sábado, 13 de agosto de 2011

TEATRO 2



De nuevo llega por medio del Ayuntamiento, una obra clásica de teatro escenificada en el auditorio, El caballero de Olmedo, del madrileño Lope de Vega. Una tragicomedia en verso que llegó con fluidez al un público divertido. Fue escrita en aquella época de apogeo de la cultura española, el Siglo de Oro y sus intérpretes hoy, pertenecían a la compañía La Barraca, del Aula de Teatro de la Universidad de Murcia.

Esperábamos ver el teatro a la antigua usanza pero, nos equivocamos por completo. La sorpresa fue mayúscula al hallar el escenario lleno de oscuros paneles, más tarde comprobamos que eran de doble cara, de ellos nacían las siluetas opacas de varios cipreses que auguraban parte del drama. Al fondo, en el mismo color gris pero, brillante, unas formas arquitectónicas que permanecieron estáticas durante la representación.

La entrada sorprendente del caballero don Alonso a lomos de una silueta de caballo en tonos de gris, con movimientos tan acertados que parecía estar vivo, ahí se desencadeno esta sorprendente y fascinadora obra de teatro.

Esta historia de amor, celos, celestina y drama, dejó un buen sabor de boca a grandes y pequeños, porque había un nutrido grupo de infantes que no se movieron ni chistaron. Consiguieron por medio de los muñecos o títeres, llevarnos a la recreación de esa vivencia en escena, absorbían y controlaban a todo un aforo expectante y sorprendido. Los actores declamaban y hacían actuar a los muñequitos, perfectamente caracterizados y vestidos, pasando el protagonismo a aquellos seres inanimados.

La destreza de los intérpretes humanos para traspasar la acción a estos títeres y versionar la obra de Lope de Vega, asumían la personalidad de los personajes descritos por el autor e incluso, nos hicieron comulgar con lo desarrollado en el escenario, entre candilejas, en tiempo y lugar, integrándonos en la decoración y los personajes inanimados-animados, gracias a estos actores habilidosos que les regalaron sus papeles. Demostraban así sus tablas, a sabiendas de que su actuación se prolongaba por medio del único palo que estaba prendido a cada cabeza de los polichinelas, dando el gesto y movimiento adecuado, mientras, con la otra mano, animaban a una de sus minúsculas extremidades superiores. El otro escenario, el miniatura,

estaba inclinado hacia el público que por cierto, casi llenó el auditorio, para facilitar la visión integra de los actores simulados e inánimes; se apreciaban así todos sus gestos y movimientos impulsados por los auténticos actores, demostraban la habilidad y perfecto conocimiento de los gestos humanos, sin perder en ningún momento su obligación de enumerar cada verso, haciendo real cada sentimiento, aderezado por los gestos que imprimían a los inexpresivos monigotes, era tal la fascinación que se les ignoraba visualmente, vestían de negro, excepto la cara y las manos; se apreciaba así su trabajo en el escenario, tanto animando a las marionetas como declamando el papel de cada personaje en su lugar.

La juventud de los actores, no iba en detrimento para con sus dotes artísticas, adaptándose a cualquier forma teatral, a su memoria y a la habilidad para el cambio de atrezzos y de escenarios, ya fuera en la taberna y las borracheras, los enamoramientos en la reja o el rejoneo en la arena del ruedo.

La corrida de toros fue ante el Rey, en la que el jinete Olmedo, rejoneó a varios astados y salvó de morir a su enemigo don Rodrigo en una de las suertes. Se visionó perfectamente a los miuras liliputienses que portaban los actores en sus manos. Les dieron vida con tanta perfección, que incluso los toros bravíos desafiaban escarbando la arena, con requiebros y lances del rejoneo, la suerte de varas o la de matar, culminando la faena con la retirada por medio de las mulillas a los cornúpetas muertos, en un entorno de redonda plaza de toros, creado al dar vuelta los paneles en color rojo y gualda, en un coso de metro y medio de diámetro; cuatro actores movían en diferentes situaciones, cada suerte, tercio, incluidos los toros negros zainos de juguete, otros se encargaban del público de gradas y tendidos. Una corrida de toros tan bien escenificada, que el sufrimiento por toro y torero de este espectáculo en la realidad, lo padecimos en esta ficción.

Estas escenas hubieran sido imposibles en un teatro clásico pero, con este tamaño, tuvimos la oportunidad de disfrutarQuizá solamente podría darse en escenarios naturales y amplios al aire libre, véase el caso del teatro en Mérida.

Quizá “Teatro al cuadrado” no sea suficiente definición, una sobreposición de imágenes, y palabras, que según miraras, llegaba a los sentidos en una versión diferente del Caballero de Olmedo, porque raptaron la imaginación y se la quedaron hasta los bravos del final.

El teatro es el escenario donde se vislumbra la vida de una manera nalógica.

Una obra vanguardista que salvaguardó y respetó la totalidad del Caballero de Olmedo.

Ángeles S. Gandarillas ©
7-VIII-2011

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