martes, 26 de julio de 2011

DE ANTAÑO


Como te decía Nieves, hemos evolucionado una barbaridad. Si nuestros abuelos levantaran la cabeza creo que se volverían a morir del susto.

Antes, en los pueblos, éramos como una sola familia. Claro que había peleas y riñas por un simple “quítame de ahí esas pajas”: Porque segando el “Prau grande metístete una cambá en el miu” o “las tus gallinas me escarbaron los semilleros del güertu” “Pos” haber colocau unos buenos escajos en el moriu pa que no saltaran…”

Pero ocurría una desgracia, y “tou dios” se volcaba en casa el “vecinu”. Se mataba el “chon” y hasta el último mono acudía a tener por la pata para luego cenar con todos la asadura picantota. ¿Y las deshojas? ¿Conociste las deshojas? No, seguro. A lo sumo oíste alguna vez hablar de ellas a tus mayores. Pero hoy a mi casa y mañana a la tuya, así se corrían casi todos los desvanes del pueblo y a la luz de un candil de petróleo o de un farol de mecha y aceite se sentaban las mozas en torno a la pila de panojas y se iban desnudando una a una, (las panojas, no las mozas,) y aparecían amarillos y brillantes como oro bruñido los granos de las mazorcas. A las mejores se les dejaban dos o tres hojas para poder trenzarlas sobre el alambre que durante el invierno había de sostener la “yeza” de maíz colgada de un clavo de hierro. Las normales, iban a parar a las maconas y luego a “garrotáos” se apilaban en el lugar donde debían de permanecer hasta las noches de invierno, que en las cocinas y al calor de los tizones se irían desgranando para otro día llevar al molino el maíz. Los “panojuchos” a medio granar o “semicomidos” por jabalíes y tasugos, a un rincón para darlas como pienso especial a la vaca parida, o la “chona de engorde”. Ya lo dice el cantar, eso si lo habrás oído, que de vez en cuando un “panojazu” apagaba la candileja, y un beso por aquí, y un tortazo por allá, y hasta que “si quise, pero no quise, y sin querer le toqué una teta”… Y unas castañas cocidas, una “cupuca” de anís…. Si, “copuca” , que los chupitos entonces no habían nacido… Y después de la copa se empezaba con chistes guarros y se terminaba con chistes verdes.

Entonces el Cura era el Señor Cura, el Maestro el Señor Maestro, y los guardias llegaban a caballo con tricornio y capa verde, y los críos nos escondíamos de ellos porque de siempre nos dijeron los mayores que si éramos malos nos llevarían los guardias a la cárcel. ¡Que cosas decían los mayores de entonces! Entonces la gente confundía el respeto con el miedo. Nos enseñaron a tener miedo de casi todo. Porque lo que no era para que nos llevaron los guardias, era para que nos llevara el demonio al infierno. Y ni siquiera a pensar por nuestra cuenta nos atrevíamos por si acaso era “un pecau gordu” lo que pensábamos. Tuvimos miedo hasta de decir la verdad si la verdad no era la que querían los mayores. Y sin pretenderlo, nos enseñaban a decir mentiras.

Sólo en media docena de casas, los niños tratábamos de tú a los padres, y en el resto de ellas criticaban nuestra modernidad. Si, Señor, y sí Señora, les decían. Y “usté” para aquí, y “usté” para allá. Yo aprendí muy temprano que el tuteo poco o nada tenía que ver con el respeto, porque el hombre a quien más quise y respeté en esta vida fue mi padre, y siempre le tuteé. El usted, para mi es una palabra fría. Trato de usted a las personas que veo distantes, lejanas por su profesión, o por su rango. Por su edad, no; porque por edad ya nadie puede estar muy lejano de mi. Trato de usted también a los muy “puestos”, a los fríos, y a muy contadas personas con quienes no quiero intimar, aunque siempre me gustó ser amigo de todos... Y me gusta que a su vez todo el mundo me tutee, y como no tengo “rango” ni de que presumir o ser distinto de otros, cuando alguien me dice de usted, respondo que ya se que soy viejo, pero por favor, que no me lo recuerde.

El maíz fue en la posguerra el sustento de nuestra provincia. Lo que no aprendimos fue a comerlo a mordiscos en la panoja cuando estaban los granos “en leche”, y sin embargo era comida normal en otras latitudes. Pero nos atiborrábamos de “jarrepas”. En el noventa y… nueve por ciento de las casas de mi pueblo, era lo que se cenaba: Un cacharro grande con agua y sal sobre la trébede, y cuando rompía a hervir se le añadía la harina de maíz, a ser posible, molida en el molino de Bustillo, que la hacía más fina, y con un palo revuelve que te revuelve hasta que al retirar el palo cayera como un fino hilo de crema. Se servía en platos hondos, y en algunas casas teníamos la suerte de poder “nevar” la superficie con una “lambioná” de azúcar. Luego, media cucharada de “jarrepas” calientes que acabábamos de completar con otra media de leche fría, y a la boca. Las que sobraban, a la alacena, o mejor a la fresquera. Y a la mañana siguiente estaban cuajadas como un flan. Se desayunaba lo mismo, aunque parecía distinto. Entonces la media cucharada de “jarrepas” estaba fría, Pero la otra media era de leche muy caliente… Como terneros, nos criaron. O mejor, como “chonucos”, que teníamos todos unos mofletes sonrosados que daba gustos vernos…

J. González González ©

1 comentario:

nreigadasn dijo...

Si, jesús he conocido los entresijos de los vecinos del pueblo, que si tu vaca pasta en mis terrenos, que si tu gallina me come el sembrado.
También la matanza del cerdo, como si de una fiesta se tratara, pero yo sin acercarme.
Y la deshoja del maíz, y eso me gustaba. Como tú dices eran otros tiempos, no se si mejores o peores, pero yo los disfruté muchísimo.

Gracias por tus relatos, me encantan.