martes, 14 de septiembre de 2010

EL SAUCE LLORÓN RIZOSO

Estos días ha habido fuerte viento de nordeste, tanto que incluso han levantado la alerta roja en la mar; no es para menos, está blanca del movimiento del agua por la fuerza del aire, no refleja en la superficie el color que viene del cielo, solo blancura de las incesantes sacudidas. Al dar contra la barra o las rocas, se oye un continuo chapoteo. Adormece si estás protegido de la potencia del temporal, con el sol acariciando, es inevitable cerrar los ojos en un gesto relajado.

Todo lo seca, todo lo mueve. Ofrece la oportunidad de dar un paseo por la Ronda, al abrigo del ventarrón y recorrer parte de la ría de Pombo y el Peral. Una plantación de pinos de hace casi cuarenta años, hace el entorno diferente a los recuerdos de muchísimos barquereños, tan distinto al paisaje autóctono de entonces. La otra parte de la marisma, con una gran plantación de eucaliptos.

Aún así, este paseo protegido por la alta península coronada por la iglesia, proporciona una visión diferente de las murallas y el templo, parece aún más imponente, sus muros adquieren sensaciones inexpugnables, cualidades de su situación defensiva y vigilante.

La entrada está adornada entre otros, con un sauce llorón de hojas rizadas, parece que alguien se pasó el tiempo en darle aspecto de permanente pues suele tener las hojas alargadas y lisas; pequeño, arrastrando sus ramas al encuentro del sol al sur, una cascada verde que parece salir y volver a la tierra, alegre a pesar de su nombre, -tiene una bonita leyenda-, su tronco muy corto de unos 30 centímetros, se divide en tres ramificaciones gruesas. Le da la sombra por el resto de los lados, por un par de hermosos y jóvenes plátanos ornamentales y un seto de la familia del ciprés, redondeado, bajo, de hojas amarillas en el centro y verde en los extremos, siempre peculiares, suaves, frescas al tacto, cada una en forma triangular, separada en flecos con relieves desiguales; rezuman a veces savia grasosa,

Detrás de ellos un ciprés común en su crecimiento cónico, estilizado y elegante hacia las nubes, rodean también la explanada ante el polideportivo, una zona para niños, columpios, juegos de mesa, toboganes, todo en colores alegres y fuertes, canchas de tenis, etc., todo ello al aire libre, limitada ante la ría por cipreses o quizá setos que han dejado elevarse.

Antes eran pequeñas huertas inclinadas, con cierto orden, pastos reducidos para vacas u ovejas y con árboles frutales. Entre la vegetación hay un pozo que por las informaciones recogidas, podría ser de épocas anteriores al fuero; hoy invisible por lo asilvestrado del lugar. La iglesia esta sobre un peñasco o castro inmensamente grande, incluso difícil de ascender, excepto por un camino que sale de la puerta de paso a los peregrinos y caminantes de antaño y la de salida, abocada al ayuntamiento.

Han dejado paseable ese tramo hace ya muchos años, un lugar visitado en épocas frías, primero por la protección de este viento y segundo, porque se aprovecha el sol hasta el último rayo en su ocaso. Rescataron y colocaron amurando, así protege doblemente de las mareas y derrumbe de la senda; instalaron unos bancos de piedra, de diseño sencillo rectangular y redondeado en sus extremos, sólidos, para protegerlos de gamberradas y la imposibilidad de lanzarlos a la ría. Tomaron esa precaución porque a la vez de ser un lugar acogedor, podría atraer a los pocos bárbaros que destruyen por destruir.

Eso sucedió con un pequeño puente de madera construido en este mismo entorno, pasaba por encima de las antiguas compuertas, hasta el principio del muro que evitaba la entrada de agua salada. Hace más de un siglo -1860-, comenzó la desecación de esta para preparar zonas de cultivo, de manos de un ganadero de entonces, su apellido Pombo, ha dado nombre a la ría.

Las tierras según contaba una abuela de 110 años, eran un autentico vergel, protegidas de los vientos y regadas por el río Gandarilla; este servía para mover los molinos de agua y además se encauzó hacia las compuertas, de esa manera desahogaba su caudal; evitando con ellas y los muros, se anegaran y perdieran los terrenos de cultivo. En la guerra civil, se destruyó parte de él y se perdieron todas las tierras por el arrastre de las mareas, corrientes y el mismo río.

Allí pescaban mubles asalmonados con una garaveta, a “robu”, tirando constantemente de ella para atraparlos según pasaban por el canal estrecho de las compuertas.

La vegetación está tragando el entorno antes al servicio del hombre, zarzales, siempreverde o arbustos de las flores de San Juan, hierbas, ramificaciones, enredaderas, yedras, lianas que se enredan sinuosas por los troncos de laureles o una especie del tilo, venas leñosas recorriendo toda su altura y absorbiendo los nutrientes del árbol, las ramas y hojas prácticamente desaparecidas bajo ellos. Pueden llegar a medir 8 ó 10 metros de altura, tanto como los árboles que tapan, convirtiéndose en una muralla verdosa.

Se ve en las zarzamora espinosas los frutos efectuando todos sus ciclos, incluso en una misma vara; desde la yema a la apertura de su corola en 5 pétalos de una flor rosa blanquecina en su nacimiento y cientos de estambres, una vez desprendida la flor, nacen los frutos en principio verdes, pasan de asalmonados a rojos y al final los maduros de un color negro brillantes, algunos por efecto del sol, mucho más granados y grandes. Cuando se recogen maduras, dejan unas manchas de color vino oscuro en los dedos, queda impresa en las manos, piel y uñas, la ropa o los cueros. Cuelgan rodeando las copas de estas arboledas en abrazo completo, los racimos apretados, recubriendo y sumándose a la enredadera común. Son alimento para aves y otros animalillos y del placer humano por ese fruto montés.

En el camino se alían con las urticantes ortigas, los punzantes cardos borriqueros y todos los vegetales normales de un prado como la milenrama, en una zona ya casi silvestre, pretendiendo cerrar el paso. Parecen querer conquistar el pequeño sendero y pasar al otro lado, un feudo de pinchos, irritantes plantas y floresta ya condensada. Para subir el repecho de la cuesta, hay escalonados pasos de piedra, tierra repisada y de las raíces asomadas alargándose, en busca de alimento y agua; produce cierta facilidad en la subida. Los “saúcos” son los vencedores de esta guerra vegetal, se establecen solitarios y dan significado de independencia y vigor.

Predomina el pino común de rápido crecimiento, no poseen casi tierra por ser zona rocosa y su vida va decayendo, resecos y adornados con unas pequeñas crestas verdes y piñas colgadas en las ramas desnudas, -aparecen como los muñones, deformaciones o las verrugas, gigantescas en los cuerpos de aquellos contrahechos seres, expuestos en ferias estrambóticas y morbosas del siglo XIX.

Parecen mostrar el propio paso por la vida, la aspiración a envejecer como ese pino envejecido, siguen aportando vitalidad, piñas para el fuego o adorno, madera para el fuego de chimeneas y en ese penacho de la copa, refugio para las palomas torcaces u otras aves.

Se las oye comunicarse de uno a otro árbol en espera de respuesta, con su ¡hu, hu, huhu!, cansino y grave, se asustan al paso de los caminantes y vuelan con rapidez y precipitación. Hay muchas. A veces cruza algún gazapo, en ese recorrido presuroso destaca al trasluz su pelo suave y claro, reverberando en todo su contorno, sorprendidos, un pequeño un vistazo y desaparecen de la vista, bajo los enmarañado arbustos.

Llama la atención algunas de las plantas trepadoras, al menos cuatro diferentes, desde la común, la de campanillas que es más rastrera; otra que tiene la hoja más dura y brillante, con unos extendidos tallos tiernos terminado en una bola oscura. La última trepadora tiene en el extremo un penacho con semillas redondas y aceitunados, al abrirse nace una flor blanca, convertida después en despeluchada borla verde clara, da lugar a un retorcido bucle corto, blando, del mismo color, terminando seca en suavísima pelusa color ocre, que junto con la dejada por el cardo borriquero, se forma en el suelo por efecto del aire, racimos torneados, casi gaseosos.

Algunas de ellas se adueñan de tal manera de los pinos moribundos, que dan forma de cucurucho invertido coronado con alguna rama verde o simplemente los restos secos de las ramificaciones ya escuálidas.

El canal de la ría y desembocadura del río, está ahora en reposo por la bajamar, el nordeste no la mueve en ese lugar. Devuelve una imagen de espejo a todo, sobre manera alguna gaviota bajando en planeo a pescar, su blancura se empareja y aumenta en el reflejo azulado, es posible que se mire coqueta en esa imagen. Las barcas y canoas, dan el toque de progreso a ese entorno intemporal, con los vivos tonos de sus cascos.

El fango deja al descubierto al bajar la marea, diferente vegetación típica de las marismas, algas microscópicas, líquenes y seda de mar, abundante, apareciendo como una alfombra, en diferentes y variados tonos o en dibujos naturales y caprichosos, pasando de verdes hasta los casi marrones o arrubiados.

Es el escondite de algún caballito de mar, moluscos o alevines de los animales acuático. Demuestra la sanidad de este encuentro entre agua salada y dulce de la ría del Peral. El color esmeralda del agua, indica su friura, aún así se oye a lo lejos gritos de las pandillas de muchachos bañándose en el puerto.

En la lejanía cañizales, cohetes -juncos de la pasión- y juncos normales, esos que florecen por mayo, en grupos torneados de flores hacia la mitad, una sola hoja sale desde el nacimiento del tallo, alargada y abrazada a él. Los pescadores de entonces, cogían tres de ellos tiernos y formaba una trenza para llevar los pescados, pasaban este atado por la agalla y la boca, lo ataba y así no necesitaba cargar con cesta. Si no pescaban les evitaba incómodos atavíos, tan sólo la garaveta o el aparejo.

El puente de la Fuente Nueva, queda casi cubierto por árboles y vegetación, produce cierta ensoñación en un paisaje casi romántico, al sol y refugiado del frío viento. Es un lugar de paz, silencios y mundos interiores, donde se siente diferente. Los ruidos de motores encubiertos por el entrechocar de las hojas, la brisa hace castañetear y sonar los troncos, subiendo ufanos en su moribundo ascenso al cielo.

Es curiosa la claridad de este entorno, son innecesarias las gafas hipermétropes para leer adecuadamente, quizá sea la limpieza del ambiente a pesar del sombreado de la vegetación.

Se muestra en las mínimas laderas, pequeñas piedras y algunas rocas lascadas al aire, grandísimas. Los detalles más altos de la iglesia, tiene elementos decorativos con una estética parecida desde esta posición, a los adornos alargados que emplea Gaudí en alguna de su obras.

Lugar donde en ocasiones reposan, refugiándose tras los tocones de pinos arrancados en temporales de vendaval, gentes en apacibles siestas, pescadores o incluso nudistas. El pequeño repecho hasta la salida, es la puerta que aboca al albergue de los peregrinos, viajando en promesa hasta Santiago de Compostela. Antes de llegar a ella, se ve perfectamente el castillo y las murallas, pudiendo recorrerse antes o después del recorrido interior, por un saliente en el que los vigías de la fortaleza, oteaban en este recorrido o adarve, en busca de enemigos potenciales, con un foso natural e inmenso a marea llena, creado por las dos rías rodeándolo prácticamente. Algunos historiadores afirman que ya había murallas antes, esta fue construida a la concesión del fuero.

Hay tendida ropa, calzado limpio reposado en estanterías, un arbolillo justo en la entrada, rodeado por tres enormes pedruscos que nadie tendrá la posibilidad de mover; hay que sortearlos con cuidado para pasar al interior. Personas sentadas en un pequeño jardín leyendo o simplemente descansando, todos ellos pareciendo manifestar cierta paz interior.

Un lugar de baños antaño, pesca de cámbaros, manzanillas, madera para encender la lumbre, juegos, aventuras infantiles, románticos paseos de novios a refugio de las miradas censurantes de entonces, tardes de lecturas solitarias, cultivos y pequeños animales domésticos. Cuentan muchos recuerdos enlazados a ese lugar,

La Ronda de hoy, adornada su entrada con un sorprendente sauce rizoso.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
4 de septiembre de 2010

1 comentario:

Flor dijo...

Que enternecedor me ha resultado tu relato cuantas tardes de verano disfrute feliz en esa ronda,cuando era una chiquilla,me has devuelto con tus letras a una epoca de mi vida muy feliz,gracias,besitos.