jueves, 26 de agosto de 2010

LUNA LLENA


Esta noche he visto una luna preciosa, una brillante redondez enmarcada en un cielo oscuro con pocas estrellas, iluminaba. Buscada en amores juveniles, compañía de pasiones y románticos momentos, un seductor satélite.

Paseos alumbrados por ella, donde la vegetación adquiere una cierta luminosidad, permite caminar sin necesidad de otras luces artificiales. Hoy deja su hipnotizante fulgor en un agosto calimoso, donde asomarse a la ventana trae un alivio refrescante, acompañando, sin querer, de algún suspiro incontrolado, viendo las sombras de sus elevaciones o mares como el de la Tranquilidad por ejemplo, valles, de cráteres enormes producidos por impactos de meteoritos o de sus montañas y cordilleras.

Esas irregularidades nos devuelven una serie de gestos, formando a veces rostros completos, dependiendo de la cara mostrada por nuestra Selene o a la imaginación de cada espectador. Cuando éramos chicos la veíamos hasta enfadada, sonriente, bonachona o quizá seria, parte de ella asomada con timidez tras las nubes o arropándose detrás.

Decían en cuentos que afectaba a seres en metamorfosis complicadas, convirtiéndose en “hombres lobo”, con salida de pelo por todo su cuerpo, garras, caninos en bocas babosas y enormes, aullando en plenilunios brillantes y sumándose a nuestra fantasía, haciendo sangrientos desgarros en las carnes humanas, si era menester.

Miedos ancestrales, que van formando imágenes en nuestra cabeza, sobre todo si eres una cría y has de recorrer el trecho solitario, para llevar a la casa algún encargo, acongojada y rodeada de bosques, caminos oscurecidos aún más si cabe, en veredas flanqueadas por arboledas de larguísimos eucaliptos, introducido en el olfato ese aroma, oyendo por encima del sonido de las ramas, los reales lobos en sus llamadas lejanas, transportadas claramente en el espacio por un mínimo asurado aire, dejando eso aúllos claros y cercanos.

Aullidos escalofriantes poniendo la piel de gallina, empezando por el espinazo y recorriendo a parchazos tu piel, en antebrazos, en el pecho, en las posaderas, recorriendo el cuerpo como si se tratara de una brocha pintando el miedo, instalado encima de la espalda encogida, para ver si eres capaz de disminuir de tamaño, la cabeza siendo casi de tortuga metida entre los hombros, apenas puedes girarla, tampoco lo pretendes Quisieras cerrar los ojos para evitar echar una mirada, no quieres ver nada, nada, nada…, sólo quieres ver la luz que mantiene encendida tu padre en la entrada.

Respirando agitadamente y tratando de silenciar ese jadeo, a tanto, que duele el pecho y la cabeza del esfuerzo, casi mareado por la rapidez de ese respirar alocado, los papos subiendo y bajando a gran velocidad, los notas doloridos ya, añadiendo a ese miedo cerval un toque de ahogo añadiendo el dolor en el pecho y oyes aquel Ahúúúú más cercano… y casi mueres.

Y el tren salvador no pasa hoy, con el estruendo del convoy sobre los rieles, y la bocina que siempre toca el maquinista conductor, para saludarlos a todos y hoy tan necesitada, para asustar a ese monstruo que perseguía destrozarla. Esa luz que seguro le asustaría, ¿dónde estaba el tren, dónde?

El silencio era terrible, el agua del río silencioso, por la silente subida de la marea por el cauce arriba, llegaba hasta el puente y más arriba, algunos golpeteos contra la orilla dejando ondas circulares, las burbujas de los cámbaros y el chapoteo en los saltos de las lubinas. Se oía croar las ranas en las charcas del anillo de agua que rodea la “Isla” interior, lejana; algunas cigarras y el hu-hu reconocido de las lechuzas

El corazón se pone en la garganta -y a veces otras cosas, en mi caso creo que eran los ovarios-, y la sangre al estar tan arriba el músculo, bombeada en el cuello y las sienes, como las aguas del río arremolinadas en días de lluvia o como si abofetearan sin pausa, late, late…; latidos incesantes y manifiestos, sientes las venas a punto de reventar temiendo que suceda, porque seguirá mejor tu rastro debido a su buen olfato, en ese previsto y silencioso ataque. Estás seguro de su cercanía, lo hueles, huele a animal. –Eran las vacas cercanas-.

De pronto decides intentar correr, huir denodadamente y acercarte a la cuadra donde está tu salvador padre, le oyes silbar tranquilamente y no puedes gritar, tienes la boca seca, tampoco puedes tragar saliva, notas los ojos secos saliéndose de las órbitas, es posible que las cuerdas vocales se encuentren igualmente petrificadas porque rascan y corres, corres como si tu vida dependiera de ello.

Pasas el puente por fin, cada vez estás más cerca, tropiezas cayendo al suelo, sientes el aliento de aquel licántropo en el cuello, estás dando patadas en defensa de tu vida, las lágrimas saliendo por los lagrimales resquemando tu piel, más saladas porque estar deshidratada del horror, mueres y así lo quieres, para no sentir los bocados impregnados de la baba rabiosa del hombre o de lo que sea, quieres morir, si morir…, morir…, moooor…ir.

- Angelines hija, ¿que te pasa, te has hecho daño?, tranquila, tranquila, para quieta, me estás moliendo a patadas, pero si ni siquiera sangras mujer.

Reconoces a tu padre intentando levantarte del suelo. Habías caído justo a la puerta, no viéndole por estar cegada por el pánico, vas calmando poco a poco, miras la luna asomando la nariz entre el brazo y el cuerpo fuerte de tu padre, ahora parece sonriente desde las sombras de sus relieves y te guiña un ojo, riéndose de ti. La odias en ese momento. Rebozada en el polvoriento suelo al caer bañada en sudor, la hierba seca pegada al pelo revuelto y sucio, surcos bajando de tu cara dejados por el camino de las lágrimas tintadas de marrón, goteando al suelo, formando ondas en ese polvillo de barro seco, un auténtico espantapájaros, encontrando la respiración al ritmo reposado de siempre, tranquilizada por la presencia paternal.

- Suéltame el brazo “Chatuca”, me lo vas arrancar, a ver ¿dónde está la cesta para llevar las manzanas?

- ¡Dios, la cesta!, me la cargo con mamá.

- A ver, busca por ahí esa que trajo ayer tu hermano, ahora saco las maduras, porque si entras de esa manera, lo llenarás todo de mierda. Menos mal que no caíste en la “moñiga” de la “Garojos”. –Este nombre se le puso a una vaca, porque tenía unos pezones larguísimos, casi arrastraban; decía mi abuela que habrían de tumbarse en el suelo para ordeñarla-.

La había perdido en la carrera de los “quinientos metros obstáculos”. Notas también que la noche aún no había llegado, eran los árboles de las orillas quienes daban oscuridad. Al volver de la mano de mi padre, ves el corto recorrido. Tardasteis 4 minutos en llegar a casa, tu madre se pasma del aspecto roñoso.

- ¡Madre mía!, pareces una “pobruca”, tendría que pasar una “rasqueta” para limpiarte. ¡Estos críos! ¡Pero como puede ser que en 10 minutos vuelvas así! y ¿la cesta nueva?

Temí una gran bronca, volver a bañarme para cenar y encima un castigo, pero oí hablar a mis padres y ella se calmó rápidamente; riña y castigo no, pero del resto no me salvé. Solamente quería descansar tapada en la cama, con la luz encendida y sin cenar, no podía tragar nada. Al día de hoy, creo se mostró comprensiva por haber padecido también miedos.

¡La luna llena!, cuantas situaciones y vivencias. Esta fase lunar es el sol en la noche, la luz que alumbra en momentos de oscuridad, el resorte de revivir y saber que todo tiene una parte luminosa, viva. Según se dice, favorece partos, podas, regula periodos, altera los nervios, inspira a poetas y enamorados, produce miedos y ansiedades, la ocupación por países poderosos como estrategia de poder…

Seductora Selene, satélite causante de las mareas y cosas aún más difíciles: El amor.

La luna contraste de sentimientos, me quedo con los mejores y os abrazo, sintiéndome selenita de adopción.


Ángeles Sánchez gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
25 de agosto de 2010

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