Estos días de nordeste, no queda otra que efectuar, en las zonas interiores, recorridos protegidos de este feroz viento. Decidimos visitar el molino fluvial de Carrejo; lo primero nos acercarnos a la oficina de turismo de Cabezón de la Sal, indican que está cerrado por defectos de funcionamiento, muestran otros lugares a visitar ya conocidos. Seguimos la primera intención de ir hasta Carrejo.
Es una población de aspecto rural, posee un gran número de casonas solariegas, palacetes, ermitas, portaladas, enmarcado en el barroco popular cantabro. Se observa con sorpresa el cuidado de todas ellas, conservadas incluso con nuevas construcciones la altura, algunas dejaron el muro que rodeó antaño otras casonas o cuadras arruinadas.
Un paseo al sol, conversando relajadamente antes de la partida de una de mis amigas más aventureras, cualquier idea puede ser de su gusto, tanto de naturaleza, historia o simplemente añadir una caminata inesperada por cualquier bosque, a veces buscando algún lugar histórico olvidado, rescatado por ella de lecturas o fotografías casuales o antiguas.
Fuimos saliendo a la carretera sin aceras ni arcenes, tan justa a la circulación como la imaginación pueda admitir, vimos pasar los camiones grandes por ella con mil maniobras, un modo de no estropear las edificaciones antiquísimas de las orillas, pasa al “risquilín”, -rozando-.
Llegamos al molino, apreciando la comporta donde era encauzada el agua hacia la noria, así movía las grandes ruedas de piedra y molía el grano, en este caso maíz; data del s. XVIII. Más adelante hay un pequeño puente de madera sobre el río Saja, es un parque cuidado con la posibilidad de juego y solaz de grandes y pequeños, llega hasta el puente de Santa Lucía, patos, tritones, ranas pequeñísimas, en tiempos cangrejos de río y otros animalillos. Ella recordaba el tiempo en que sus hijos, disfrutaban de ese lugar.
Decidimos entrar en el parque o jardín de Carrejo, 30.000 metros cuadrados a disfrutar, árboles autóctonos centenarios, con un riachuelo cruzándole, posee albercas con acequias que recorrerían en tiempos toda la plantación, además fue empleado para la cría de truchas. Conserva la maquinaria para levantar la compuerta, una rueda con el engranaje, cadenas y manivelas, probé y aún funciona. La casa en piedra de sillería del s. XIX, tuvo en tiempos capilla y escudo.
A la entrada se comienza a vislumbrar esa arboleda de todo tipo de especies, algunos que desconozco, tamaños inmensos en altura y grosor; dos de ellos con las ramas saliendo del tronco expandidas y derechas, inclinadas y abundantísimos, quizá ronde los 25 metros de altura, espesos y con hoja grande tamaño de la mano, acorazonada, extraordinarios. Recuerdan las ilustraciones fantasiosas de los cuentos infantiles. Mientras recorremos un camino empedrado llevándonos a todos los rincones, desde el aparcamiento de bicicletas y tándem, a los mínimos sembrados de huerta demostrativa de cultivos de la zona y temporada.
Frutales como los manzanos de la verruga, con su rallado aspecto, un poco aplastadas, verdes apetitosas, manteniendo toda mi entereza ante la tentación de sustraer una y darle unos sabroso mordiscos, con esa acidez justa mezclada con su dulzor, me llegaba a la parte trasera de la garganta una inundación de saliva, mientras imaginaba ese placer en el paladar, ojeo la que hubiera cogido sin reservas, sin más… Me contuve; seguí calculando y reconociendo todas las especies que allí se mostraban en árboles enanos, cargados de fruta, perales, ciruelos, podados de modo y manera concreta, dando el aspecto de barrera vegetal.
Jazmines con su aroma embriagante y cargado, espadañas, nenúfares, mobiliario de descanso en consonancia con el entorno, madera y cristal; aves, un diminuto campo de fútbol, cancha de tenis, paz… Todo cuidadísimo, la sombra proporcionaba el suficiente y natural frescor, la sensación de vivir en otra época, quizá incluso en otro mundo, natural, exclusivo, sin ser molestados ni molestar. Hay algunos espacios reservados seguramente para los clientes de este hotel y parque privado, con doce habitaciones tan solo.
Salimos tras ese rato largo de agradable estancia en este edén cantabro, siguiendo dl camino y rodeando los muros interminables de este; finalizados, encontramos un riachuelo sonoro con patos nadando satisfechos y con graznido sordo y gutural que los identifica rápidamente, intenté sorprenderles con una imitación y sus ojos se volvieron curiosos ante aquel canto extraño. Su caminar en forma de pedaleo, moviéndose oscilantemente, con el justo equilibrio para no caerse, sobre todo si es rápido, verlos en ese caminar recuerda un poco a Charlot y su cachava.
Llegamos sin darnos ni cuenta, al barrio de La Cabroja en el mismo Cabezón, dándonos de frente con las vías del ferrocarril y a escasos metros de la estación. Dimos la vuelta y extendimos nuestra vista por los maizales, arboledas, las mieses y casonas, gentes en sus labores de recogida del campo cultivado, olores a hierba recién segada, a pitanza, oyendo los mugidos lejanos de algunas vacas, reclamando así su necesidad de ordeño ante sus ubres molestas, repletas de leche. Un valle rodeado por montañas, una parte de este encallejona los vientos invernales, con ese ulular del frío cortante y constante del aire.
Salimos de nuevo hasta el aparcamiento y retomamos el camino de vuelta por la antigua carretera general, entre parajes y bosques en las orillas, alguna iglesia y recuerdos de tiempos en los que esa sinuosa carretera, mareaba a nuestros hijos, martirizaba nuestro estómago y aburría de tanto tiempo sentados al volante para recorrer tan solo 67 kilómetros.
Ahora sin embargo, lo elegimos por su entorno natural y su frescor en el camino. Somos contradictorios en extremo. Al salir de Treceño vemos de nuevo la ermita de San Pedro, sin pensarlo dos veces, doy el intermitente derecho y subimos por el camino en cuesta. Llegadas arriba salgo del auto y llamo a diferente s puertas, nos miramos extrañadas, vemos en un panel la esquela de un vecino, comprendemos la situación. Ya nos rendíamos cuando aparecen en lo alto tres personas, preguntan nuestras intenciones.
Contestamos y sin más preámbulos nos guían hacia esta ermita románica del siglo XI, antes muestran en uno de sus domicilios, fotos del antes y el después del arreglo y remodelación.
Nos enseñan sarcófagos en piedra, una de ellas tiene la tapa hacia abajo, se ven varias inscripciones en ella, por el tamaño y grosor, nos da por pensar en alguno de los nombres importantes o de raigambre de antaño, la otra parte está troceada y vemos la forma vaciada en le interior, donde reposaría el cuerpo del difunto.
Vamos recorriendo el exterior del recinto, no contiene ningún canecillo ni adorno, está limpia en ese aspecto, mantiene la forma estructural del románico más sencillo y antiguo, rectangular de recias y lisas paredes. Son innecesarios los contrafuertes por su tamaño pequeño, una de las puertas con arco de medio punto, con sus dovelas bien colocadas y una sorpresa, tenían dos de ellas las mismas marcas de las tumbas.
Esa noche di con la razón, eran de las tumbas, destruidas y talladas para el arreglo de ese eremitorio. Al menos están ahí, que ya es algo. Lo confirmé en una información al respecto.
El interior, con una especie de hemiciclo donde el altar de aspecto sencillo, -una copia con grabado y adornos radiales imposibles de vislumbrar en la oscuridad, con forma de prisma rectangular y los dibujos, de Santa María de Lebeña-. Decían que se encontraron dos imágenes estropeadas, se restauraron y están en el Museo Diocesano de Santillana del Mar. Allí reposan dos reproducciones de estas, con colores fuertes y sus rostros del románico, sin apenas gestos.
El techo es de madera con sencillez y poca altura, tiene una de las troneras abierta al aire, forma de evitar humedades, aún así rezuma en el suelo y se nota su característico olor. Salimos mientras vemos en el exterior un trozo cementado, hay unos bancos y mesa de madera, plantaron uno arbolillos para dar sombra en un futuro a los posibles camperos. Han sido los sacerdotes de la zona quienes han promocionado la reparación del templo.
Todo empezó con la visita de un profesor y sus alumnos del un instituto de Cabezón de la Sal, sin embargo siempre estuvo a la vista en ese tramo de carretera, un gran enramado zarzal que dejaba asomar un poco de su parte alta, el resto quedaba desaparecido dentro, incluso parecía comido por la tierra.
Salimos en conversación sobre el recorrido de la llamada “Ruta de las ermitas” en esa la zona, posiblemente lo hagamos pronto, San Antonio y Santa Cruz serán las primeras de las seis. Hay también un humilladero en San Vicente del Monte y su calzada “la Cambera de los Moros”, extensa y bien conservada, en un trazado en zigzag y con una extensión de más de kilómetro y medio. Hay una exposición y explicación de la forma de trabajo y construcción en paneles y vitrinas, en la parte más alta de esta. Recomendable hacer este largo recorrido a pie, es volver a tiempos inmemoriales entre vegetación y montañas, irrumpiendo en la historia.
El entorno es precioso, verdes arboledas por todos lados, -en otoño se convierten en una extensa paleta de colores-, el monte Corona y su cajigal o el encinar de Treceño; la poca circulación regala un silencio produciendo sosiego y la paz perseguida por habitantes del mundanal ruido.
En este ayuntamiento valdáligo, han nacido personajes importantes en la historia de España, como Fray Antonio de Guevara, cronista y literato eclesiástico, una de sus obras, Epístolas Familiares. Tenía la cualidad de educar y moralizar de manera deleitosa, poseía un carácter investigador, dejó algunas frases para la posteridad, como por ejemplo: "El aconsejar es un oficio tan común que lo usan muchos y lo saben hacer muy pocos”.
Otro nacido en la zona fue Juan de Herrera, arquitecto, matemático y geómetra, influyó en la arquitectura de los siguientes siglos; algunas de sus obras fueron el Palacio de Aranjuez, Monasterio del Escorial o la Catedral de Valladolid.
Fray Silvestre de Escalante, explorador y descubridor de nuevos trazados y caminos, en México, California, USA, Arizona, describiendo y cartografiando esos territorios.
Jesús González, escritor costumbrista, cronista, humanista, gran conocedor de plantas y árboles tanto de jardinería o de la naturaleza autóctona, experimentador incansable y viajero infatigable.
Toca despedirse con la promesa de volver a dejar una dádiva, en la festividad del patrón en junio, San Pedro. Nos entregan ante nuestro pasmo, los tallos de una planta llamada Ruda, alargado y cubierto de hojitas verdes planas y un poco extendidas, pequeñas, dan frondosidad, salen estas ramificaciones desde el suelo acompañando el tallo. Dice la señora que da suerte o que aleja la mala, al cortarla su olor inunda los sentidos, desagradable y fuerte, advierte que se pasará, debemos colgarla tras la puerta de entrada. (Pienso que quizá ese olor sea quien elimine la mala suerte, no osará entrar en la casa por el aroma).
He indagado su utilidad medicinal además de los mágicos y fantásticos efectos, reparto a mis seres queridos una parte, advirtiendo ahora una fragancia diferente, recuerda al coco rallado. Agradecimos el paseo y la buena voluntad de los pocos habitantes de ese conservado poblado, el interés por mostrar parte de su patrimonio y las informaciones respecto a la ruta de las ermitas, un recorrido a pie por montes y bosques, repletos de vegetación centenaria, caminos, calzadas, riachuelos, paisajes silenciosos y bellos, será necesario emplear un día entero, se ha de ir aprovisionado con alimentos y agua.
Una tarde completa, soleada en ambientes sanos y tranquilos, donde la falta de los bovinos restablece en toda la provincia, una regresión agreste de todas estas praderías, convirtiéndose de nuevo en los bosques, montes y praderas naturales, de hace más de dos siglos; sin querer nos hemos convertido en conservacionistas y ecologistas, se ven de nuevo rebecos, zorros, ardillas, nutrias, aves rapaces e incluso pequeños pajarillos, con el trino delicado de los jilgueros.
Nos quedamos absortas mirando esas moles montañosas, algo habitual en toda la provincia, incluso dio por ello nombre a Cantabria, “La Montaña”, con la satisfacción de que la despedida al otro día, será con la mejor sensación. Volveremos en junio a cumplir la promesa, agradecer las atenciones y la confianza depositada, de las tres señoras confiadas y sonrientes, para llevarnos al lugar donde se guarda ese tesoro románico, abriéndonos las dos puertas de par en par, unas guías sorprendentes.
Gracias también por la Ruda.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera-San Pedro-Valdaliga
6 de septiembre de 2010
Es una población de aspecto rural, posee un gran número de casonas solariegas, palacetes, ermitas, portaladas, enmarcado en el barroco popular cantabro. Se observa con sorpresa el cuidado de todas ellas, conservadas incluso con nuevas construcciones la altura, algunas dejaron el muro que rodeó antaño otras casonas o cuadras arruinadas.
Un paseo al sol, conversando relajadamente antes de la partida de una de mis amigas más aventureras, cualquier idea puede ser de su gusto, tanto de naturaleza, historia o simplemente añadir una caminata inesperada por cualquier bosque, a veces buscando algún lugar histórico olvidado, rescatado por ella de lecturas o fotografías casuales o antiguas.
Fuimos saliendo a la carretera sin aceras ni arcenes, tan justa a la circulación como la imaginación pueda admitir, vimos pasar los camiones grandes por ella con mil maniobras, un modo de no estropear las edificaciones antiquísimas de las orillas, pasa al “risquilín”, -rozando-.
Llegamos al molino, apreciando la comporta donde era encauzada el agua hacia la noria, así movía las grandes ruedas de piedra y molía el grano, en este caso maíz; data del s. XVIII. Más adelante hay un pequeño puente de madera sobre el río Saja, es un parque cuidado con la posibilidad de juego y solaz de grandes y pequeños, llega hasta el puente de Santa Lucía, patos, tritones, ranas pequeñísimas, en tiempos cangrejos de río y otros animalillos. Ella recordaba el tiempo en que sus hijos, disfrutaban de ese lugar.
Decidimos entrar en el parque o jardín de Carrejo, 30.000 metros cuadrados a disfrutar, árboles autóctonos centenarios, con un riachuelo cruzándole, posee albercas con acequias que recorrerían en tiempos toda la plantación, además fue empleado para la cría de truchas. Conserva la maquinaria para levantar la compuerta, una rueda con el engranaje, cadenas y manivelas, probé y aún funciona. La casa en piedra de sillería del s. XIX, tuvo en tiempos capilla y escudo.
A la entrada se comienza a vislumbrar esa arboleda de todo tipo de especies, algunos que desconozco, tamaños inmensos en altura y grosor; dos de ellos con las ramas saliendo del tronco expandidas y derechas, inclinadas y abundantísimos, quizá ronde los 25 metros de altura, espesos y con hoja grande tamaño de la mano, acorazonada, extraordinarios. Recuerdan las ilustraciones fantasiosas de los cuentos infantiles. Mientras recorremos un camino empedrado llevándonos a todos los rincones, desde el aparcamiento de bicicletas y tándem, a los mínimos sembrados de huerta demostrativa de cultivos de la zona y temporada.
Frutales como los manzanos de la verruga, con su rallado aspecto, un poco aplastadas, verdes apetitosas, manteniendo toda mi entereza ante la tentación de sustraer una y darle unos sabroso mordiscos, con esa acidez justa mezclada con su dulzor, me llegaba a la parte trasera de la garganta una inundación de saliva, mientras imaginaba ese placer en el paladar, ojeo la que hubiera cogido sin reservas, sin más… Me contuve; seguí calculando y reconociendo todas las especies que allí se mostraban en árboles enanos, cargados de fruta, perales, ciruelos, podados de modo y manera concreta, dando el aspecto de barrera vegetal.
Jazmines con su aroma embriagante y cargado, espadañas, nenúfares, mobiliario de descanso en consonancia con el entorno, madera y cristal; aves, un diminuto campo de fútbol, cancha de tenis, paz… Todo cuidadísimo, la sombra proporcionaba el suficiente y natural frescor, la sensación de vivir en otra época, quizá incluso en otro mundo, natural, exclusivo, sin ser molestados ni molestar. Hay algunos espacios reservados seguramente para los clientes de este hotel y parque privado, con doce habitaciones tan solo.
Salimos tras ese rato largo de agradable estancia en este edén cantabro, siguiendo dl camino y rodeando los muros interminables de este; finalizados, encontramos un riachuelo sonoro con patos nadando satisfechos y con graznido sordo y gutural que los identifica rápidamente, intenté sorprenderles con una imitación y sus ojos se volvieron curiosos ante aquel canto extraño. Su caminar en forma de pedaleo, moviéndose oscilantemente, con el justo equilibrio para no caerse, sobre todo si es rápido, verlos en ese caminar recuerda un poco a Charlot y su cachava.
Llegamos sin darnos ni cuenta, al barrio de La Cabroja en el mismo Cabezón, dándonos de frente con las vías del ferrocarril y a escasos metros de la estación. Dimos la vuelta y extendimos nuestra vista por los maizales, arboledas, las mieses y casonas, gentes en sus labores de recogida del campo cultivado, olores a hierba recién segada, a pitanza, oyendo los mugidos lejanos de algunas vacas, reclamando así su necesidad de ordeño ante sus ubres molestas, repletas de leche. Un valle rodeado por montañas, una parte de este encallejona los vientos invernales, con ese ulular del frío cortante y constante del aire.
Salimos de nuevo hasta el aparcamiento y retomamos el camino de vuelta por la antigua carretera general, entre parajes y bosques en las orillas, alguna iglesia y recuerdos de tiempos en los que esa sinuosa carretera, mareaba a nuestros hijos, martirizaba nuestro estómago y aburría de tanto tiempo sentados al volante para recorrer tan solo 67 kilómetros.
Ahora sin embargo, lo elegimos por su entorno natural y su frescor en el camino. Somos contradictorios en extremo. Al salir de Treceño vemos de nuevo la ermita de San Pedro, sin pensarlo dos veces, doy el intermitente derecho y subimos por el camino en cuesta. Llegadas arriba salgo del auto y llamo a diferente s puertas, nos miramos extrañadas, vemos en un panel la esquela de un vecino, comprendemos la situación. Ya nos rendíamos cuando aparecen en lo alto tres personas, preguntan nuestras intenciones.
Contestamos y sin más preámbulos nos guían hacia esta ermita románica del siglo XI, antes muestran en uno de sus domicilios, fotos del antes y el después del arreglo y remodelación.
Nos enseñan sarcófagos en piedra, una de ellas tiene la tapa hacia abajo, se ven varias inscripciones en ella, por el tamaño y grosor, nos da por pensar en alguno de los nombres importantes o de raigambre de antaño, la otra parte está troceada y vemos la forma vaciada en le interior, donde reposaría el cuerpo del difunto.
Vamos recorriendo el exterior del recinto, no contiene ningún canecillo ni adorno, está limpia en ese aspecto, mantiene la forma estructural del románico más sencillo y antiguo, rectangular de recias y lisas paredes. Son innecesarios los contrafuertes por su tamaño pequeño, una de las puertas con arco de medio punto, con sus dovelas bien colocadas y una sorpresa, tenían dos de ellas las mismas marcas de las tumbas.
Esa noche di con la razón, eran de las tumbas, destruidas y talladas para el arreglo de ese eremitorio. Al menos están ahí, que ya es algo. Lo confirmé en una información al respecto.
El interior, con una especie de hemiciclo donde el altar de aspecto sencillo, -una copia con grabado y adornos radiales imposibles de vislumbrar en la oscuridad, con forma de prisma rectangular y los dibujos, de Santa María de Lebeña-. Decían que se encontraron dos imágenes estropeadas, se restauraron y están en el Museo Diocesano de Santillana del Mar. Allí reposan dos reproducciones de estas, con colores fuertes y sus rostros del románico, sin apenas gestos.
El techo es de madera con sencillez y poca altura, tiene una de las troneras abierta al aire, forma de evitar humedades, aún así rezuma en el suelo y se nota su característico olor. Salimos mientras vemos en el exterior un trozo cementado, hay unos bancos y mesa de madera, plantaron uno arbolillos para dar sombra en un futuro a los posibles camperos. Han sido los sacerdotes de la zona quienes han promocionado la reparación del templo.
Todo empezó con la visita de un profesor y sus alumnos del un instituto de Cabezón de la Sal, sin embargo siempre estuvo a la vista en ese tramo de carretera, un gran enramado zarzal que dejaba asomar un poco de su parte alta, el resto quedaba desaparecido dentro, incluso parecía comido por la tierra.
Salimos en conversación sobre el recorrido de la llamada “Ruta de las ermitas” en esa la zona, posiblemente lo hagamos pronto, San Antonio y Santa Cruz serán las primeras de las seis. Hay también un humilladero en San Vicente del Monte y su calzada “la Cambera de los Moros”, extensa y bien conservada, en un trazado en zigzag y con una extensión de más de kilómetro y medio. Hay una exposición y explicación de la forma de trabajo y construcción en paneles y vitrinas, en la parte más alta de esta. Recomendable hacer este largo recorrido a pie, es volver a tiempos inmemoriales entre vegetación y montañas, irrumpiendo en la historia.
El entorno es precioso, verdes arboledas por todos lados, -en otoño se convierten en una extensa paleta de colores-, el monte Corona y su cajigal o el encinar de Treceño; la poca circulación regala un silencio produciendo sosiego y la paz perseguida por habitantes del mundanal ruido.
En este ayuntamiento valdáligo, han nacido personajes importantes en la historia de España, como Fray Antonio de Guevara, cronista y literato eclesiástico, una de sus obras, Epístolas Familiares. Tenía la cualidad de educar y moralizar de manera deleitosa, poseía un carácter investigador, dejó algunas frases para la posteridad, como por ejemplo: "El aconsejar es un oficio tan común que lo usan muchos y lo saben hacer muy pocos”.
Otro nacido en la zona fue Juan de Herrera, arquitecto, matemático y geómetra, influyó en la arquitectura de los siguientes siglos; algunas de sus obras fueron el Palacio de Aranjuez, Monasterio del Escorial o la Catedral de Valladolid.
Fray Silvestre de Escalante, explorador y descubridor de nuevos trazados y caminos, en México, California, USA, Arizona, describiendo y cartografiando esos territorios.
Jesús González, escritor costumbrista, cronista, humanista, gran conocedor de plantas y árboles tanto de jardinería o de la naturaleza autóctona, experimentador incansable y viajero infatigable.
Toca despedirse con la promesa de volver a dejar una dádiva, en la festividad del patrón en junio, San Pedro. Nos entregan ante nuestro pasmo, los tallos de una planta llamada Ruda, alargado y cubierto de hojitas verdes planas y un poco extendidas, pequeñas, dan frondosidad, salen estas ramificaciones desde el suelo acompañando el tallo. Dice la señora que da suerte o que aleja la mala, al cortarla su olor inunda los sentidos, desagradable y fuerte, advierte que se pasará, debemos colgarla tras la puerta de entrada. (Pienso que quizá ese olor sea quien elimine la mala suerte, no osará entrar en la casa por el aroma).
He indagado su utilidad medicinal además de los mágicos y fantásticos efectos, reparto a mis seres queridos una parte, advirtiendo ahora una fragancia diferente, recuerda al coco rallado. Agradecimos el paseo y la buena voluntad de los pocos habitantes de ese conservado poblado, el interés por mostrar parte de su patrimonio y las informaciones respecto a la ruta de las ermitas, un recorrido a pie por montes y bosques, repletos de vegetación centenaria, caminos, calzadas, riachuelos, paisajes silenciosos y bellos, será necesario emplear un día entero, se ha de ir aprovisionado con alimentos y agua.
Una tarde completa, soleada en ambientes sanos y tranquilos, donde la falta de los bovinos restablece en toda la provincia, una regresión agreste de todas estas praderías, convirtiéndose de nuevo en los bosques, montes y praderas naturales, de hace más de dos siglos; sin querer nos hemos convertido en conservacionistas y ecologistas, se ven de nuevo rebecos, zorros, ardillas, nutrias, aves rapaces e incluso pequeños pajarillos, con el trino delicado de los jilgueros.
Nos quedamos absortas mirando esas moles montañosas, algo habitual en toda la provincia, incluso dio por ello nombre a Cantabria, “La Montaña”, con la satisfacción de que la despedida al otro día, será con la mejor sensación. Volveremos en junio a cumplir la promesa, agradecer las atenciones y la confianza depositada, de las tres señoras confiadas y sonrientes, para llevarnos al lugar donde se guarda ese tesoro románico, abriéndonos las dos puertas de par en par, unas guías sorprendentes.
Gracias también por la Ruda.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera-San Pedro-Valdaliga
6 de septiembre de 2010
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