lunes, 2 de agosto de 2010

LLEGÓ EL VERANO

Acabo de aprender que hoy es el primer día de mi vida, de aquí en adelante. No se si es que alguien me lo dijo, o que de repente lo descubrí por mí mismo. Seguramente me lo habían dicho en otra ocasión, y hoy, sin más, lo he recordado. Pero a que la cosa es bonita…? Sí, es como si de repente hoy empezaras a vivir, y sientes el deseo de apurar el cáliz para saborear hasta la última gota. Hoy es el primer día de mi vida de aquí en adelante, y mañana lo será también, y así al otro día, y al siguiente, y siempre mientras siga respirando. Siento ganas de prometerme a mí mismo que voy a vivir el resto de mis días disfrutando segundo a segundo el tiempo que me queda. ¿Seré capaz de hacerlo así? Al menos, el verano me invita a intentarlo.

Me dijo un amigo que la vida es la “sucesión de sucesos sucedidos sucesivamente”, y cuando vuelvo la vista atrás para ver lo que sucedió en la mía, lo único importante que recuerdo son las personas, especialmente las personas sencillas que pasaron ante mí sin pretensión alguna, y que se fueron dejándome escrito con su ejemplo de vida el camino correcto a seguir. Lo demás son situaciones y sus escenarios que te hacen agradable el momento pero apenas dejan huella.

Como de costumbre, cuando llega el mes de julio nos trae el buen tiempo del verano aunque este año le costó lo suyo. Las nubes puñeteras se pusieron necias y hasta hace apenas cuatro días no dejaron asomar al sol con todo su esplendor. Yo no se si el verano me gusta o no me gusta. Lo que si se es que de alguna manera altera un poco mi vida y supongo que también la de mucha más gente.

Sí, los días son largos y alegres, y las calles se llenan de gente. Las playas se saturan de sombrillas y toallas multicolor y las autopistas de vehículos que van y vienen siempre con esa prisa que el temor a ser detectada por el radar, aminora. Todo es luz y bullicio que parecen inyectar el contento en las gentes que se apresuran o deambulan, según su estado de ánimo, saboreando sus días de asueto. Pero con los años he aprendido también, que bajo esa capa festiva con que el verano todo lo cubre, se esconden montones de incomodidades:

La más notoria para mí, porque choco con ella a diario, es la falta de aparcamiento. Parece como si el calor en vez de dilatar las calles, las estrechara; y algunas veces después de buscar dos metros de tierra donde dejar el coche mirando incluso alrededor del polideportivo, he de regresar a situarle en La Romerona, cerca de casa; y como el que no se consuela, es porque no quiere, al cerrar las puertas suelo decirle al coche: "Al menos me subirás el último repecho".

Y pide a Dios que no llueva, ¡porque si llueve…! Los soportales se hacen intransitables. Las mesas de los restaurantes que tanto color y vida dan al lugar, son de repente como otro estorbo más, y se aferran a sus patas llorando y gritando los críos que piden otro helado más mientras las madres compran para sus cuerpos fundas de plástico en Mister 100. Mientras, los hombres leen los precios de las mariscadas, calculan los días que quedan, la gasolina del regreso, y terminan soltando un taco y diciendo que la vida es bella y que un día es un día, y que si para una vez que salen de vacaciones no se hace un exceso, más valdría quedarse en casa.

Oye, y los parches de chicle pegados al suelo van en aumento. Los he contado, y este año ya van como seiscientos veinte más. Y los dueños de los comercios tan panchos. Se quejan amargamente de que la gente viene cada vez con menos dinero, y claro, se acostumbran a verlo todo tan negro, que mil chicles más en el suelo, ni lo notan. A lo sumo, lo más que dicen es que lo limpie el ayuntamiento, que para eso le pagan los euros que pagan. ¡Hombre, no! Tu alquilas y pagas por la ocupación del lugar, no porque te hagan la limpieza del mismo.

La otra tarde nos fuimos de picoteo con unos amigos de Tenerife, y el dueño del local estuvo amabilísimo con nosotros. “Dar un paseo de diez minutos, que yo os guardo la primer mesa que quede vacía”. Y nos la guardó. ¡Pero una, y no más, Santo Tomás! Los chipirones encebollados parecían del día anterior porque estaban fríos como auténticos cadáveres que eran. El pulpo a la gallega, ni pulpo ni gallega, de no ser que llamaran gallega a la tabla donde lo sirvieron. Las rabas… bueno, ni fu ni fa. Y gambas al ajillo… ¡Ay las gambas al ajillo! En la cazuela de barro echaron a un tiempo el ajo picado, las gambas acabadas de descongelar, la guindilla entera, y corriendo para la mesa. Que lo coman pronto y dejen sitio para otros incautos. Llegaron crudos los ajos y las gambas, y como el picante estaba virgen hasta para sazonar otro plato les pudo servir… Así no, señores, que los euros que cobráis están hechos como Dios manda. ¿No os dais cuenta de que yo no volveré a vuestra casa ni aunque me inviten?

Podría contaros muchas más incomodidades de las que el verano nos aporta, pero no quiero cansaros. Puede que siga el próximo verano y de paso os cuento si limpiaron los chicles de los soportales, o si es que los van dejando para engomar el suelo y que no resbalemos al caminar, que tampoco sería mala idea.


Jesús González González ©
02/08/10

1 comentario:

Flor dijo...

Jesús no desesperes esto es pasajero y el verano acabara,como todos los años dejandonos la villa en calma para que la disfrutemos el resto de el año, sin problemas de aparcamiento y demas incomodidades,lo de los chicles ya no te puedo garantizar que el problema desaparezca,como los turistas que nos visitan,besitos.