martes, 18 de octubre de 2011

BAILAR CON UN CABALLERO


No encontraba el caballero
y casi desesperaba.
Sobrevino este suceso:
Javier pidiome una danza
y a la pista fuimos prestos.

Halagada y sorprendida
me dispuse a dar los pasos
que el bailarín disponía;
lento muy lento ¡qué agrado!
Sin embargo, en su confiar,
fui yo la que usurpó el mando;
en firme, me recrimina
sirviéndose de la mano
y así, con ella cautiva
diez figuras más bailamos.

Me sujetó y yo cautiva
contra su torso mi mano.
Lo justo me sostenía
en un levísimo lazo,
¡qué fuertes me parecían
aquellos seguros brazos!
Yo asenté mis manos frías
en el hombro del hidalgo
tan lento como podía...
y acercó su rostro despacio.

Los minutos se esfumaban,
“afirmo que conmovida...”,
y creí ser colegiala
“sentía, solo sentía...”,
por un príncipe guiada.

Era el mar que se venía
quizá era ave o nordeste,
en el danzar sumergida
en turbación y deleite
de aquella engañosa cripta.

De un quinquenio era este sueño
hoy lo disfruto y complazco
por fin, mujer ya me siento,
por fin, había bailado;
era real y no fue ensueño.

Gracias mozo, eres un cielo,
alegrándome la vida
y placerme, sin saberlo,
siendo en el baile mi guía;
un honor, gracias de nuevo.

Y comprendí nuevamente
la suerte que disfrutaba,
un amigo que me entiende
¡de gran valía, palabra!
valiente como el noreste.

Fuiste tú quien dio las gracias
siendo el rey de este ajedrez.
No hay con qué justificarlas
fuimos dos en esa suerte,
hubo acuerdo y fueron tablas.

Sí señor, un caballero
de armadura acicalada,
blasones que yo respeto
y un escudo que resalta
elegante y muy correcto.

Gracias Javier por el baile.
De las mil noches, hoy una
de la persa Scherezade,
fuiste Shahriar el Sultán
que una y las mil... escuchaste.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
24-IX-201

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