jueves, 22 de septiembre de 2011

CONCIERTO DE ARPA


Puse la televisión casi por inercia; en ese instante televisaban un concierto de música clásica y un arpa era el instrumento solista; me recordó la estética de un corazón abstracto. A pesar de ser irregular, el arpista se arrebujaba en el liso y recto pilar a la vez, caja de resonancia, apoyada en su hombro; la abrazaba como si de un amor apasionado se tratase, y siento que acariciaba con ese mismo afán, cada una de sus vibrantes cuerdas.

Parecía asomarse entre el entramado de las desiguales cuerdas y colorido, al otro lado, quizá, en busca de las notas ya escapadas de sus dedos, camino del oído de los escuchantes expectantes, en el intento de introducirnos en ese corazón lleno de música, lleno de secretos que descansaba sobre el hombro del intérprete, un ser privilegiado con dos corazones latentes y llenos de vida.

El rostro del solista estaba relajado, la fuerza y el trabajo dependía de sus manos y pies. Indicaba el camino, con su aspecto y el sonido que arrancaba de las cuerdas, del abandono de la realidad estresante para reflexionar y escuchar relajadamente...

Las manos del arpista recorrían con suavidad cada una de las cuerdas, llegaba hasta las más lejanas, sin prisa pero sin pausa, incluso, a las que imaginé inalcanzables. Un solo de este aparato musical es un auténtico espectáculo de mimo, movimientos dotados en esta ocasión, de una especial ternura, aunque también, he oído interpretaciones de piezas musicales enérgicas que parecían enfados, sufrimientos, batallas trasladadas por las imponentes sacudidas de los dedos contra las cuerdas.

Quizá me llamó la atención por algunos recuerdos que hoy, salieron a relucir, (quizá son más recientes, no sé...), imágenes de vírgenes y santos rodeados de querubines arpistas, gordezuelos, rubios, de miradas dulces e indisolubles, alados y en estática levitación, cual colibríes, sobre los cuerpos áureos y llenos de santidad que a su vez, volvían sus ojos al hacedor.

El arpa me parece hoy, la misma vida. Un entramado de cuerdas y pedales donde cada arpista puede tocar inspirado en solitario o siendo participe de un grupo orquestal, aguardando la orden del director o siendo uno mismo el que decida como se quiere tocar o, en cada caso, vivir en los “alegros” de la juventud, necesitados de correr más que el tiempo o en los “largos” de las sosegadas notas en la madurez.

La vida y el arpa, un sin fin de opciones, un inacabable elección para interpretar la vida, una lección de posibilidades, aun ignorando el solfeo o el futuro, tendremos las cuerdas y es probable que podamos escoger..., ¿la que suene más dulce?

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
Septiembre de 2011

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