sábado, 13 de marzo de 2010

PARTIR


Querida Jane:

Como ya te dije anteriormente, llegamos a nuestra base de vacaciones, Benidorm. Nos trasladamos en avión, reconozco que tanto esta vez como otras, volar no me produjo miedo, quizá porque en mi primer vuelo me correspondió ver el ala de la aeronave. Desde esa posición da la sensación que no te mueves y por supuesto que no vuelas; de todas maneras hice ya entonces una reflexión: Volar no vuelo, pero tampoco sé nadar y me subo a los barcos o me baño en el mar. Por tanto asumo el riesgo de esa u otras experiencias, además de la ventaja de apreciar algunas vistas increíbles, por tanto el miedo se difumina por razones lógicas.

Alguna señora lo pasó mal a este respecto, oía su temor e inquietud y como se tapaba los ojos o cuando teníamos alguna turbulencia, su sobresalto. El miedo es una sensación incontrolable.

Era la misma que en la fila del aeropuerto además de tener prisa por subir al avión, se alteraba porque no veía una de sus pertenencias, con agobio se lo comentaba a su compañera. Luego preguntó a su marido si lo había visto, él contestó con tranquilidad: está aquí colgado. Ella toda sofocada comentaba, este hombre es tan callado que me saca de quicio. Desde entonces aquel señor se llamó en mi cuaderno”El hombre silencioso”, aunque al paso de los días y coincidiendo a veces, se mostró como comunicador, detallista y atento. Su esposa se fue calmando.

Qué prisa por subir al avión de casi todos, como si se fuera a ir sin alguno, por Dios que tenemos ya adjudicado el asiento, casi se discutía, no entiendo la razón, quizá es angustia vital, porque ocurría en el bus, en el comedor, en el hotel, en el salir de ellos, a coger el alimento en el buffet, en comer. Había arrebatos con el símil de la escasez, empujones, llenar hasta demasiado el plato, aún tengo esa sensación en la piel, ese nerviosismo ajeno. Cuando regresaban a sus mesas con las raciones hasta excesivas, sus caras tenían el aspecto de cazadores que traían las piezas con relajación y triunfo. Se comía también con angustia, con prisa, sabiendo todos que se reponían constantemente las viandas.

La comida variada y buena, al estilo mediterráneo y como la mayoría son foráneos o “guiris”, con alimentación al uso europeo.

Llegar a una altura de 11.000 metros, a una temperatura de -52º, a recorridos a velocidades que sobrepasan los 750 kilómetros por hora, (Entiendo que los ángeles sean un milagro, porque si no a ver como iban a resistir sin congelarse volando por esos cielos.), volar sin tener alas, me anima a pensar que tenemos una vida muy cómoda y disfrutamos de temperaturas menos extremas que en esas alturas, viendo las montañas que se asemejan a las arrugas de una prenda sin planchar; sabiendo que miden 3.000 metros o incluso superiores. Parcelas que parecen un botón y son parques de entretenimiento gigantescos.

Las carreteras parecen arrugas que horadan las montañas o los campos, los pantanos parecen pozos, edificios muy parecidos a las miniaturas que vimos en una de nuestras visitas, ríos en hilillos similares a las gotas de agua que resbalan en nuestras ventanas por el efecto del empañamiento. Esos grandes molinos para la obtención de electricidad, sobresalen en lo alto de esas montañas al viento, blancos, que han sido subidos por carreteras de improviso y se distinguen como flecos.

Las autopistas que nos parecen tan rectas y perfectas, muestran los recovecos de sus delineaciones sinuosas o curvadas en la lejanía de la altura. Es difícil de creer como conseguimos construir estas y puentes, casas o pantanos, cambiando el relieve de lo natural.

Pienso desde tan alto que realmente somos minúsculos en esta vida, donde el más rico de los ricos puede observar que aún teniendo media Europa, desde arriba es un trocito de pan… o infortunados pensando en que todo está en una pequeña extensión.

La llegada fue deseada, a tanto que cuando se despidió la tripulación deseándonos buena estancia, surgieron aplausos, creo que no fue por la amabilidad de estos, que lo fueron, sino que era simplemente la descarga del temor a volar y el feliz aterrizaje, encubierto en ese acto de felicitación. De nuevo un autobús y la llegada al hotel.

La entrada del alojamiento me sorprendió. Es uno de los más de 200 de la ciudad, estaba flanqueado por reproducciones de una manca Venus y el David de Miguel Ángel, este último tenía a su izquierda unos hermosos cactus, parecían erizos de castañas pero a lo bruto, grandes y otros altas chumberas. Todos los pisos poseían una representación de estatuas de dioses romanos, griegos, efebos y bellezas perfectas, cuadros de marinas, detalles y personajes de la zona marinera de tiempos pretéritos, todos en azulejo enmarcados y que acompañaban desde los grandísimos de la entrada a todos los pasillos que llevaban a cada habitación, coloristas. Incluso el afán del dueño por las genialidades históricas, se reflejaba en las columnas del edificio en formas de arquitectura ancestral, con base y capitel, pero en formas octogonales dando a sus vértices un listón de acero brillante, quizá imitando un poco a las del parque Guell, (Gaudí).

Por lo visto el señor que adquirió y reformó de nuevo este hotel, tenía gran gusto por las artes. Coloqué rápidamente toda la ropa e inmediatamente a pasear esta ciudad. Es desde luego algo que no me imaginaba, a pesar de que siempre lo oí. Es un Nueva York en pequeño y con esa intención de imitar se hizo. También se preparó para turismo de calidad, pero al final hay que bajar ese escalón, porque tampoco hay tanto poderoso.

La zona antigua del centro es mínima, el resto son hoteles y apartamentos, creo que hay más estrellas en ellos que por la noche. Las calles tienen nombres de países, ciudades o comunidades españolas, no olvidan a nadie, todos tenemos nuestra calle. También algunas alusiones a la cultura griega y otras. En los hoteles se leen nombres extranjeros en la mayoría. El resto son las habituales de cualquier lugar.

Y por supuesto como siempre, lo primero es perderse, pero perderse de verdad, lo tengo ya asumidísimo. Cuando me pasaba al principio de mis recorridos, me enfadaba conmigo misma, ahora ya lo comento en alta voz, voy a perderme y me resulta hasta divertido, es la aventura del siglo XXI. Suelo pedir el teléfono al guía en cuestión para evitar retrasos por esa causa. Calculo que me suceda por ir mirando sin más. Bueno una vez ya despistada del lugar de donde partí, casi sin saber la calle, intenté volver sobre mis pasos y nada. Segunda opción, preguntar. ¡Ja!, eran todos de otros países, yo era la extranjera en mi propio país, con el poco inglés que recuerdo o algo de francés en un rincón de mi cabeza, que por no usarle ni tengo entonación, alemán casi nada… Tenía cierto punto de desesperación, sobre todo por el cansancio del viaje y la opción de llamar a la empresa en Madrid, pero me daba un poquillo de vergüenza.

Paré y ojeé a alguien con aspecto nacional, después de un buen rato vi pasar un grupo familiar que me daba esa sensación, no eran rubios, ni extremadamente altos, ni pálidos con rojeces del sol, ni hacían gorgoritos al hablar, (sonrío). Hablaban español, aunque procedían de Suramérica me dieron las indicaciones adecuadas.

Tengo disculpa, ver aquellos edificios hoteleros, que le dan a la ciudad altura y extensión hasta hacerle más grande que nuestra Santander, con poco perímetro, de 30 pisos o más, con arquitecturas sorprendentes en estética, con los encofrados asomando allá en lo alto al descubierto, que daban sensación de huesos desnudos, ventanales atrapados de arriba abajo en rejas para dar un cierto modelo diferente; este tipo se repite bastante, me da por pensar que el arquitecto pudo estar en la cárcel y le quedó esa huella. Desde luego a mi me haría sentir presa desde esas ventanas.

A veces terminan en una sola teja enorme o en diferentes y escalonadas elevaciones, con salientes sorprendentes a mitad, con diferentes ventanales, colores. Formas de prisma que en el lado contrario del mismo edificio, se convierten en esféricos, tejados en forma de torres del medievo, terrazas pobladas de arboledas, balconadas en forma de pez o de ondas de mar, desaparición de pisos para obtener un aspecto de escalones al final del edificio, tejados de cobre pareciendo boinas gigantescas.

Las luces que emiten en la noche son movimientos casi de danzarines, explosiones de color o la sensación de aves volando en su cumbre, destellos unidos al comercio hostelero y de espectáculo nocturno, con el fin de llamar la atención a clientes indecisos. Ascensores externos que parecen cohetes brillantes y rápidos. Cuando estaba nublado en la tarde noche, al mirar el cielo, lo que parecía una estrella entre nubes, tan solo era una ventana iluminada.

Allí está el hotel más alto de Europa con 52 alturas y 186 metros, en construcción las dos torres más elevadas de apartamentos que superará los 200 y que están culminando. Se sigue construyendo en la misma orilla playera, en la roca al mar, creí que ese tiempo de especulación había pasado, calculo que los ecologistas o los verdes tendrán mucho trabajo.

Desde luego, más que llover ha sido el frío lo que nos tiene sorprendidos, pero la suerte nos dejó en el lugar medio, es decir, entre la lluvia y viento de Andalucía y las nieves inesperadas de Cataluña. Sus dos playas Poniente y Levante, son extensas en kilómetros, muy pegadas a los edificios, la primera con un paseo nuevo en forma de oleajes y con siete salidas a la playa, esta parte tiene menos alturas construidas y está cerca de la parte nativa. Las separa un bonito mirador alzado en un saliente de roca. Sus paseos son amplios y relajantes. Encontré de pronto esculturas en la arena y desde luego el autor tenía ese don necesario para formar perfectas figuras, aplaudí interiormente.

Pronto te escribiré para contarte lo que me dejó en sensaciones este viaje. Poco me pongo en contacto pero, “sepa usted que la tengo en las mientes".

Un abrazo intenso y cariñoso.

Lines

Ángeles Sánchez gandarillas ©
San Vte. de la Barquera-Levante
1 de marzo de 2010

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