lunes, 1 de agosto de 2011

EL MUEBLE QUE ERA UN BARGUEÑO


“Llegué al primer piso y allí estaba. Un mueble precioso, con el relieve destacado de cuatro caballos en su frontal, teñido en color caoba y posiblemente de castaño y roble. La puerta reclinable que actúa como mesa escritorio, es la más gruesa, de unos 10 centímetros, y la altura podría llegar hasta un metro y medio.

Está a la vista de todo aquel que suba al primer piso y produce la sensación de entrar a un museo, por su brillante planta, boato y antigüedad, siendo esta pieza el deleite de anticuarios y apasionados por la decoración. Este bargueño fue fabricado a mediados del siglo XIX, tiene reminiscencias del concluido estilo barroco, aunque menos recargado, y ese toque de la época del Siglo de Oro.

Su aspecto artístico y elegante, llena el ancho vestíbulo que lleva al despacho del regidor municipal; da entrada a un espacio con parte del mobiliario en maderas nobles, sólidas y repujadas, parece retomar la estética señorial de siglos atrás, a pesar de que algunos de ellos fueran fabricados en la década de los 50.

Se puede observar toda su belleza, tras el apreciable trabajo de restauración efectuado por Flor, Nati y Anita. Ellas se definen como aficionadas en el oficio de restauración, pero a la vista de la recuperada belleza de este lujoso y aristocrático escritorio, se puede afirmar sin temor a equivocarse, que completaron esta labor con profesionalidad”.

-Hola, buenas tardes.

Buenas tardes.

-Verá usted, soy el reportero del periódico “La Madera” y quedamos en vernos hoy, ¿lo recuerda?

Sí que lo recuerdo. Encantado.

-¿Es usted el mueble restaurado?

Por favor, eso era antes, ahora soy “Bargueño”.

-Discúlpeme.

Por nada, no se preocupe.

-¿Dónde nació usted?

En Cataluña, allá por el año 1.860. Fui adquirido a unos anticuarios por una pareja llamada Norberto Molleda Arenal y Genoveva Vals. Eran hermanos de Gervasio, el dentista, y Narcisa. Todos ellos nacidos aquí en San Vicente y mira tú por donde, es donde resido actualmente.

-Es curioso, ¿cómo es que está aquí?

Pues porque me regalaron al hijo de un amigo de la familia, se llama Emilio Balbín. Se trataron por más de veinte años; este señor trabajó en una clínica oftalmológica, debido a esa amistad hacia sus antecesores y quizá también, por la añoranza de la “tierruca”.

-Ah, ¿sabe usted la historia?, ¿podría contármela?

Pues sí, algo sé; ha contado en mi presencia parte de su vida.

Milio se dedicaba, ya desde crío, a coleccionar antigüedades, mucho antes de empezar a la mar con doce años aproximadamente, era el “chavalucu” o grumete; aquel trabajo le proporcionaba una “paguca”, una mínima cantidad de la soldada cobrada por los marineros. En lugar de comprarse dulces u otras cosas, lo guardaba e iba recorriendo los lugares del entorno para adquirir pequeñas cosas, ya arcaicas por entonces, las guardaba, limpiaba y colocaba con mimo. Con el tiempo, adquirió experiencia y apreciaba de un solo vistazo, la antigüedad y valor de los diferentes elementos que iba coleccionando. A medida que cumplía años, aumentaba la cantidad de los objetos comprados y su colección tomaba visos de museo.

También dijo a alguien, que hubo de dejar atrás casi toda su colección.

-Volvamos a su historia señor bargueño. ¿De qué tipo de madera le hicieron?

Dicen que de castaño y roble. Verás, la parte delantera, donde tengo el relieve de una cuadriga transportada por cuatro caballos con la melena al viento, parece una talla tridimensional dado el grosor de la madera, unos diez centímetros, cabalgan al galope guiados por las bridas de un auriga coronado y musculoso. Enmarca esta imagen principal, una serie de adornos y flores, bordeado por realces curvados, muescas y filigranas florales.

Flor, una de las restauradoras, pensó que era un solo caballo, fíjate si estaba descuidado, ennegrecido y sucio. En los laterales son menos profusas, aunque aparecen formas de estelas celtas, con supuestas barandillas en relieve y dibujos detallados.

Me divido en dos, es decir, las patas por un lado y el cuerpo por otro, así me trasladaban mejor por las dependencias de los palacetes. En las esquinas de la parte de abajo, tengo el nacimiento de mis seis patas, en cada vértice delantero, tengo la cara de un demonio casi animal. Unieron las tres patas de cada lado con maderas corridas, la del medio es más ancha y menos trabajada, me sujetaron de una a otra con ornatos que a la vez estabilizaban a base de arcos abundantemente tallados, se repite en ellos, como en todo mi cuerpo, columnas y barrotes torneados,

-¿Y cómo es que fue a parar al Ayuntamiento?

-Emilio al regresar, residía en un lugar pequeño y no tenía capacidad para albergarme; decidió donarme para disfrute de los vecinos, además de sumarme a la riqueza del antiguo mobiliario municipal. La única condición fue que estuviera a la vista para disfrutar de mi rancia belleza artística. Él sabía que mis dueños, la familia Molleda, tenían querencia por su lugar de nacimiento. Habían donado en otras ocasiones, un conjunto de mesa y sillas de comedor, estilo castellano, para las capillas del Santuario de la Barquera y compraron también, dos lámparas de lágrimas que aún hoy, cuelgan de su techo.

-¿Es cierto que usted convivía con más obras de arte y objetos de todo tipo?

Es cierto. La vivienda de Norberto y Genoveva era casi un museo de piezas antiguas. Tenía a mi alrededor copias de importantes cuadros al óleo, acuarelas, etc., pintados por artistas desconocidos, hoy renombrados; lámparas antiquísimas, candelabros de bronce ricos en labrados de la época rococó, arcones que estaban a rebosar de objetos sencillos e igualmente vetustos, en plata, hierro, cobre o metales y piedras más sencillos; sables, marcos sobrios, delicados o tallados hasta el extremo de parecer trabajos de orfebrería. Había también jarrones de alabastro pintados a mano, cabeceros de forja y madera, documentos con varios siglos a sus espaldas, incunables, originales y añosos libros depositados en inmensas librerías; una diversidad tal que hacía de la holgada vivienda de los Molleda, cercana a los 300 metros cuadrados, un lugar apretado.

-¿Quién y cómo se decidió su restauración?

Pues verás, lo sé porque Flor lo contó a las compañeras en este proyecto delante de mí. Sabía de mi existencia y comenzó a investigar mi destino. No me había visto desde las obras de remodelación del Ayuntamiento. Se desesperaba pues había asistido a un curso de restauración y pretendía restaurarme, sé de su admiración desde que me conoció. Después de mucho tiempo, uno de los empleados me localizó en el almacén, arrumbado detrás de una ingente cantidad de objetos, yo sé del valor que tienen por su antigüedad y maderas macizas. Cuando me vio Flor, casi la da un patatús; se echó las manos a la cabeza y pensó que ella sola no lo lograría

La verdad es que estaba decrépito, oscurecido, rallado y sucio. Se puso en contacto con Anita y Nati; la primera hizo ese mismo curso de restauración del mueble antiguo y la segunda, tiene mucha idea y mano para este trabajo. Me hicieron traer a otro de los almacenes, para sacarme de allí.

Hubieron de trabajar duro para sacarme a la superficie, fui arrastrado y golpeado sin querer, pero, por fin, me sacaron lo más delicadamente que pudieron. El traslado en ese pequeño trayecto, me supuso cierto desequilibrio en los cajones y patas, se bamboleaban peligrosamente.

¿Cómo se sintió cuando empezaron a restaurarle?

En principio me asusté. Cuando vi que ellas lo estaban aún más, comprendí que iba a ser tratado cuidadosamente; sus miradas dulces y admiradas me tranquilizaron. Comenzaron por desarmarme y dejaron los cajones, tapas, la fina chapa trasera y las piezas móviles en diferentes lugares. Lo peor fue cuando al levantarme se desprendió la sección de las patas. Se asustaron al creer que me había roto, tras el primer momento de estupor, investigaron viendo que estaba sujeto con pinos de madera a la pieza superior, a fin de mantenerme mínimamente sujeto.

-¿Cómo eran estas restauradoras?

Había una de ellas que era muy revoltosa e inquieta. Flor era la que más padecía y Nati, la más perfeccionista, trabajaba y revisaba lo que se iba concluyendo. Hacían el trabajo en su tiempo libre.

Lo primero que hicieron fue fumigar agujero por agujero de las polillas. Me decaparon toda la pintura, rascaron los restos de los lugares más inaccesibles, como las orejas de los caballos, los ángulos o las terminaciones en disminución de las hojas; sus instrumentos principales eran una aguja de arpillera de punta doblada para llegar hasta el más recóndito lugar, también usaban alfileres, destornilladores pequeñísimos, secador y aspirador… Me hicieron cosquillas con el cepillo dental que utilizaban para retirar los restos de lijar manualmente con la lana de acero. A veces parecía que estaban peinando y secando la melena de los caballos, ¡qué delicadeza! Recogieron con masillas especiales las grietas y defectos, recuperaron los frontales de los cajones y archivo, tabla por tabla y relieve por relieve. Encontraron un departamento secreto, afianzaron los trabas de las dos piezas principales, tiñeron con diferentes nogalinas, los dos tipos de madera para igualar el color; sudaron en invierno, rieron y se fatigaron; aún así, siguieron adelante y concluyeron esta reparación, tan artística como la del ebanista que me construyó. Tardaron cinco meses.

Estoy orgulloso de mi aspecto. Parezco un pimpollo recién fabricado, luzco como nunca y tengo dentro de mí un papiro que habla de mi donación al Ayuntamiento por Emilio y de la restauración efectuada por las tres personas que, se definen a si mismas como aficionadas, aunque dado el resultado, yo no me lo creo.

Quisieron ser ellas mismas quienes me subieran al Ayuntamiento, tal era el aprecio que me tenían. Tuvieron la colaboración de Mónica para el transporte, además de ayudarlas en otras circunstancias de la restauración. Me llevaron en dos piezas y una vez aquí, me encolaron y aseguraron; ¡y aquí estoy! Donde debo estar. Cada día soy limpiado por Flor, suavemente y admirándome con orgullo, sabe que me recuperó del olvido y el deterioro.

-Ellas siguen restaurando muebles de todo tipo, recuperándolos para la casa común de todos; por esa generosidad, me hizo un encargo el bargueño: Nombrar en este escrito a las artífices de la restauración y también, a quién lo donó. Igualmente, ¡mi enhorabuena!


Ángeles S. Gandarillas ©
VI-MMXI

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades Lines. Imposible que alguien pueda contar mejor que tú, la historia de este Bargueño. Un abrazo,Jesús

Flor dijo...

Ha merecido la pena
restaurar este Bargueño
leyendo tus palabras
el esfuerzo tiene premio.

Muchas gracias,besitos.