martes, 18 de octubre de 2011

LAS TRIBULACIONES DE UNA BIBLIOTECARIA.


Como todos los días se inventan cosas, uno de ellos, me refiero a un día cualquiera de este siglo casi recién estrenado, una mente prodigiosa de no sabemos quien, (el no sabemos se refiere a mi, y otros tordos como yo, pues seguro que hay quien sí lo sabe,) inventó las Rutas Literarias.

Y ahí tenéis a María investigando a cuantos escritores de pluma reconocida, hicieron comentario alguno de cualquier rincón de nuestro pueblo, para ir todos en caravana a visitar ese rincón y leer en él una pequeña estrofa de lo que el literato de turno dejó escrito.

Esto de las rutas literarias tiene un encanto especial, pues no es otra cosa más, que una mezcla pintoresca de situaciones serias cuando se llega al punto de lectura, con las cosas del cachondeo que a cada uno de nosotros se nos ocurre mientras vamos de camino al próximo punto serio.

Luego resulta que hasta en los lugares más serios siempre nos ataca un amago de carcajada cuando el lector de turno se atraganta, se atasca o se equivoca, por que resulta que casi nadie de nosotros está acostumbrado a leer en público, y esto acojona un poco por más que lo intentemos disimular. Por ejemplo, a mi, que nací cien años antes que Matusalén, me entra un “temblique” en la mano que sostiene el papel, que obliga a bailar la jota a las letras que intento leer, y ¡ya se jodió el invento! Todo el mundo a carcajada limpia, menos el lector que como piensa que hizo el ridículo se le queda la cara de pazguato, y la bibliotecaria que organizó el festejo, que mira a todo el mundo con cara de circunstancias, como diciendo:”Por favor, que esto es una cosa seria”.

Luego ocurre que estas cosas se contagian, y como miembros de la misma epidemia, nos desplazamos un día a la Ruta Literaria de Comillas junto con nuestros vecinos de Val de San Vicente, y ahí tenemos otra vez a “nuestra biblio” organizando el viaje y preocupándose por quien lleva y quien no lleva coche para que la cosa nos resulte fácil a todos. En Comillas la verdad es que yo no me enteré de muchas cosas de las que se leyeron, porque unas veces soplaba el viento de un lado y otras de otro. Y ocurría también que a los lectores de allí les pasaba lo mismo que a los de aquí, que ellos creían que lo estaban haciendo de puta madre, y yo me estaba preguntando, ¿pero qué coño lee este tío que no le entiendo una palabra?

Y es que resulta que a veces, a mi se me olvida que soy sordo, y me empeño en decir que a los que hablan, no les oye ni el cuello de su camisa.

Pero en Comillas conocí rincones preciosos que nunca había visitado a pesar de creerme que conocía el pueblo como la palma de mi mano. Me encantó el cementerio que es un lugar que al menos aquél día soleado y agradable invitaba a morirse y ser enterrado allí, y en el pueblo no comimos mal, aunque algunos empezaban el primer plato cuando otros estábamos en los postres.

Ahora van a venir los “ruto-literarios” de Oviedo, y María se pasó quince días consultando lugares donde pudiéramos comer sesenta personas por quince euros cada uno, y la cosa no resultó nada fácil. Pregunta aquí, y pregunta allí, y unos que aquí no cabe tanta gente, y otros que tanta gente aquí no cabe. Y María tirando de teléfono mañana y tarde, y que ya te diré morena. Al fin se arregló la cosa, y pídele a San Antonio, abogado de lo imposible, que salga bien la comida porque si no, te arderán las orejas. Pero tu no sufras muchacha, que peores cosas se habrán visto en la historia de este pueblo, y aquí nos tienes a todos tan panchos.

Lo importante ahora es que cuando vayamos a Oviedo llevemos todos bien aprendida la historia de los Rivero cuya matriarca se negó en redondo a reconocer la decadencia de su familia, y que los ovetenses nos preparen una fabada de esas de caerse de espalda, que de reírnos ya nos encargaremos nosotros cuando alguno de ellos tartamudee a la hora de leer.

Que quede constancia María, que me reiré por más seria que pongas tú la cara, porque acabo de aprender que reírse es sanísimo para el alma y hasta para el mismísimo cuerpo. Y aunque generalmente yo tengo el alma alegre, te aseguro que el cuerpo buena necesidad tiene de echarle algún que otro remiendo, y éste de la risa, mal no ha de venirle.

Jesús González González ©
Octubre 2011

1 comentario:

María dijo...

Anda, Jesús, que no te doy temas, ¿eh?
Un abrazo
María (biblioteca)