos alumnos del Conservatorio, así como un grupo típicamente trajeado que acompañaron parte del recorrido con música de gaitas y danzas.

Quedamos sorprendidos por tantas atenciones, agradecimos todas ellas a sabiendas de que será difícil superarlo; aunque, creo que pocos se verán acompañados en un encuentro de 14 horas de duración, sin motivaciones propagandísticas o interés alguno, tan solo por su inquietud hacia estas reuniones culturales, por el concejal de cultura de nuestro Ayuntamiento.

Fue un día soleado y tranquilo, la ciudad poco menos que en calma del tráfico rodado por ser sábado, gracias a ello pudimos transitar por sus aceras y monumentos, por plazas y antiguas puertas, la Universidad con la disertación de Ruiz-Tilde y recoger el alma a Oviedo, la humana, la llena de buenas gentes, de trabajadores como Chelo que nada descansó, que controló los horarios e hizo de estupendísima guía por todos los lugares por los que antes, Dolores Medio, nos había llevado con sus letras, todos reconociéramos las zonas de esa obra costumbrista y social, monasterios, iglesias, murallas protectoras de la ciudad en el medievo, el Ayuntamiento, Uria, la calle San José, la Plaza del Paraguas y de la Escandalera, el mercado y como la necesidad del comercio, hizo crecer, a su vez, la capital de Oviedo.

Los palacios exentos, las casonas y edificaciones del Modernismo, los edificios adelantados a su tiempo, la placa homenaje al carbayón, roble de donde surgió su gentilicio, las joyas los adornos externos en las balconadas, sus escudos y efigies, farolas, fuentes, estatuas, el Palacio Arzobispal, el inmenso pulmón del Parque de San Francisco, la “córrala de comedias” y así, más de cien interesantes lugares, sin dejar atrás ni contemporáneo ni antiguo, una autentica borrachera de enseñanza, de bombones, de bolsas llenas de guías e información para regresar a esta ciudad, a intentar recorrer este cogollo inmenso de historia del centro ovetense y ésta, en el centro de Asturias.

Sí, hacían falta pilares para sujetar nuestro bienestar y conocimientos. Teníamos cinco, dos de ellas estaban en el grupo ovetense, otra en el de Mazcuerras y por último, la nuestra. La conozco de otros viajes y en su silencio, hay atención y amabilidad.

Pero, por si fuera poco, había una Virgen que denominan del Pilar en la Catedral de San Salvador pues, es un pilar bellamente labrado con la imagen de una Virgen. Esa sería nuestro principal y quinto apoyo. Una catedral sin apelativos, una obra de arte en su totalidad, llena de joyas de la religión cristiana en la Cámara Santa, de ornamentaciones caladas en la piedra que parecían de orfebrería, detallistas e inigualables, un museo que recogía innumerables tesoros de todas las parroquias.

Había una cruz de plata maciza del siglo XII, sorprendente y preciosa, daba la sensación de ser un diseño postmoderno, sin olvidar, por supuesto, las enormes cruces de los Ángeles y de la Victoria. Vimos su claustro gótico, su girola, el altar Mayor, etc. Asimismo, vimos doce sillones de madera tallados con lecciones cristianas representadas en imágenes. Una catedral imponente, con la picota de su torre haciendo cosquillas a los pies de los mismos ángeles, tan cerca del asombro como del milagro, tan cerca de lo humano como de lo divino, tan cerca de todo que parecía improbable tener otra ocasión tan a mano, porque, por tener, tiene su parte de camino de Santiago.

La comida era una necesidad, pero decía Rosi, - el hambre que se sabe se va a mitigar, no es hambre, es apetito-, eso es cierto. Pero, esa necesidad de alimento tiene un inconveniente, que los primeros bocados, en este caso de pan de escanda y quesos variados acompañados de un vino cosechero y tinto, fueron tragados y apenas pudimos degustarlos.

Fabada de delicadas legumbres, con sus componentes repartidos con tino, calentitos, con empaque de abrazo, reconfortante, dio paso a una carne recia con patatas fritas que son la caricia de cualquier persona a dieta, una auto estimulación placentera de las glándulas salivares, de la musculación interna hacia la garganta; no es pecado pero, cabe hasta el arrepentimiento. Postres y licores; pasó a mejor vida un café que merecía proceder de las plantaciones de medio mundo, una mezcla perfecta, cremoso, con cuerpo y sabor. Ese tipo de café haría olvidar cualquier inconveniente. Los camareros fueron atentos y solícitos, a pesar de las más de doscientas mesas que tenían ya “dobladas”, en aquel inmenso comedor de una antigua bodega de sidra, donde los inmensos toneles eran comedorcitos privados para ocho comensales.

Maderas nobles por todos lados, lámparas fabricadas a base de las verdes botellas de la sidra. En un lado, una cocina alargada a la vista de los comensales. Esa madera oscura mantenía un cierto olor a manzanas desmenuzadas, a ese olor que la maceración les produce..., lo sé bien, lo tengo en la memoria de las recolecciones de esa fruta.

Fue la atardecida una especie de aventura, llegar a Santa María del Naranco entre sombras de un camino o cambera, flanqueado por dos hileras de árboles o de casas. Tras la información exhaustiva de el Centro de Interpretación sobre las joyas arquitectónicas, ascendimos a pie, custodiados por el Lucero del Alba, hasta encontrarnos con la iluminada y prerrománica vivienda, gracias a las luces de los focos, el cielo asurado y estrellado, se alzaba a nuestros ojos, mientras, una historiadora definía la singularidad asturiana en su construcción, sus paredes iluminadas aparecían como desolladas, sangrantes, enmarcando cada detalle, al norte su escalinata al piso principal, sus arcos abiertos o ciegos.

Quedaba en aquel aire de embrujo una obligación, volver si era menester “sine qua non”, para recuperar Oviedo.

Un día a rebosar, tan relleno de delicias como el “casadielles” y el arroz con leche que nos presentaron de postre, siempre adornados con el azúcar y la canela, el detalle de la amabilidad y la delicadeza de nuestros anfitriones.

Un día a recordar, ¡va un culín de sidra con un platucu de sorropotún, por vosotros!

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
26-XI-2011

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como os decía en mi escrito (Paseo por el viejo Oviedo) los datos importantes de este viaje correrían a cargo de mis compañeros y aquí están. Si faltase algún detalle (que no lo creo) remitiros al escrito de Jesús que seguro que entre los dos no han dejado nada en el olvido.
Si es que no hay un grupo tan completo como el nuestro en muchos kilómetros a la redonda.
¡Enhorabuena por la crónica!

Laura