Al fin después de muchos años deseándolo, he subido al campanario de nuestra iglesia mayor.
Nunca subí y los pocos recuerdos son de lo escuchado a otros, esa especie de aventura, miedos en la oscuridad, sombras que parecían moverse, ratones y cantidad de objetos silenciosos o los tropezones contra las osamentas que estaban arrumbadas en ese suelo abombado, hacia la parte media y menguada del tejado.
Fue catalogada en 1.931 como Monumento Histórico Artístico Nacional, (Bien de Interés cultural). Está en la parte más alta de la colina de la península, en un espectacular entorno rodeado por las dos rías y dentro de la muralla defensiva del siglo XIII y también sobre el antiguo asentamiento romano, Veresueca. La parte que hoy visitaré es el cuerpo añadido neogótico del XIX, sobre la torre fortaleza del románico.
Paso acompañada de la sacristana por la puerta principal, una de las tres que posee, canecillos, arquivoltas, algunos monstruosos y signos cabalísticos del románico, mezclada con iconografía gótica, juglaresca y obscena. Subidos estos escalones dejamos atrás la puerta de madera antiquísima, con su llave de hierro macizo que superará el medio kilo de peso, pisando sobre las maderas de las tumbas de los fieles de entonces. Es de las pocas iglesias que mantiene este suelo; cuando se necesitaban más huecos, se subían los restos al sotabanco y al cementerio en la parte oeste. La verdad que es monumental ver esas tres naves, la central presidida por el retablo mayor imponente, con columnas salomónicas y su ábside, -la torre donde subiremos se encuentra apoyada en él-, policromado y brillos en oro y plata. Cuenta en imágenes parte de la biblia, pues de aquella apenas sabían leer unos pocos, la misma labor informativa de los canecillos o grabados en capiteles, tímpanos, en entradas y exteriores de los templos, por ejemplo.
Antes de ir al campanario me muestran diferentes tesoros, restos del retablo estropeados, sillones, misales incunables y otros mas modernos, de tamaño y peso solo soportables por los fuertes atriles que los sostienen habitualmente, lecturas en latín en escritura tipo gótica, con el comienzo del primer párrafos en una letra capital o capitular, grande y adornada en formas y maneras espectaculares, ricas en contrastes y adornos, en tinta negra y roja intacta. Forrados en piel repujada, gruesa, refuerzos metálicos en las portadas, cierres y cantoneras en las esquinas, a veces en redondos detalles grabados, con ese olor característico de papel combinado con el cuero viejo.
Una pequeña imagen de madera estropeada, conserva los relieves del hábito, su cordón alrededor de la cintura y la capucha apoyada en la espalda, la recogieron de una de los enterramientos y a pesar de ello, está en bastantes buenas condiciones, ni se sabe las veces que ha cumplido la centena, sillones, molduras, cálices, telas antiquísimas, todo lo retirado por cambios o inseguridad, estando a buen recaudo.
El acceso está en la parte trasera, al abrir la estrecha puerta de madera quedan a la vista, unos pequeños escalones de la época en piedra en forma de escalera de caracol, en esta torreta estrecha están pegados a la pared de un grosor importante. Al llegar arriba se abre a un espacioso lugar, con el tejado arreglado y el suelo limpio de restos que imaginaba. Hemos de caminar por toda la largura de la nave central hasta llegar a la torre, hoy espadaña.
Ojeo los útiles y figuras para hacer el Belén navideño, este año con la replica de nuestro Castillo del Rey y parte de sus murallas; es obra de nuestra artesana, encuadernadora y decoradora, nada le parece irrealizable y siempre sin ánimo de lucro. Además del castillo, en tiempos se cambió la “Estrella de Belén” por la “estela cantabra” iluminada; una manera de aportar nuestra población y costumbres, a la representación del nacimiento de Jesús Dios.
Pasamos por este suelo elíptico entre tejas, sostenes, tableros, ménsulas o vigas, tenía polvo blanquecino desprendido por el cemento; hay una brecha cerrada por donde bajaron los restos y basuras en un arreglo del tejado, rompiendo la bóveda de la nave izquierda, para bajar fácilmente todo ello. Se puede ir totalmente erguido, con la precaución de no tropezarse por las aperturas de tramo a tramo.
Saber que caminábamos sobre las bóvedas de crucería de la nave central y más alta, sobre los pilares y columnas, hornacinas, el retablo mayor con el Sagrario, advirtiendo los agujeros por donde pasa el cordón para sujetar las lámparas y la cuerda para hacer tañer las campanas-, ábsides, capillas o quizá sobre algún delicado y artístico tercelete, en definitiva todo el arte en ese techo altísimo, contemplado al levantar nuestra mirada al entrar en la iglesia, al lado mismo de las gárgolas y canecillos. Todo a nuestros pies, bajo nosotros, es posible sea demasiado “elevado” para mi imaginación, no lo hubiera ni soñado siquiera, sentirse sobre el cielo casi, a sabiendas que las imágenes venerables o sagradas, están por debajo de nosotros siempre subidas en las alturas inalcanzables de retablos inmensos.
Son sensaciones extrañas, nuevas.
Antes de Franquear el agujero hacia la torre y campanario, pisamos redondos objetos oscurecidos, secos, huecos y crujientes; pregunto y dice que serán excrementos de las lechuzas. Recuerdo que vi en algún lugar esas masas de tamaño similar a una ciruela, son los restos de roedores que tragan enteros, regurgitan lo no digerible. Ahora entiendo la falta de ratones por ese lugar.
El aire se cuela por las troneras y algunas aberturas, se agradece por el calor del recorrido hasta aquí; cada vez veo más cercano el momento tan esperado, una escalera de hierro en caracol estrecha y redonda, nos eleva paso a paso a lo más alto. La claridad es cada más patente, el aire más fresco, mi cabeza sale a ese lugar soñado, al cielo de mi pueblo.
Está plagada de las blanquecinas defecaciones de las palomas, al punto de parecer las pinceladas de un trastornado pintor de óleos, haciendo escupir de los tubos chorros incesantes, gruesos, o de sus pinceles, trazos estrechos y expandidos, pues han conseguido evacuar hasta en las lisas paredes, da igual donde apoyes las manos, está todo impregnado.
Lo primero que veo es el suelo lleno de sedosos plumones y plumas, pues tengo los ojos a ras de este, una vez asomada la cabeza, llego casi ahogada por las ráfagas de aire, la emoción y quizá, hasta miedo de esa altura liberada de ataduras. Al fin estoy arriba, el corazón palpita, mis sienes se abomban y mis pies se comban, noto algo semejante al padecimiento de un mareo… Allí están las campanas, negras, inmensas, con el badajo o lengua, de hierro dulce macizo, es el mejor para este cometido, -pesará más de 15 kilos, uno se rompió cayendo hasta suelo hace poco-, lo cambiaron por otro, compuesto de hierro y madera, al pesar menos quizá el desgaste sea menor, previniendo también una caída y evitar males mayores en esa hipótesis, le sujetan a una cadena. Desde semejante altura, hasta el peso de una manzana produciría lesiones importantes.
Tiene un electro martillo oxidado y estropeado, al otro lado una rueda impulsada con motor de transmisión, el tamaño puede ser de casi un metro de diámetro, con la correa tirante a otra al tractor, este tapado con un objeto de plástico, así evitan sobre la máquina, las inclemencias del tiempo y la suciedad que dejan las aves. .
Son dos campanas –primero “nolana” y en época medieval su nombre era “clooca”-, de yugo de hierro, sus extremos recorren el canal de apoyo sobre los lados, hasta quedar anclado en la parte más baja y ancha, de la que no podrá escaparse. Sujetas al yugo por unos grandes tornillos de rosca, adornado este con una tira lisa y plana, parece una corona sobre la cabeza campanil, al aire, con relieve y forma de sombrero de copa, en los vértices superiores se alojan dos círculos adornando.
Tiene inscripciones, estas dejan leer la procedencia de fabricación, el taller de José Ortiz Alo¿nso?, en la localidad de Meruelo –Trasmiera- Sietevillas- donde se construyeron; puede datarse en una de ellas, rondando los años 30 ´0 50, tiene grabada una frase que casi no se lee y rodea la campana por el otro lado, dice parte de ella: “Sagran Angels”, además de un ángel o pájaro, hojas y plantas.
En la otra se lee correctamente la fecha, 1937, aquí la frase está más clara y puede ser un de las que habitualmente trazan; “LAUDATE DOMINUM IN CIMBALIS BENE SONANTIBUS“, “Alabad al Señor con címbalos afinados”; igualmente adornadas con los excrementos de las aves, resaltando sobre el casi negro de su aleación en bronce, estaño y plata, con el porcentaje necesario para un buen sonido.
Las gaviotas en vuelo, tan cercanas a nosotros que se oye el ruido producido por el movimiento de sus alas, expulsan el aire que recogen con un sonido de palmada sorda, al pasar por las plumas exteriores, deja al oído como la sacudida de una prenda grande de ropa, en ese único flasch, flasch, en el último movimiento, en el final de las alas de plumas separadas, el ruido del aire silbando en corto, entre el ralo plumaje más externo.
¡Qué maravilla!, el punto más alto de cualquier edificación, rondando los 40 metros de altura hasta las rías, por encima de tejados y arboledas, cercano a todo a puentes y carreteras, a la Barquera, la barra y la bocana del puerto, la entrada intermitente de los barcos que pescan sardina en los junios, mes apropiado para ese oficio, las playas y accidentes geográficos, los pueblos del ayuntamiento, montes, bosques, jardines y parques, todo parece estar cercano a nuestra mano.
Quizá esto no fuera valorable por los condenados en su balcón o cadalso, colgados del cuello hasta morir o enjaulados hasta la inanición a la intemperie, colgados de una barra de hierro, reducido a la mínima expresión en ese armazón de metal, rodeado de cuervos a la espera de sacarle los mismos ojos, dependiendo de la gravedad del delito o quizá bajo la ley de la Inquisición de antaño. Ni siquiera los centinelas oteadores, vigilantes ante cualquier movimiento de ataque por tierra o mar, en los fríos inviernos, podría valorarlo como hacemos ahora.
El aire se interna por la ropa y el pelo, atraviesa descarado cada tejido imponiendo su ley de frescura, a pesar de ello asomarse por los “claros” vacíos de 8 de las 10 campanas que lo componían y dejarse llevar por la imaginación, es inevitable pues ante nuestros ojos, están aún en pie las edificaciones centenarias del entorno, románicas, medievales, góticas, barrocas, aunándose las edificaciones modernas, un recorrido visual del que nació nuestra historia, nuestras gentes, sus actividades incluso la formación de este carácter especial, unificador y acogedor al paso de gentes, antes referido a los viajeros o navegantes, ahora hacia visitantes turísticos.
Mi guía me ofrece la posibilidad de subir aún más alto, a los dos huecos de campanas más altas. El acceso es sobre una escalera de hierro, completamente erguida en vertical sujeta a la pared, pasando por el espacio justo del cuerpo, declino para mejor ocasión, será en breve, esa imagen y los casi miedos de casi 6 metros mas de altura, sin protección, merecerá la pena. La palabra para definirlo será “libre”.
Esta mujer amable hasta decir basta, pues sus labores son otras, encargada junto con otras 11 personas de limpiezas, administración, flores, cuidados de la vestidura litúrgica para los ritos religiosos, pulir los útiles sagrados, gestionar horarios, conciertos, controlar las necesidades de la iluminación y velas, distribución del personal; siempre disponible para este servicio, aún siendo voluntario. Otra persona increíble, desinteresada y agradable, con todo el tiempo que se la demande sin horarios, constantemente de guardia sin descanso ni días libres.
El mundo está lleno de buenas gentes, creo que se esconden para evitar ser dañados.
Ángeles Sánchez gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
Junio de 2010
Nunca subí y los pocos recuerdos son de lo escuchado a otros, esa especie de aventura, miedos en la oscuridad, sombras que parecían moverse, ratones y cantidad de objetos silenciosos o los tropezones contra las osamentas que estaban arrumbadas en ese suelo abombado, hacia la parte media y menguada del tejado.
Fue catalogada en 1.931 como Monumento Histórico Artístico Nacional, (Bien de Interés cultural). Está en la parte más alta de la colina de la península, en un espectacular entorno rodeado por las dos rías y dentro de la muralla defensiva del siglo XIII y también sobre el antiguo asentamiento romano, Veresueca. La parte que hoy visitaré es el cuerpo añadido neogótico del XIX, sobre la torre fortaleza del románico.
Paso acompañada de la sacristana por la puerta principal, una de las tres que posee, canecillos, arquivoltas, algunos monstruosos y signos cabalísticos del románico, mezclada con iconografía gótica, juglaresca y obscena. Subidos estos escalones dejamos atrás la puerta de madera antiquísima, con su llave de hierro macizo que superará el medio kilo de peso, pisando sobre las maderas de las tumbas de los fieles de entonces. Es de las pocas iglesias que mantiene este suelo; cuando se necesitaban más huecos, se subían los restos al sotabanco y al cementerio en la parte oeste. La verdad que es monumental ver esas tres naves, la central presidida por el retablo mayor imponente, con columnas salomónicas y su ábside, -la torre donde subiremos se encuentra apoyada en él-, policromado y brillos en oro y plata. Cuenta en imágenes parte de la biblia, pues de aquella apenas sabían leer unos pocos, la misma labor informativa de los canecillos o grabados en capiteles, tímpanos, en entradas y exteriores de los templos, por ejemplo.
Antes de ir al campanario me muestran diferentes tesoros, restos del retablo estropeados, sillones, misales incunables y otros mas modernos, de tamaño y peso solo soportables por los fuertes atriles que los sostienen habitualmente, lecturas en latín en escritura tipo gótica, con el comienzo del primer párrafos en una letra capital o capitular, grande y adornada en formas y maneras espectaculares, ricas en contrastes y adornos, en tinta negra y roja intacta. Forrados en piel repujada, gruesa, refuerzos metálicos en las portadas, cierres y cantoneras en las esquinas, a veces en redondos detalles grabados, con ese olor característico de papel combinado con el cuero viejo.
Una pequeña imagen de madera estropeada, conserva los relieves del hábito, su cordón alrededor de la cintura y la capucha apoyada en la espalda, la recogieron de una de los enterramientos y a pesar de ello, está en bastantes buenas condiciones, ni se sabe las veces que ha cumplido la centena, sillones, molduras, cálices, telas antiquísimas, todo lo retirado por cambios o inseguridad, estando a buen recaudo.
El acceso está en la parte trasera, al abrir la estrecha puerta de madera quedan a la vista, unos pequeños escalones de la época en piedra en forma de escalera de caracol, en esta torreta estrecha están pegados a la pared de un grosor importante. Al llegar arriba se abre a un espacioso lugar, con el tejado arreglado y el suelo limpio de restos que imaginaba. Hemos de caminar por toda la largura de la nave central hasta llegar a la torre, hoy espadaña.
Ojeo los útiles y figuras para hacer el Belén navideño, este año con la replica de nuestro Castillo del Rey y parte de sus murallas; es obra de nuestra artesana, encuadernadora y decoradora, nada le parece irrealizable y siempre sin ánimo de lucro. Además del castillo, en tiempos se cambió la “Estrella de Belén” por la “estela cantabra” iluminada; una manera de aportar nuestra población y costumbres, a la representación del nacimiento de Jesús Dios.
Pasamos por este suelo elíptico entre tejas, sostenes, tableros, ménsulas o vigas, tenía polvo blanquecino desprendido por el cemento; hay una brecha cerrada por donde bajaron los restos y basuras en un arreglo del tejado, rompiendo la bóveda de la nave izquierda, para bajar fácilmente todo ello. Se puede ir totalmente erguido, con la precaución de no tropezarse por las aperturas de tramo a tramo.
Saber que caminábamos sobre las bóvedas de crucería de la nave central y más alta, sobre los pilares y columnas, hornacinas, el retablo mayor con el Sagrario, advirtiendo los agujeros por donde pasa el cordón para sujetar las lámparas y la cuerda para hacer tañer las campanas-, ábsides, capillas o quizá sobre algún delicado y artístico tercelete, en definitiva todo el arte en ese techo altísimo, contemplado al levantar nuestra mirada al entrar en la iglesia, al lado mismo de las gárgolas y canecillos. Todo a nuestros pies, bajo nosotros, es posible sea demasiado “elevado” para mi imaginación, no lo hubiera ni soñado siquiera, sentirse sobre el cielo casi, a sabiendas que las imágenes venerables o sagradas, están por debajo de nosotros siempre subidas en las alturas inalcanzables de retablos inmensos.
Son sensaciones extrañas, nuevas.
Antes de Franquear el agujero hacia la torre y campanario, pisamos redondos objetos oscurecidos, secos, huecos y crujientes; pregunto y dice que serán excrementos de las lechuzas. Recuerdo que vi en algún lugar esas masas de tamaño similar a una ciruela, son los restos de roedores que tragan enteros, regurgitan lo no digerible. Ahora entiendo la falta de ratones por ese lugar.
El aire se cuela por las troneras y algunas aberturas, se agradece por el calor del recorrido hasta aquí; cada vez veo más cercano el momento tan esperado, una escalera de hierro en caracol estrecha y redonda, nos eleva paso a paso a lo más alto. La claridad es cada más patente, el aire más fresco, mi cabeza sale a ese lugar soñado, al cielo de mi pueblo.
Está plagada de las blanquecinas defecaciones de las palomas, al punto de parecer las pinceladas de un trastornado pintor de óleos, haciendo escupir de los tubos chorros incesantes, gruesos, o de sus pinceles, trazos estrechos y expandidos, pues han conseguido evacuar hasta en las lisas paredes, da igual donde apoyes las manos, está todo impregnado.
Lo primero que veo es el suelo lleno de sedosos plumones y plumas, pues tengo los ojos a ras de este, una vez asomada la cabeza, llego casi ahogada por las ráfagas de aire, la emoción y quizá, hasta miedo de esa altura liberada de ataduras. Al fin estoy arriba, el corazón palpita, mis sienes se abomban y mis pies se comban, noto algo semejante al padecimiento de un mareo… Allí están las campanas, negras, inmensas, con el badajo o lengua, de hierro dulce macizo, es el mejor para este cometido, -pesará más de 15 kilos, uno se rompió cayendo hasta suelo hace poco-, lo cambiaron por otro, compuesto de hierro y madera, al pesar menos quizá el desgaste sea menor, previniendo también una caída y evitar males mayores en esa hipótesis, le sujetan a una cadena. Desde semejante altura, hasta el peso de una manzana produciría lesiones importantes.
Tiene un electro martillo oxidado y estropeado, al otro lado una rueda impulsada con motor de transmisión, el tamaño puede ser de casi un metro de diámetro, con la correa tirante a otra al tractor, este tapado con un objeto de plástico, así evitan sobre la máquina, las inclemencias del tiempo y la suciedad que dejan las aves. .
Son dos campanas –primero “nolana” y en época medieval su nombre era “clooca”-, de yugo de hierro, sus extremos recorren el canal de apoyo sobre los lados, hasta quedar anclado en la parte más baja y ancha, de la que no podrá escaparse. Sujetas al yugo por unos grandes tornillos de rosca, adornado este con una tira lisa y plana, parece una corona sobre la cabeza campanil, al aire, con relieve y forma de sombrero de copa, en los vértices superiores se alojan dos círculos adornando.
Tiene inscripciones, estas dejan leer la procedencia de fabricación, el taller de José Ortiz Alo¿nso?, en la localidad de Meruelo –Trasmiera- Sietevillas- donde se construyeron; puede datarse en una de ellas, rondando los años 30 ´0 50, tiene grabada una frase que casi no se lee y rodea la campana por el otro lado, dice parte de ella: “Sagran Angels”, además de un ángel o pájaro, hojas y plantas.
En la otra se lee correctamente la fecha, 1937, aquí la frase está más clara y puede ser un de las que habitualmente trazan; “LAUDATE DOMINUM IN CIMBALIS BENE SONANTIBUS“, “Alabad al Señor con címbalos afinados”; igualmente adornadas con los excrementos de las aves, resaltando sobre el casi negro de su aleación en bronce, estaño y plata, con el porcentaje necesario para un buen sonido.
Las gaviotas en vuelo, tan cercanas a nosotros que se oye el ruido producido por el movimiento de sus alas, expulsan el aire que recogen con un sonido de palmada sorda, al pasar por las plumas exteriores, deja al oído como la sacudida de una prenda grande de ropa, en ese único flasch, flasch, en el último movimiento, en el final de las alas de plumas separadas, el ruido del aire silbando en corto, entre el ralo plumaje más externo.
¡Qué maravilla!, el punto más alto de cualquier edificación, rondando los 40 metros de altura hasta las rías, por encima de tejados y arboledas, cercano a todo a puentes y carreteras, a la Barquera, la barra y la bocana del puerto, la entrada intermitente de los barcos que pescan sardina en los junios, mes apropiado para ese oficio, las playas y accidentes geográficos, los pueblos del ayuntamiento, montes, bosques, jardines y parques, todo parece estar cercano a nuestra mano.
Quizá esto no fuera valorable por los condenados en su balcón o cadalso, colgados del cuello hasta morir o enjaulados hasta la inanición a la intemperie, colgados de una barra de hierro, reducido a la mínima expresión en ese armazón de metal, rodeado de cuervos a la espera de sacarle los mismos ojos, dependiendo de la gravedad del delito o quizá bajo la ley de la Inquisición de antaño. Ni siquiera los centinelas oteadores, vigilantes ante cualquier movimiento de ataque por tierra o mar, en los fríos inviernos, podría valorarlo como hacemos ahora.
El aire se interna por la ropa y el pelo, atraviesa descarado cada tejido imponiendo su ley de frescura, a pesar de ello asomarse por los “claros” vacíos de 8 de las 10 campanas que lo componían y dejarse llevar por la imaginación, es inevitable pues ante nuestros ojos, están aún en pie las edificaciones centenarias del entorno, románicas, medievales, góticas, barrocas, aunándose las edificaciones modernas, un recorrido visual del que nació nuestra historia, nuestras gentes, sus actividades incluso la formación de este carácter especial, unificador y acogedor al paso de gentes, antes referido a los viajeros o navegantes, ahora hacia visitantes turísticos.
Mi guía me ofrece la posibilidad de subir aún más alto, a los dos huecos de campanas más altas. El acceso es sobre una escalera de hierro, completamente erguida en vertical sujeta a la pared, pasando por el espacio justo del cuerpo, declino para mejor ocasión, será en breve, esa imagen y los casi miedos de casi 6 metros mas de altura, sin protección, merecerá la pena. La palabra para definirlo será “libre”.
Esta mujer amable hasta decir basta, pues sus labores son otras, encargada junto con otras 11 personas de limpiezas, administración, flores, cuidados de la vestidura litúrgica para los ritos religiosos, pulir los útiles sagrados, gestionar horarios, conciertos, controlar las necesidades de la iluminación y velas, distribución del personal; siempre disponible para este servicio, aún siendo voluntario. Otra persona increíble, desinteresada y agradable, con todo el tiempo que se la demande sin horarios, constantemente de guardia sin descanso ni días libres.
El mundo está lleno de buenas gentes, creo que se esconden para evitar ser dañados.
Ángeles Sánchez gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
Junio de 2010
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