martes, 12 de julio de 2011

MERLUZA CON LIMÓN


En un restaurante de los que se suele comer bien, después de gustar unas exquisiteces que pusieron para todos a modo de entrante, pedí merluza a la romana para cenar. Era una cena un tanto especial, donde personas unidas por una afición agasajábamos con ella al tertuliano que nos unía. Fue una ración de merluza espléndida, fresca, grande, con la puntilla del rebozado en su justo punto, y una guarnición de ensalada que robaba los ojos. Cuando me la sirvieron le pedí a quien lo hacía, un poco de limón.

Me lo vino a traer la dueña del local. Me lo sirvió con una sonrisa de oreja a oreja, y acercándose con disimulo a mi oído derecho comentó muy quedo para que los demás que estaban enfrascados en sus charlas no se enteraran: “Poner limón a una merluza tan fresca como esta, es desgraciarla”.

Lo que posiblemente hubiera desgraciado ella era mi cena si yo fuera un quisquilloso. A mi me gusta el pescado blanco cuando es frito, con un toque limón. Si para unos, como por ejemplo ella, el limón le desgracia, para otros, como a mi, le beneficia. Para mí, un toque de limón, realza el sabor No entiendo porqué alguien ha de intentar corregir mi gusto ¿Es posible que las gentes nos empeñemos hasta en decirle a los demás como debe ser su paladar?

Al pescado se le ponía limón antes, cuando no había frigoríficos y estaba un poco viejo, para disimularle el olor, cuentan los que creen saber la historia. Lo mismo se dice del picante en las carnes, que se usaba sobre todo en países tropicales. Y sin embargo ahora que hay frigoríficos y congeladores para dar y tomar, el picante es imprescindible en la cocina del mundo entero. Para mi hay ciertos platos que sin picante no valen nada Lo mismo pienso que ocurre con el limón.

La carne roja me gustó siempre muy poco hecha. Un solomillo o un chuletón a la plancha, tostadito por fuera y sangrante por dentro. ¿Me da esto pié a decirle a quienes les gusta más hecho que no saben comer carne? Y me gusta servido en plato caliente para que no se enfríe, o a la piedra como se hace ahora. Y si en el momento de ser servido le colocan encima una loncha fina de mantequilla espolvoreada de perejil repicado, mejor que mejor. Otros lo prefieren con salsa de queso picón, y hasta que esto se puso de moda, solía comerse con salsa de mostaza. De cualquiera de estas formas está muy bueno, y como el que lo come lo paga, cada cual tiene perfecto derecho a comerlo como se le antoje.

¡”Cuidao” que nos gusta a la gente dar consejos sin que nos los pidan! ¡Es que somos unos listillos de mucha madre! Y los demás, unos tontos del bote.

J. González.

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