miércoles, 17 de agosto de 2011

MI PATA IZQUIERDA


Mi pata izquierda es como la derecha. Se diferencian únicamente en la colocación en abanico de los dedos de los pies; la izquierda tiene el dedo gordo a la derecha, y la pata derecha le tiene a la izquierda, y los dedos se abren según este sentido. Supongo que a vosotros os pasará lo mismo.

Yo divido a la pata en tres partes: Glúteo, vamos, el culo es lo que quiero decir, que hasta allí llega el fémur para hacer gozne en la cadera. Pierna, que es lo que siempre nos gustó ver de las mujeres cuanto más arriba mejor. (Bueno, tan mejor, que si la visión llegaba al glúteo, por mí, encantado.) Y finalmente pié, que es esa cosa con callos que posamos en el suelo cuando caminamos.

Cuando uno envejece, nos pasa como a los burros del gitano, que nos llenamos de mataduras por todas partes, y yo empecé a cojear de la pata izquierda. Cojeé y pateé; vamos, que al andar me mecía para un lado y el otro, lo mismo que veo hacer en televisión a Fraga cuando camina. Lo peor no era la cojera, era que me dolía la pierna. Sí, la pierna, no la pata, porque ni el glúteo ni el pie sentían dolor alguno. Entonces hice lo que casi todo el mundo, ir al médico, y este me envió al especialista, y… solución: Operarme de cadera. ¡Joé, pero si a mi la cadera nunca me dolió! Pues ya ves lo que son las cosas, la cadera no me dolía, pero era la responsable de ese dolor de pierna que aumentaba de día en día dándome además la sensación de que me iba a caer en cualquier momento.

Yo soy un miedón de primera fila. ¡Me da una rabia no poder presumir de valiente! Pero qué le vamos a hacer, “cada ún, es cada ún”… Me ingresaron una tarde, y por la noche una moza me afeitó los pocos pelos que me quedaban, (que hasta eso se pierde con los años,) y a la mañana siguiente me asombré de que cuando me bajaban al quirófano iba yo de tranquilo como si fuera a los toros. Pues como a los toros de la corrida, me dieron una estocada en la espalda, y me durmieron de medio abajo, como a las parturientas.

Me puse impaciente esperando que empezara la operación, mientras la anestesista me dijo que si sentía mareo que la avisara. Oye, que tras el paño verde que me pusieron delante, no se movía una mosca. Cual sería mi sorpresa que de repente ví en todo lo alto tras el mencionado paño un pie que le movían, y por la uña arrugada y gorda del dedo gordo, reconocí que era el mío. ¡Me estaban desguazando, y yo sin enterarme! En mi inocencia, (la inocencia es la única cosa que no se pierde con los años, se pierde con la maldad,) pensaba yo que al operar no habría dolor, pero que al menos notaría que me andaban. Pues oye, ¡como si se lo hicieran al vecino!. Escuché serrar, y luego percibí un olor que me recordó el de las carnicerías.

-Es que es lo mismo,- Me dijo la anestesista, siempre junto a mi cabeza.- Te están serrando el hueso de igual modo.

¡Lo que es la mente! Yo que hasta entonces estaba tan bien, noté flaqueza en el estómago y sudor frío en la frente.

-Creo que me empiezo a marear…

-Pues tranquilo, que eso lo arreglo yo…

No se que coño hizo, pero lo arregló. Alguna tecla tecló, que se me oxigenaron los sentidos de tal forma que cuando escuché con un martillo dar golpes en la prótesis para introducirla por la cañada del hueso, me quedé tan tranquilo.

Después me llevaron supongo que a la UCI o la UVI, que no se lo que en realidad es eso, pero supongo que es el lugar donde están los constantemente vigilados. Me quedé un poco como aturdido, y cuando me rehice descubrí sentado a los pies de mi cama al doctor Robledo sonriéndome.

-Procura no moverte. Te estamos poniendo sangre, porque en las operaciones de cadera suele perderse bastante. Pero todo ha ido muy bien.

Robledo me dejó como nuevo. Hace de esto siete años, y olvidé casi por completo que estoy operado. Me propuse invitarle a una copa el día que le viera por la calle, pero no le he visto.

Escribo este relato porque hace justo tres días que la pata izquierda ha vuelto a dolerme. Empezó así, de repente. Ay, Dios ¡mi prótesis! Y el dolor no se anda con chiquitas, ¡No puedo dar paso! Además, tengo una flojedad en la pierna, que parece que me voy a caer en cualquier momento. De subir dándome un paseo a la biblioteca, ni hablar. Esta mañana visité a Conchi, mi médico, (¿o se dice “médica?) y me tranquilizó un poco. Ella sospecha que puede ser un brote de reuma ciática, y me mandó una semana de reposo. Como no se en que matar el tiempo, además de continuar leyendo “Nosotros los Rivero”, escribo esto para que os aburráis un rato.

J. González González ©

1 comentario:

María dijo...

Ya decía yo... ¡Jesús no ha subido en toda la semana! Estaba extrañada porque no hemos podido comentar lo de la gallina en corral ajeno... Cuídate mucho.
Un saludo
María (biblioteca)