martes, 21 de septiembre de 2010

AL MAR Y A SUS HOMBRES

Homenajear a esos hombres que se pasan casi toda su vida en el mar, muchas veces embravecido, hasta límites insospechados, debería ser empresa fácil.

Están viviendo en la fábrica; una fábrica que se mueve sin cesar y que a la hora finalizada de su trabajo no pueden ir a casa, con su familia. Siguen ahí, lejos de todo, y muchas veces hasta de su patria.

El único consuelo es que ahora, gracias a Dios, la técnica ha avanzado para bien de ellos y de todos. Los barcos son mas grandes y seguros, son unos medios de comunicación inimaginables hace tan sólo unos años; y los turnos para ir a su casa mucho más llevaderos.

Pero no nos engañemos, el más grande trasatlántico en medio del océano sigue siendo una "cáscara de nuez" y esos pescados tan ricos que nos comemos cuesta muchísimo trabajo pescarlos, y cada vez es más difícil con los caladeros un tanto esquilmados.

Como mujer de marino, que alguna experiencia he tenido, acompañando a mi marido en alguna travesía, puedo dar fe de lo que estoy diciendo.

En barcos mercantes grandes, a veces, las olas barrían la cubierta y salpicaban el puente de mando, dejando unos peces voladores, parecidos a sardinas con alas, esparcidos por el suelo. Por eso ya sé lo que es la "mar arbolada".

Pero el mar, todos sabemos que tiene esa belleza brutal, que tanto nos fascina, y que cuando está en calma es una auténtica delicia deslizarse sobre él y así poder disfrutar de una manera diferente del paisaje, que cambia por completo si estamos cerca de tierra.

Podríamos hablar del sinfín de tonalidades que puede adquirir, pero nos quedaremos con las imágenes de ver a los delfines acompañando la travesía de los barcos, con mil piruetas delante de la proa y a ambos lados del mismo, como contemplarlo desde tierra bramando contra las rocas o deliciosamente manso, reflejando como un espejo, puentes, barcos y montañas.

María Eulalia Delgado González ©
Septiembre 2010

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