jueves, 26 de agosto de 2010

I SOLISTI DELLA FILARMONICA ITALIANA


Te juro que todo lo referente a la música, me suena a chino. Pero anoche fui a ver este conjunto de cuerda, y entre lo que escuché y lo que ví, no se me hizo larga, la larga hora que duró la actuación.

Dios también tiene sus caprichos: cuando con la ayuda de mi padre quiso que yo viniera a este mundo, puso a cada lado de mi cabeza un par de ventiladores que ya quisieran para sí las compañías electro-eólicas que llenan de molinos de viento nuestras montañas. Yo casi no me había dado cuenta de ello porque como las tuve así desde que nací, siempre lo asumí con naturalidad. Fue un cabroncete vendedor de ajos en la feria de los Santos de Potes hace un montón de años, quien me sacó de mi ignorancia. Le compramos un kilo para plantarlos en el huerto, y mientras le pagábamos mi mujer le preguntó: ¿No serán de regadío, que se pudren todos cuando se siembran?- Seguro que no, vaya tranquila señora.- Pues fíjate bien en mí, que como me engañes, el año próximo vuelvo y te ajusto las cuentas. El hombre desde lo alto del camión respondió muy serio: De usted no se si me acordaré, pero del señor que la acompaña seguro que sí; tiene un par de orejas que no se olvidan tan fácilmente.

Pues mira lo que son las cosas, orejas me dio Dios para dar y tomar, en cambio de oído no me dio ni para cubrir el expediente. El oído le tengo mal por partida doble. Las notas del pentagrama musical son todas para mí como el goteo de un chaparrón. Apenas distingo los agudos de los graves. Si a esto añadimos que cada vez estoy más sordo, si me hablan bajo no oigo, y si hablan demasiado alto no entiendo porque me retumban las palabras.

Yo debo ser un poco tonto. Bueno, a lo peor no tan poco. Si del tamaño de mis orejas fue un vendedor de ajos quien me informó, de que tenía un oído inservible totalmente fue un compañero del servicio de “meteo” en mi época de la mili. Llevaba yo canturreando un rato largo mientras ordenaba unos mapas del archivo, cuando entró Enrique que estaba en el despacho contiguo, y con la mayor naturalidad del mundo me dijo: “González, no sabes cuanto daría yo por poder cantar así de mal. Hace media hora que te escucho atentamente por ver si por casualidad das una nota en su sitio, y no hay manera. Es una suerte poder hacerlo así de mal, porque creo que no habrá otro que te iguale”.

Dime tu a mí, con estos antecedentes que puedo sacar yo de la interpretación de seis violines, un violón y un violonchelo, por mucho que yo intentara agudizar mi sensibilidad acústica. Oye, que iban los intérpretes de “punta en negro”. Traje de tirantes negro hasta los pies las damas, y zapatos con tacón de quince centímetros y puntera con destellos. Con levita los caballeros y zapatos de charol, y una pajarita blanca junto a el almidonado cuello, que a juzgar por su tamaño más que pajarita era un paloma. Y Adagio va, Allegro viene, que si en Re mayor, o en Sol menor, hiciéronlo ellos lo mejor que supieron y la gente los aplació a rabiar.

Hubo dos solistas presentadas por el director Giancarlo de Lorenzo como algo extraordinario. Una fue Cecilia Loda tocando la mandolina. A mi el nombre de mandolina me suena a comedia bufa, y el contemplarla me arranca una sonrisa, porque en mi adolescencia se hicieron películas cómicas sobre los Amantes de Verona y la mandolina valió tanto para seducir a Julieta como para con ella repartir mamporros a los contrincantes del enamorado. Pero creo que en esta ocasión, la moza, (que de verdad era buena moza y de buen ver,) hizo uso acertado de ella a juzgar por los aplausos que le arrancó al público.

La otra solista fue Elena Contin, con flauta dulce. Cuando leí el programa pensé si la flauta sería de caramelo, por aquello de “dulce”, pero tampoco. Era una flauta normal, y a mi se me antojó que sonaba como el canto de los sapos en noche de primavera, pero con cadencia melodiosa. A esta la aplaudí hasta yo, porque me gusto lo que hizo, y porque era una real moza que nada tenía que envidiar a la anterior.

Fue para mi una suerte contemplar el espectáculo desde un lateral cercano porque no perdí ripio de los movimientos del director. ¡Menudo meneo de batuta! Los brazos siempre a la altura de los hombros y separados los dedos como plumas en ala de águila en pleno vuelo, marcaba el ritmo y las cadencias hasta con los gestos de la cara. Tan pronto estiraba toda su elasticidad corporal como se encogía buscando la forma fetal, y su mirada de lince saltaba de un rostro al otro de sus ocho músicos buscando el momento exacto de la nota justa.

Que me gustó a pesar de no tener oído ni entender un pimiento de corcheas, fusas, ni semifusas….


Jesús González González ©
25 de agosto 2010

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