domingo, 8 de agosto de 2010

EL MUELLE EN LA NIEBLA DE LOS AÑOS

Soy mayor, bastante mayor, muy mayor diría yo, y os quiero a hablar de antaño, de la época de mi infancia. Además de mayor, o viejo que es más acertado, como solían decir antes los de la villa, yo soy de aldea. No de muy lejos, pero si lo suficiente como para no alcanzar a ver el mar si no me desplazaba al menos una docena de kilómetros. En aquél tiempo como escribían los evangelistas, doce kilómetros eran muchos kilómetros porque los medios de transporte eran prácticamente nulos, y los de comunicación no llegaban a nuestras aldeas. Nos enterábamos de lo que pasaba por el mundo cuando lo sucedido ya se había olvidado donde sucedió, porque la noticia venía rebotando de un pueblo a otro pueblo, y así además de tarde nos llegaba deformada y con fechas y nombres cambiados de lugar.

Recuerdo perfectamente la primer radio que hubo en mi pueblo y como lo sábados por las noches se juntaba el vecindario en casa de su propietario para escuchar “el parte”, que es como le llamaban entonces a la emisión de noticias. Esto puede daros una ligera idea de cómo andábamos de información entonces.

No se muy bien cual sería mi edad cuando vine por primera vez a San Vicente de la Barquera, como tampoco sé si mis recuerdos de la villa pertenecen a mi primer contacto con ella o son visiones acumuladas de distintas visitas. Pero hoy que quiero escribir algo sobre el pueblo y sus gentes del mar, son aquellos viejos recuerdos que afloran de mi subconsciente los que se agolpan en mi mente y los que impulsan mis dedos sobre las teclas para contaros de que forma se gravaron en mi consciencia de niño,

Lo más antiguo que recuerdo de esta villa es un inconfundible olor a lata de anchoas recién abierta que salía a recibir al visitante a la mismísima entrada del Puente de la Maza. Supongo hoy no eran más que efluvios de algas podridas y salitrosas con restos viejos de pescados abandonados por las gaviotas sobre la arena húmeda que la bajamar dejaba al descubierto. Pero es un recuerdo entrañable que me acompañará hasta la muerte y que los saneamientos e higiene de la vida moderna borraron para siempre.

Recuerdo muy bien el vaivén de las aguas besando sin cansancio el muro de la carretera porque en aquellos días el palmeral del parque era algo que nadie había ni imaginado siquiera. Fueron años más tarde cuando la mano del hombre ganó al mar esa pequeña batalla haciéndole retroceder unos metros para rellenar lo ganado y embellecer la villa con árboles exóticos. Allí, en la propia carretera donde la circulación no era más que ocasional, se hacía la parada primera para contemplar al lo lejos los barcos más grandes con palos que apuntaban al cielo, y al fondo la angosta bocana que abría el paso a un mar que no tenía fin… Cerca, meciéndose casi a nuestros pies, los botes atados a los muertos nos mostraron la realidad de nuestros juegos de barquitos de papel en una palangana con agua. Entonces a los niños de la aldea se nos iluminaba el rostro y entreabríamos la boca como bobos asombrados de un mundo nuevo recién descubierto.

Acercándonos al muelle se acentuaba el olor del salitre, el del pescado y del gas-oil de los barcos, y nos faltaban ojos en la cara para contemplar las cabriolas de tantas gaviotas sobre las gentes del puerto. Si a don Quijote le parecieron gigantes monstruosos los molinos de La Mancha, a nosotros nos parecieron enormes trasatlánticos los barcos de San Vicente, y no acertábamos a comprender como aquellas masas de hierro y madera pudieran flotar en el agua.

Descubrimos allí un mundo ignorado de actividad sin tregua. De los palos de los barcos colgaban garruchas que de las entrañas de los mismos izaban cajas llenas de pescados que brillaban como si de plata bruñida estuvieran hechos. Mujeres a cuyas largas faldas se agarraban niños poco menos que harapientos abrazaban a sus hombres acabados de llegar de la dura faena. Iban y venían hombres vestidos de azul y boina negra a la cabeza, empujando carros cargados con cajas de madera, en medio de montañas de maromas enroscadas, de redes apiladas, de cestos y de nasas… Había amontonados por el suelo peces de varios tamaños que a paladas cargaban en los carros. La gente hablaba de chicharros y de bocartes, y de aquél pescado, llevaron para sus casas muchas mujeres en bolsas de tela. Palos largos como mástiles y otros de menor envergadura esperaban destino final tendidos en el suelo, y remos inactivos dormitaban entre ellos. Voces, gritos y silbidos unidos a los ladridos de perros de pelo ensortijado y al graznar de las gaviotas apagaban en murmullo tenue y continuo de aquel mar de mil colores, que nos tenía hechizados…

Un poco más lejos, bajo tinglados con redes colgando, dos docenas de mujeres sin piernas y sentadas sobre el suelo polvoriento, trajeron a nuestra imaginación de niños la imagen de aquellas sirenas dibujadas en los cuentos. Lo de sin piernas solo fue una ilusión pasajera porque las descubrimos al momento cuando quisimos buscar sus colas de sirenas, escondidas bajo los pliegues de las redes que cosían. Nos pareció toda una especialización la rapidez y maestría con que reparaban las artes, cosiendo los rotos con finos cordelillos liados a una lanzadera de madera usada como guía. Hablaban mucho entre sí aquellas mujeres y festejaban con grandes risotadas cuantas cosas se decían, algunas sin duda tan gordas que simulaban esconder su vergüenza llevándose a la cara el sombrero de paja que tenían para el sol.

Sonó el chapoteo de unos remos en el agua. Sonó el “clo-clo” de un motor de dos tiempos y el de aguas agitadas por una hélice, y nos acercamos para ver las embarcaciones maniobrando. El miedo a lo desconocido hizo que nos aferráramos a un noray de madera, y de nuevo los niños de la aldea nos quedamos boquiabiertos ante el mar.

Jesús González González ©
06/08/10

2 comentarios:

Flor dijo...

El muelle la niebla y aquellos tiempos de antaño,que grato es haber leido una parte de nuestro pasado,aunque no lo creas no eres tan mayor,porque yo recuerdo tambien muchas de aquellas cosas,besitos.

Anónimo dijo...

Jesús, Tu experiencia retratada en estas letras,hermosos recuerdos que bogan en la marea intensa de tu alma.

Hermoso disfrutar tus vivencias.

Verónica