miércoles, 3 de agosto de 2011

CREADORES


Creadores en toda la amplitud de la palabra, así me parecieron a la vista de los cuadros expuestos, aunque estos artistas digan que tan solo son aficionados.

Al ver a mis antiguos compañeros, añoro las clases de pintura. Me llena de alegría y orgullo la positiva progresión de todos ellos, lo han hecho sin dejar atrás su personal interpretación en el traslado a las telas. Conocí también a nuevos alumnos y me sorprendió su habilidad y sensibilidad.

La sala de exposiciones de la Torre del Preboste, es una de las mejores atalayas de San Vicente de la Barquera, tiene vistas a toda la naturaleza, mar, montañas, bosques y por supuesto, a la zona urbana. Está edificación medieval está rodeada de jardines y cerrados bellamente conservados, de las pretéritas construcciones y una balconada que parece suspender al espectador en el aire, casi en el cielo; se puede respirar hasta embriagarse de la pureza que trae la brisa, aún inmaculada, distinguiéndose una mezcla de olores marinos aromatizados con el aroma de las flores e higueras. El mejor lugar para esta muestra pictórica llena de simbólicos ventanales.

Las imágenes plasmadas son admirables, tanto en las técnicas, como en los temas, ya fueran bodegones, marinas, paisajes o pinturas expresionistas que conmovían. Incluía una novedad; hube de acudir a una de las dos autoras para saber de aquella disciplina pictórica. Se denomina lienzo al óleo pardo óxido transparente. Estos dos cuadros llamaron muchísimo la atención y reconozco que también me cautivaron. Ambos paisajes llenaban de admiración por la originalidad y el aspecto herrumbroso. Destacaban aún más al estar rodeadas de los demás lienzos en óleos coloristas.

El resultado de ese trabajo dejaba a la vista un juego de sombras y la sensación del envejecimiento debido a la herrumbre en los metales. “me hacía recordar las grandes latas que encontrábamos al retirar enseres en desuso de las viviendas de los abuelos, los mismos matices en marrones, tejas, naranjas, terrosos, oro viejo, etc. Provocaban en mi imaginación infantil figuras e incluso escenas paisajísticas, los desconchados producían relieves en aquel decapado de oxidación natural. Hoy, estos cuadros me hacían mirar atrás con los recuerdos deformados por la lejanía de los años. Impulsaban también hacia lo bucólico, enervaban el lirismo en un encuentro lleno de sentimentalidad, dirigidos a la época del romanticismo del XIX, o desde una visión otoñal con brillantes matices caldera y teja de los bosques caducos, o el ocaso de un sol enrojecido por el viento sur, redondo, ardiente, que incitaba la sensibilidad envuelta en la sensualidad de las candorosas miradas del primer amor, las que impiden ver otra realidad… que aquellos dos cuadros. Porque amigos míos, consiguieron hipnotizarme.

Y que decir de un óleo que mostraba cerezas en pequeños racimos, redondeadas, suculentas, apetitosas, ¡hummm...!, conseguían llenar la boca de agua, tan reales como las que recuerdo de mi infancia brillando al sol. Una visión que tentaba al pecado y a la necesidad de tocarlas, averiguar si estaban maduras y sujetas a la tela, ¡por Dios qué sí! Estaban pintadas en un cuadro esquinero, consiguiendo la perfecta continuidad de la escena, acercando aún más su potencial realista.

¡Y los bodegones que colgaban provocando el apetito con los alimentos impresos!, creí olfatearlos pero no, era el aroma del tentempié preparado tras de mí en la mesa, o a lo mejor olían de verdad. Otros de esos bodegones, tenían a la vista cristales resplandecientes, traslúcidos, mesas tridimensionales, objetos y utensilios casi tangibles; algunos de estas representaciones pictóricas eran de porte expresionista, una realidad distorsionada por efecto de las emociones del autor, por el súmmum de la sensibilidad o del espíritu puros.

Pude ver flores rebosantes que ocupaban todo el lienzo, es posible que intentaran mostrar como las vería una abeja en su acercamiento, desde su minúsculo tamaño y compararlo con la inmensidad de esas flores, en su oficio de libar el dulce néctar, advirtiendo cada uno de sus pétalos, percibiendo su color perturbador y hasta un imaginario aroma abrumador.

Había bosques que incitan al paseo en imágenes que parecían fotográficas, llenas de profundidad y lejanía, caminos irradiados por los reflejos del sol que escapan de entre las ramas de los árboles, intuyéndose en ellos una silente y relajante paz.

Telas en diferentes tamaños, enmarcadas en su mayoría, con colores transferidos de la naturaleza en pinceladas acertadas, armónicas o minúsculas, al mínimo detalle. Enseñaban los matices morados en los momentos previos a ciertas tormentas, conseguían reflejar el movimiento y color del agua movida por la brisa, o, los monumentos sombreados por las nubes que traían el temporal. Había dos cuadros que conseguían mostrar la tenebrosidad de los árboles en lo profundo del bosque, de la noche, quizá del temor, sí, quizá. Sin embargo, su fondo era claro. Imagino que quisiera mostrar una adversidad en el esfuerzo de continuar. En otro lienzo de una serie de tres, coloristas y brillantes, mostraba unos pares de botas de agua o katiuskas, a la espera de ser usadas.

Abundaban las marinas, arenales, embarcaciones, con paisajes reflejados doblemente, ante ese espejo gigante de nuestra ría en cualquier paseo al tardecer. Otro mostraba lo que he visto en muchas ocasiones, acodada en la balaustra de la lonja del pescado, inundada del penetrante olor a salitre, todo ello reflejado desde una pintura realista que remarcaba las aristas de las construcciones.

Las olas parecían sonar, rompiéndose y esperando ver la siguiente, como aquella, pintada en el momento justo. También proporcionaba al observador la serenidad y placidez con la que sucumbía ese embate en la orilla.

Cumplí el deseo de acercarme a las telas para ver cada pincelada, a sabiendas de que es con la distancia adecuada, se reconvierte en un detalle perfecto, en un cuadro logrado pero, era necesario acercarse para confirmar que eran oleos y no fotografías o creaciones informáticas. Una maravilla de la imaginación, en el instante preciso, del detalle irrepetible o de los colores metalizados que la naturaleza enseña tan solo una vez, llevados a unas pinceladas artísticas y de ellos, a nuestra vista.

Fuimos los admiradores maravillados de espectáculos a veces lejanos o inalcanzables, porque la casualidad nos priva de ese premio pero, conseguimos desde aquellas ventanas imaginadas a nuestra disposición, disfrutar de ese exclusivo momento perpetuado en aquellos lienzos.

Sí, creadores que nos han transportado en cada exposición anual. Sus logros y avances son evidentes, sumados al esfuerzo de un experimentado profesor y pintor, Cuevas, concienzudo y paciente.

Según Voltaire, “La escritura es la pintura de la voz”. Quizás sea la pintura la poesía silenciosa de las imágenes. “El suspiro pintado”.


Ángeles S. Gandarillas ©
VII-2011

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un suspiro pintado
una idea plasmada
arte en las manos
poemas soñados
pinturas que hablan