Asistir a este Pórtico o preludio del cuadragésimo cuarto concurso del Certamen de la Canción Marinera, fue un estrenado placer. En total cantaron ocho corales, dos de ellas en esta inauguración, nuestra coral Barquera y anfitriona y el Coro Santa. María de Solvay como invitado de honor.
Ambas fueron un aperitivo suculento y esmerado, antesala para degustar el plato principal, las seis corales a concurso que procedían de los cuatro puntos cardinales del país.
Las siete obras interpretadas por el coro Santa María de Solvay, fueron un placer en un espectáculo musical intenso, hizo crecer la espiritualidad e imaginación. Sus ritmos y el corazón se igualaban en un mismo compás, al antojo de cada una de las obras que dejaron en aquel espacio sacro. El ambiente que se creó dentro de la iglesia de Sta. María de los Ángeles y su excelente acústica, aumentó la plenitud y dejó atrás cualquier otra ocupación que no fuera deleitarse con la música. Elevaba por encima de nuestras realidades gracias a esas melodías. Algunas de ellas, en su cadencia final, trasmitieron el sosiego de un imaginado ocaso, interminable, cálido, enrojecido por el sesgado y agónico sol. Quizá estuvimos en el mismo cielo. Una de las letras decía a ese respecto: Soñar, bogar,…
La audición desde la parte trasera central de la Iglesia, recogía de sus bóvedas y las tres naves un sonido conjuntado y diáfano. Los solos imponentes y claros, nos acercaron a la opera clásica o acunados en el tierno ritmo de una ensoñadora y sentimental nana; consiguieron trasladarnos a otros continentes con el mágico son de una habanera, en ese compás binario y cadencioso, donde sus voces se convirtieron en un mar de lento y reposado oleaje, en los cálidos arenales de los países tropicales.
Nos deleitaron también con una composición rusa que escalofriaba en los solos, tanto como si el viento helador del invierno ruso nos rodeara; el acompañamiento del coro parecían proceder de una escolanía de blancas voces. Erizaron el vello e inmovilizaron al público y la atención se hizo extrema.
Salíamos de esa tonada a otra de las obras. Hicieron que escucháramos el entrechocar del mar en la costa, incluso pintaron en el color de sus voces las imágenes de atalayas naturales, de nordestes y gaviotas.
Un ¡bravo! a este Coro que lleva en activo 40 años; supieron hacernos vibrar y mantener un dilatado y placentero suspiro, mientras sonaban con fuerza los aplausos.
Nuestra Coral Barquera mereció el agasajo de todos los allí presentes y definir lo que allí se vivió, se hace difícil.
Anfitriona del Pórtico
En La Coral Barquera aclaran las voces,
modulan, suavizan y afinan gargantas,
y esperan pacientes al fondo del templo
para hacer el camino a la escena sacra.
Fue además anfitriona de este Certamen.
Señores y damas conforman, conjuntan,
aplican frecuencias, agudos o graves,
sopranos, contraltos, tenores y bajos.
Tres jóvenes mozas con ojos radiantes,
completan el coro con sus blancas voces.
Se instalan y juntan en sus posiciones
con las partituras de ilustres creadores.
Reclama ¡silencios! el guía en las notas
que dirige y presenta a estos cantores.
¡Tranquilos muchachos, pasad ya esas hojas!
Relaja su testa, prepara sus manos,
ensaya una escala en sus diapasones…
…Y Pedro Francisco les mide los tempos,
afinando en el coro acordes menores.
Se escuchan rumores de cálidas coplas.
Y vuelan las notas que Pedro dirige
izada en las alas de algún que otro ángel.
Es Diego, seis años, que al coro se acopla,
un niño impaciente de risas sagaces,
vestido de negro y corbata escarlata.
Remeros y peces desde miradores,
que acercan tonadas trayendo los mares,
las olas, salitre y los fríos nordestes,
valientes marinos entre tempestades
que en los pentagramas vibraron de arrojo.
Cantaron baladas, lamentos a dioses
o viven tormentos que airean suspiros,
la duda, el sino…, conmueven los sones.
Retoman la calma, se muestran supinos,
sonríen sus rostros, se extinguen los goces.
Veintidós compases en un dos por cuatro
de una habanera que induce a agitarse.
Un solo que asombra nacido de Pedro
que canta, dirige, engrandece y comparte,
y trae de La Habana palmeros y perlas.
Y afinan de nuevo cual un instrumento.
Remolcan amores, ternura en altares,
purezas que mueven y ascienden gloriosas,
trenzando baladas muy sentimentales.
En ese momento, tornaba el soprano…
Se escuchan folias en olas rompientes
de tres panderetas. Sus lazos son cielos,
picayos y barcos, redobles, canciones,
tracas o plegarias, clarines, romeros,
que sin ser La Folía, las almas encogen.
Al leer pentagramas en “clave” de gozos
entre aplausos, bravos y ya sin aliento,
porque fue la coral que allí seducía.
Patronean la nave en el aura del Templo,
arriaron las velas con medidas notas,
semitonos, gavias, compases “al vento”.
Atracaron carpetas de un desembarco
por los escalones de muelles inciertos,
dejaron los barcos, folias, canciones,
alzaron los remos y amarran silentes.
Lucharon con fuerza, venciendo un “non tropo”,
afinaron el alma y la fantasía.
Aún siendo volátil el arte del canto,
lograron nacernos lo que en ellos moría.
Donaron su ahínco a cambio de ¡bravos!
Como colofón a este Certamen, se interpretó al unísono la canción obligada, “San Vicente de la Barquera”. Escuchar a los doscientos coralistas de las seis corales concursantes, resultó el mejor premio para todos los que disfrutamos estos tres días de música coral.
Un placer que hubiéramos querido alargar, aunque no mayor que el orgullo de disfrutar a nuestra coral, La Coral Barquera.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
1-VII-2011
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