Estamos en temporada de despedidas y vacaciones dejando atrás cursos y actividades, como casi siempre, de manera gastronómica.
Ya en otras clausuras, Salcines, nos invitó, como hoy, a degustar unas polcas de Torrelavega, además de compartir parte de sus experiencias en las conferencias semanales, en las que aprendemos constantemente, departimos y aportamos cada uno, las diversas aptitudes y costumbres, la historia más reciente o incluso, la de siglos atrás. Esta tarde, acompañamos estos pastelitos con sabrosas y aromáticas infusiones, entre ellas el café, todas ellas poseen ese toque amargo, que fue el contraste perfecto para degustar mejor las esencias y texturas del dulce.
Pues bien, nos recuerda la procedencia de estos pastelillos, que no son precisamente del lugar más famoso de la ciudad, cuna de la Cofradía del Hojaldre, haciéndonos salivar a la espera de la degustación. Asevera y aprecia una cualidad especial que aporta el maestro pastelero al elaborarlos, alumno aventajado de uno de los más famosos obradores y reposteros del lugar, que fue precursor hace muchos años, de algunos cambios para mejorar este producto.
Estos pequeños y rectangulares dulces típicos de Torrelavega, formados por múltiples y finísimas láminas de hojaldre. El primer bocado se iba deshaciendo en suaves crujidos, esparciéndose por todo el espacio interior de la boca; las papilas gustativas recogían las esencias de su composición. Una harina ahora tostada, que envolvió en el amasado manual y de rodillo, la auténtica mantequilla, junto con el toque del condimento salino indispensable para la repostería; laminada después, una y otra vez, y así conseguir que cada vuelta, quede convertida con ayuda del horneado, en varias capas finas y delicadas, tanto como las alas de una mariposa.
Quedaba en la boca un único espacio y servía para paladear la capa del dulce, mezcla batida de azúcar glasé, clara de huevo, sal y una pizca de vinagre. Este techado uniforme que cubre el hojaldre, se muestra independiente del otro componente, agolpándose casi deshecha por el contacto con la saliva, en ese pequeño recorrido hacia la parte posterior de la boca, llegó al nacimiento de la lengua, cercano al conducto del oído, produjo en ese instante de tragar, un cierto escalofrío ante el inapreciable roce de ese azúcar refinado. En ese momento, se inundó repentinamente la boca de saliva, en la misma forma que al subir la marea, invadiría el agua del mar un agujero profundo en el barro.
Representa un placer al paladar casi voluptuoso. Nuestro estómago adquiere un toque de lirismo que sube y en el recorrido hacia los pulmones, los llena de aire, éste es expulsado seguidamente, en un suspiro satisfecho, llegan por último al cerebro; al igual que en los goces sensuales, exalta en oleadas extremas y sumadas a la ventura de las compañías –la adecuada en cada circunstancias-, se acrecienta.
Aquellas polcas desaparecían por ensalmo, silenciosamente, en el ir y venir de aquella cajita donde se alojaban, empujada por los presentes, resbalaba silenciosamente por encima de la mesa, donde todos nos convertíamos en magos en el arte de las desapariciones, extrayendo delicadamente y en silencio, cada uno de aquellos dulcecitos exquisitos, sensibles a cualquier presión.
Sin embargo, no se estropeó ninguno a pesar de tener nuestras manos la impericia de los años, los reumas o la ansiedad por probarlas. Una degustación compartida que transformó nuestras caras, satisfechos y recompensados doblemente, por el placer de aquellos dulces y la conversación, que como cada tarde de los miércoles, nos ofrece este disertador itinerante e incansable, Salcines.
La relajación hoy era más evidente de lo habitual.
Se hablaba del turismo en los años sesenta y setenta, los poquitos que acudían, tanto compatriotas como europeos; los más franceses y suecos.
Los señores hablaban de la admiración suscitada por lo liviano de las vestimentas de las extranjeras, su desparpajo y la apertura moral, que por supuesto, aquí se denominaban de muchas maneras, todas ellas malsonantes e insultantes, respecto a la decencia de antaño en nuestro país, supeditada a una castidad y censura casi monacal.
Algunos de los pocos veraneantes nacionales de alto rango, solían alquilar los escasos chalets del hoy hotel de La Barquera u otros que salpicaban la villa de San Vicente. Permanecían por tres meses veraneando y se traían con ellos a las chachas o, “marmotas” que llamaban aquí. Tiempos en los que trabajar con aquellos señorones poderosos, era una ayuda y hasta motivo de orgullo, solucionaba las necesidades de parte del año para una familia, a pesar del menguado sueldo y del trato servil. Muchos de aquellos operarios estivales fueron llevados por estos turistas a las ciudades de origen, a su servicio o, a ver mundo, según aquí se decía o creía. Las despedidas de sus familias y hogares de los emigrantes en el propio país, estaban llenas de temores y lágrimas. Muchos de ellos, al florecer la industrialización en los extrarradios de las grandes urbes, permanecieron allí hasta jubilarse y volver.
Una de aquellas primeras turistas, fue la francesa Luky. Permaneció fiel a los veraneos en esta población, alargándolos en el tiempo, hasta casi convertirse en una “pejina” de adopción.
Una mujer con una biografía apasionante, y que llamaba la atención en aquel entonces, por lo relajado de sus costumbres y otras filosofías de vida.
Trabajaba –según vamos sabiendo-, de modelo fotográfico y su aspecto exterior, parecía corroborar cierta pose y glamour, una mezcla de modernismo rozando lo snob. Comparada con la conducta de aquella nuestra vida, anclada en una treintena de años atrás y según el pensar de los más recalcitrantes de la época en cuestión: “esta mujer debería clamar el perdón divino, por incumplir las normas de la decencia y de la ética”; sin embargo, era normal en la Europa de los sesenta y setenta. Esos pequeños escándalos de tiempos pasados, producen hoy las carcajadas más hilarantes.
Conforme a un comentario de Salcines, cabía la posibilidad de que Luky hubiera traído a la actriz María Schneider de veraneo -entonces sería una niña-, que actuó con 19 años en la famosa película de 1.972, “El último tango en París”, al lado del actor Marlon Brando.
La que vino en más ocasiones, fue Marie-Christine Schneider, madre de la intérprete, entonces modelo de pasarela.
Pero esta historia seguirá si así lo dispone la protagonista. Luky, que vive en París. Suponemos, dará el visto bueno.
Es posible que aporte fotos de antaño.
Jesús y yo, nos hemos quedado con la miel en los labios, pero le pondremos un CONTINUARÁ.
En la revista “El Faro Barquereño”, hay tres entrevistas a esta gala llamada luky.
La única cosilla que dio a las polcas una nota triste, pudo ser el significado de clausurar las conferencias, si bien es cierto, que fue una despedida delicada, con ese dulce que contenía la famosa mantequilla, el componente protagonista y más espectacular de la película “El último tango en Paris”, unida al personaje interpretado por la joven actriz, María Schneider. ¡Cuánta gente iba hasta la Junquera para ya en Francia, visionar aquella filmación prohibida en España!, por cierto que pocos sabían francés –sonrío-; era otro tipo de “veraneo”.
Polcas, mantequilla e imaginación.
Ángeles Sánchez gandarillas ©
25-V-2011
Ya en otras clausuras, Salcines, nos invitó, como hoy, a degustar unas polcas de Torrelavega, además de compartir parte de sus experiencias en las conferencias semanales, en las que aprendemos constantemente, departimos y aportamos cada uno, las diversas aptitudes y costumbres, la historia más reciente o incluso, la de siglos atrás. Esta tarde, acompañamos estos pastelitos con sabrosas y aromáticas infusiones, entre ellas el café, todas ellas poseen ese toque amargo, que fue el contraste perfecto para degustar mejor las esencias y texturas del dulce.
Pues bien, nos recuerda la procedencia de estos pastelillos, que no son precisamente del lugar más famoso de la ciudad, cuna de la Cofradía del Hojaldre, haciéndonos salivar a la espera de la degustación. Asevera y aprecia una cualidad especial que aporta el maestro pastelero al elaborarlos, alumno aventajado de uno de los más famosos obradores y reposteros del lugar, que fue precursor hace muchos años, de algunos cambios para mejorar este producto.
Estos pequeños y rectangulares dulces típicos de Torrelavega, formados por múltiples y finísimas láminas de hojaldre. El primer bocado se iba deshaciendo en suaves crujidos, esparciéndose por todo el espacio interior de la boca; las papilas gustativas recogían las esencias de su composición. Una harina ahora tostada, que envolvió en el amasado manual y de rodillo, la auténtica mantequilla, junto con el toque del condimento salino indispensable para la repostería; laminada después, una y otra vez, y así conseguir que cada vuelta, quede convertida con ayuda del horneado, en varias capas finas y delicadas, tanto como las alas de una mariposa.
Quedaba en la boca un único espacio y servía para paladear la capa del dulce, mezcla batida de azúcar glasé, clara de huevo, sal y una pizca de vinagre. Este techado uniforme que cubre el hojaldre, se muestra independiente del otro componente, agolpándose casi deshecha por el contacto con la saliva, en ese pequeño recorrido hacia la parte posterior de la boca, llegó al nacimiento de la lengua, cercano al conducto del oído, produjo en ese instante de tragar, un cierto escalofrío ante el inapreciable roce de ese azúcar refinado. En ese momento, se inundó repentinamente la boca de saliva, en la misma forma que al subir la marea, invadiría el agua del mar un agujero profundo en el barro.
Representa un placer al paladar casi voluptuoso. Nuestro estómago adquiere un toque de lirismo que sube y en el recorrido hacia los pulmones, los llena de aire, éste es expulsado seguidamente, en un suspiro satisfecho, llegan por último al cerebro; al igual que en los goces sensuales, exalta en oleadas extremas y sumadas a la ventura de las compañías –la adecuada en cada circunstancias-, se acrecienta.
Aquellas polcas desaparecían por ensalmo, silenciosamente, en el ir y venir de aquella cajita donde se alojaban, empujada por los presentes, resbalaba silenciosamente por encima de la mesa, donde todos nos convertíamos en magos en el arte de las desapariciones, extrayendo delicadamente y en silencio, cada uno de aquellos dulcecitos exquisitos, sensibles a cualquier presión.
Sin embargo, no se estropeó ninguno a pesar de tener nuestras manos la impericia de los años, los reumas o la ansiedad por probarlas. Una degustación compartida que transformó nuestras caras, satisfechos y recompensados doblemente, por el placer de aquellos dulces y la conversación, que como cada tarde de los miércoles, nos ofrece este disertador itinerante e incansable, Salcines.
La relajación hoy era más evidente de lo habitual.
Se hablaba del turismo en los años sesenta y setenta, los poquitos que acudían, tanto compatriotas como europeos; los más franceses y suecos.
Los señores hablaban de la admiración suscitada por lo liviano de las vestimentas de las extranjeras, su desparpajo y la apertura moral, que por supuesto, aquí se denominaban de muchas maneras, todas ellas malsonantes e insultantes, respecto a la decencia de antaño en nuestro país, supeditada a una castidad y censura casi monacal.
Algunos de los pocos veraneantes nacionales de alto rango, solían alquilar los escasos chalets del hoy hotel de La Barquera u otros que salpicaban la villa de San Vicente. Permanecían por tres meses veraneando y se traían con ellos a las chachas o, “marmotas” que llamaban aquí. Tiempos en los que trabajar con aquellos señorones poderosos, era una ayuda y hasta motivo de orgullo, solucionaba las necesidades de parte del año para una familia, a pesar del menguado sueldo y del trato servil. Muchos de aquellos operarios estivales fueron llevados por estos turistas a las ciudades de origen, a su servicio o, a ver mundo, según aquí se decía o creía. Las despedidas de sus familias y hogares de los emigrantes en el propio país, estaban llenas de temores y lágrimas. Muchos de ellos, al florecer la industrialización en los extrarradios de las grandes urbes, permanecieron allí hasta jubilarse y volver.
Una de aquellas primeras turistas, fue la francesa Luky. Permaneció fiel a los veraneos en esta población, alargándolos en el tiempo, hasta casi convertirse en una “pejina” de adopción.
Una mujer con una biografía apasionante, y que llamaba la atención en aquel entonces, por lo relajado de sus costumbres y otras filosofías de vida.
Trabajaba –según vamos sabiendo-, de modelo fotográfico y su aspecto exterior, parecía corroborar cierta pose y glamour, una mezcla de modernismo rozando lo snob. Comparada con la conducta de aquella nuestra vida, anclada en una treintena de años atrás y según el pensar de los más recalcitrantes de la época en cuestión: “esta mujer debería clamar el perdón divino, por incumplir las normas de la decencia y de la ética”; sin embargo, era normal en la Europa de los sesenta y setenta. Esos pequeños escándalos de tiempos pasados, producen hoy las carcajadas más hilarantes.
Conforme a un comentario de Salcines, cabía la posibilidad de que Luky hubiera traído a la actriz María Schneider de veraneo -entonces sería una niña-, que actuó con 19 años en la famosa película de 1.972, “El último tango en París”, al lado del actor Marlon Brando.
La que vino en más ocasiones, fue Marie-Christine Schneider, madre de la intérprete, entonces modelo de pasarela.
Pero esta historia seguirá si así lo dispone la protagonista. Luky, que vive en París. Suponemos, dará el visto bueno.
Es posible que aporte fotos de antaño.
Jesús y yo, nos hemos quedado con la miel en los labios, pero le pondremos un CONTINUARÁ.
En la revista “El Faro Barquereño”, hay tres entrevistas a esta gala llamada luky.
La única cosilla que dio a las polcas una nota triste, pudo ser el significado de clausurar las conferencias, si bien es cierto, que fue una despedida delicada, con ese dulce que contenía la famosa mantequilla, el componente protagonista y más espectacular de la película “El último tango en Paris”, unida al personaje interpretado por la joven actriz, María Schneider. ¡Cuánta gente iba hasta la Junquera para ya en Francia, visionar aquella filmación prohibida en España!, por cierto que pocos sabían francés –sonrío-; era otro tipo de “veraneo”.
Polcas, mantequilla e imaginación.
Ángeles Sánchez gandarillas ©
25-V-2011
1 comentario:
Jo, Lines, me llenaste la boca de agua con la descripción de las polcas de Salcines. !Placer de dioses! Yo estaría clausurando cursos y cursillos el año entero. ¿Pero habrá cosa más delicada?
Si, yo conocí a Luky, aunque fue cuando la flor ya se marchitaba; pero conservaba el empaque, pues donde hubo fuego, siempre queda rescoldo.
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