sábado, 22 de octubre de 2011

REPUGNANTE


Habíamos quedado con el viajante de textiles a las dos del medio día. El tiempo se alargaba en la espera y ya teníamos a la modista atosigada a preguntas, tantas como aquel alfiletero a rebosar de alfileres de todos los colores, grandes, pequeños, largos...

Sus máquinas de bordar eran automáticas, tenían la capacidad, por medio de un ordenador principal, de hacer cualquier dibujo, cualquier enrevesado bordón, incluso, el diseño personal que cualquiera de nosotros pudiéramos pretender. Nos mostró como se podían colocar unos pequeños cristalitos en el tejido.

-Veréis, se añade pegamento, se colocan los cristalitos y por medio de una funda, se introduce en una determinada temperatura... ¿y veis?, “mostraba su voluptuoso y joven pecho, con las letras de su nombre perfectamente alineadas, grandes y brillantes; ya quisieran ese busto las actrices que se ocupan de engordárselos artificialmente”

Su sonrisa de satisfacción nos alimentaba de orgullo, sí, posiblemente, habíamos elegido a la modista adecuada para llevar a cabo el proyecto de los trajes típicos. Le gustaba su trabajo.

Aquellas máquinas automatizadas, seguían bordando ahora escudos variopintos; sus tiqui-taca a velocidad incesante, producía sueño, eso y la tardanza del “ser” que había de vendernos las telas.

Decidimos llamarle por teléfono. Responde que aún está en Santander, que llegará enseguida. ¿Enseguida?, pero si hace falta al menos una hora para recorrer ese trayecto.

Nuestra desazón era ya evidente y la falta de tacto del vendedor también, pues ni siquiera avisó.

Llevábamos allí ya dos horas. Habíamos abandonado nuestros trabajos y familia, casi azotando nuestros hijos pequeños, para intentar presentarnos lo más puntuales posible, dada la fama que nos han colgado a las mujeres de llegar siempre tarde. A más, a nuestra modista le habían notificado que su hijo pequeño, tenía una lesión de cuidado en el empeine del pie, estaba ya a punto de partir a urgencias, pues el crío se quejaba amargamente y el señor en cuestión no llegaba.

Nuestra ya modista, nos aposentó en la terracita al aire libre, lo que llamarían ahora un “chill out”, eran unas sillas comodísimas, adecuadas para entornar los párpados, debido principalmente a la inactividad y el buen tiempo, además de la relajación de una hermosa y cuidada finca con árboles frutales, altos muros de piedra, una mini piscina para los chiquillos, el verde prado cántabro, el olor de la naturaleza y mi falta de descanso; y mira tú por donde, me vino bien el retraso del señor, mis ojos cerraban las persianas e imaginé que se encendía un luminoso que ponía, “cerrado por descanso”.

Nadie pudo superar esa tardanza, ¡nadie!. Nos quedaba poco tiempo para retomar nuestras obligaciones, los niños y el trabajo. Se me descansó a la vez la paciencia y se fue por ahí; mi rostro ya harto de relajación y espera, se transformaba en un volcán de sensaciones; lo notaba y no merecía la pena, llegaría cuando tenía que llegar; gruñí levemente.

¡Y llegó!

Le medí con la mirada sin quererlo, allí estaba, al fin, ¡120 minutos, por Dios!

Con una leve disculpa y una frase que quiso ser una gracia pero, casi fuera de lugar, nos saludó.

Sacó su inmenso muestrario y comenzó por el tejido denominado “bayeta”. Nada que ver con lo que se necesita en las sayas o faldas del traje de gala “pejín”.

Lo tomé en la mano y al mirarlo al trasluz de aquel sol puntual y amigo, no como él, hice observar la inconveniencia y falta de calidad para nuestro proyecto de esa ropa. Tiré de él, tras la sugerencia de la promotora de este tiberio ancestral; se abría y como ella decía, se rompería en cualquier enganche o se deformaría en la posición de sentadas. Efectivamente, la tela se deformó de inmediato y no volvió a su aspecto anterior. Él mantenía una mirada semi despectiva, no entendía tanta exigencia, todas sus telas eran buenas... Nosotras debíamos ser para él, la bruja mala de su cuento de coloridos tejidos,... Las malas malísimas...

De pronto le oí decir:

-Y... ¿tú eres la “repugnante” del grupo?

Lo miré de hito en hito, ¡Dios mío!, quizá se me escapó alguna inconveniencia.

Me reservé la palabreja que tantas definiciones tiene y me pregunté, ¿tanto habré cambiado en unos minutos?, tendré que controlarme; ¿será que me hago mayor y no callo mis opiniones?, eso será también; a lo peor cuando le miré, ¿aportaría en esa mirada, en lugar de impaciencia, desprecio?

Al cabo de un buen rato viendo los diversos tejidos, le dije que me repitiera de nuevo la palabra, ya casi se me había olvidado de tanto analizarme.

-¿Cómo me ha llamado?

-Repugnante, -contestó dándole aún más énfasis.

Transformé toda la opinión que había formado de mi misma al oír esa palabra, como si me la arrancara de mi cuerpo, como si me hubiera pertenecido en algún momento, sin saberlo, puesto que yo defendía lo que queríamos comprar, lo más adecuado y dije:

–Pues mira que esa definición es el contraste perfecto de mi forma de ser, pero, ayudará a un mejor, si cabe, comportamiento... -Dejé caer la frase, (bueno, más apropiado decir que la tiré en una calderada), con dos sonrisas, la externa y la interna.

Seguimos con las telas; la seda adamascada era demasiado recargada, la seda lisa si embargo, servía; el paño también nos venía bien; el lino era suave y de buena calidad, también valía, pedimos algunas muestras y él dejó que las tomásemos; nos dio las explicaciones pertinentes del precio, código, transporte, IVA, cantidad mínima, etc., de cada tejido e íbamos finiquitando a marchas forzadas.

Él seguía nuestras elecciones con desdén y cansancio, abandonado al asiento proporcionado por nuestra amble anfitriona, consideré que quizá ni lo merecía. La hora se acercaba a nosotras como la guillotina inesperada del cadalso, cortante y rápida; preparé el coche mientras ellos dejaban las muestras en manos de la modista. Me despedí amablemente y salí a ese quehacer.

Mientras sacaba el coche, valoré positivamente toda la situación. La tardanza del señor, la oportunidad de aprender de todo aquel instrumental de la pequeña empresa, del buen tiempo y sobre todo, de la agradable somnolencia de la tarde, bajo aquel porche y del pacifico silencio que me relajó el alma.

Habíamos conseguido en cuarenta y cinco minutos, determinar las telas diferentes del traje típíco, a falta de encontrar la seda del fajín, pañuelo adamascado y el lazo.

Recordé que nos habíamos olvidado de la tela para el larguísimo calzoncillo de la vestimenta del “pejín”, ¡caray!

Se metió en el coche la amiga con la que subí, acomodadas con la música del viejo casete y el paisaje, salió a colación la insolente definición.

-Así que “repugnante”, ¿eh?

-Pues sí, creo que ya sé lo que ha sucedido. Se ha mirado en el espejo de mi alma y así pudo ver su propia definición...

-En fin, él vendría cansado y yo, perdí la paciencia y le dí demasiado importancioa a esos 60 minutos de mi vida, ahora en plenitud, además nossirvieron para el descanso y disfrute de una buena compañía.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
13-X-2011

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