miércoles, 17 de agosto de 2011

ORGANISTA


Maite Alcalde fue solista e intérprete a los teclados manuales y pedalero, del órgano tubular de la Iglesia de Santa María de los Ángeles, acompañada por la soprano Belén Herrero, y ambas, ofrecieron un concierto en lo más alto de la Villa, donde el gótico luce despampanante con la imagen de esta gran iglesia, enmarcada por la puesta de sol.

Además de un concierto, ha sido un reportaje de cómo se ha de tocar el órgano, gracias a la pantalla gigante que ocupaba una quinta parte del retablo central, barroco y espectacular. Estaba a la vista, el trabajo desarrollado para la consecución de las notas sobre los tres teclados. Se oyeron infinitos de registros musicales, que salían gracias al manejo de una gran cantidad de tiradores o palancas, de los tubos o flautas brillantes en diferentes posiciones, emitiendo según el tamaño, milimétricos o de metros, sonidos graves y agudos. Girando la cabeza hacia atrás, se conseguía completar la visión de la caja o estructura de aquel instrumento de viento en la categoría de teclados. Tenía un frontal de tres arcos de aspecto gótico en madera clara y ocupa casi todo la delantera del inmenso coro.

Entre los bancos y el órgano, escoltaba cercano y solitario el ángel marinero, sito entre dos pilares y reposado en un trasversal bajo un arco, fue reparado no hace muchos años por dos vecinos del lugar, pues le faltaba la parte de un ala, y consiguieron el lucimiento de toda la belleza de la escultura alada.

Comenzó precisamente, con “Fantasía en sol menor” de Bach, y eso era precisamente lo que aceleraba la de los espectadores; comunicaba con fuerza y llenaba cada rincón con la inmensidad del sonido. En las imágenes de aquella pantalla, los pies caminaban sobre un vasto teclado de madera, además, de subir o bajar los pedales inferiores que hacían permanente el fondo musical.

Se podía imaginar a los grandes fuelles en movimiento, ahora mecanizado, en su ejercicio de insuflado, arriba y abajo, pulmones de cuero y madera que obligaba a salir el aire por aquellos tubos, en sonidos espectaculares que acunaban el alma.

Es normal que sean pocos los intérpretes, pues la dificultad en la concordancia y el esfuerzo es más que evidente pero, es recompensado por una música que solamente se conseguiría con una gran orquesta de instrumentos de viento, empleándose a fondo.

La intérprete, desde un asiento en madera alargado, movía sus cuatro extremidades, siendo necesaria la ayuda para el cambio de registros y conseguir los timbres adecuados, Maite leía las partituras que contenían también, las indicaciones sobre el número de palancas que han de moverse. Al final, mostraba una sonrisa sempiterna, dulce y amplia, llena de satisfacción y sin acusar el cansancio.

La obra de P. Bruna, quedó convertida por la solista en una letanía alegre al oído, un riego de notas para supuestas flores pendidas en los ábsides… y aquellos pies que caminaban suavemente, pero seguros, sobre los pasajes de madera de un jardín, en lo alto de aquel coro mágico.

Fue el comienzo de un ramillete de obras cortas, en su mayoría del italiano A. Falconieri, una de R. Fontano y de un anónimo, en las que la soprano, Belén Herrero, sumó su voz y se convirtió en humo que penetraba por cada rincón de la Iglesia Mayor, llenaba los espacios sin ahogos, hacía respirar profundamente cada voluta de notas, densas, imponentes, con una voz dulce, potente y equilibrada; ambas, hacían del conjunto una hoguera de sensaciones, en cada obra, en cada cuenta del rosario de las partituras, elevándose hacia una luna llena que esperaba paciente a la salida, enrojecida de despecho, solitaria, sintiéndose arrinconada por sus admiradores.

Los aplausos tras oír la tres últimas obras de E. Torres, Haendel y de Nemesio Otaño, ésta última más seria y dedicada a nuestra región, fueron interminables. El público se levantó y giró hacia los portentos que no deleitaron con la música y sus sonrisas, sin embargo, no cedieron a la petición de un bis.


Ángeles S. Gandarillas ©
13-VIII-2011

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