jueves, 4 de febrero de 2010

LA BARCA AZUL Y LAS LUCES

Esta Tarde noche, con un excelente jornada casi despejada, dejando atrás días de lluvia intensa y pertinaz, me acerqué a ver la atalaya desde la playa de las Olas. Está abierta al mar por completo, es un arenal extenso de varios kilómetros, arenas limpias, hoy con la humedad de tanta como cayó del cielo estaba marrón oscura, eso que es permeable y filtra rápidamente.

Había decidido no pasar del camino de madera que lleva hasta ella, en su primer tramo estaba cubierto por arena movida por el viento, hacía forma de badén. Desde luego ver las olas en sucesión, con un poco de marejada de viento es hipnotizante. Una, otra, otra, todas seguidas, a veces si estos oleajes son más persistentes que las siete ininterrumpidas que he contado hoy, demuestra que se trata de un temporal importante que se junta con otros inconvenientes naturales.

La explanada de la playa a marea llena sigue siendo en esta hora de la caída del sol, un paisaje tremendo. El cabo, los salientes rocosos con diferentes figuras caprichosas erosionadas por viento y del mar, con pasos complicados a la subida de la marea que por mucho que calcules cuando llega la ola fuerte, lo que suele acontecer en invierno es mojarte hasta la cintura. Tampoco puedes subirte a estos mínimos riscos, precisamente por eso, puntiagudos o redondeados y resbalosos y que la premura de la llegada de la ola graciosa, tan inminente que te ves con el grito puesto después de la impresión del agua gélida.

Muy poético pero que frío, hasta llegar a tu casa desde el recorrido del arenal, el del puente helador que siempre es un relajo en verano con el calor, pero mojado a estas alturas invernales, van produciendo un castañeo de dientes que para si quisiera un ballet de flamenco al completo. Y el color amoratado que ha ido tomando la piel, vas adquiriendo conciencia de que a poco que tardes, aterido y escalofriado, adoptarás forma de congelación a un paso de casa. Los coches que pasan viendo tu caladura, optan por disimular pues el agua salada en la tapicería es una faena. Como veis he sobrevivido, ahora tomo referencia del momento que elijo para pasar a marea baja.

Cuando recreaba la vista me encontré con la figura de una gran barca azul, en la popa se divisaba en blanco, “AUX” su nombre y SVB. La habría traído la mar desde la ría donde estaba amarrada, por el canal de salida del rompeolas y depositada en una batalla casi perdida en la parte más alta de la orilla, a la izquierda de la peña el “Zapatu”.

Está claro que casi nunca cumplo mis propósitos y acudí a ver si el chicote que le colgaba en la proa, la tenía sujeta o anclada. La verdad es que la humedad del arenal era grande, se notaba la friera a través del calzado, pero no me importó, era una pena que se la llevara el mar, tenía buen aspecto. Al llegar observé que la parte de la quilla estaba desprotegida, sin duda fue arrancada por los golpes que la dio el oleaje.

No estaba atada a nada, era la rota cuerda de sujeción a la boya del muelle. Pensé que quizá debiera comunicarlo y así lo hice, me respondieron que ya la habían visto, que a pesar de parecer entera, todas sus juntas en los listones de aquella barca o chalana, estaban movidos y despegados, hasta el punto que no era posible calafatearla. No merecía la pena sacarla, la mar la llevaría de nuevo engulléndola con gula y destrozándola rápidamente. Todo y todos tenemos un final, envejecer y dejar nuestra utilidad menguada, se iría orgullosa en el agua en la que fue útil, cumpliendo su cometido de flotar aunque fuera a medias y quedarse en el agua para siempre, en su mar.

Decidí quedarme hasta verla partir en aquel viaje último. Mientras el día dejaba su luz, sobre todo mirando al este, allí se manifiesta antes la penumbra de la noche. Luces en Gerra enmarcando sus caminos, aflorando la vida en las casas por sus ventanales iluminados, es posible que en una cocina de carbón con ese calor agradecido del hogar, se hablaría en torno a una cena reconfortante del ganado, de la ocla (algas) que arrancada del fondo dejaría esa mar embravecida en la orilla, si era buena se dejaría secar extendida en los prados, así se airea mejor y más rápidamente soportada en alto por la hierba. Es posible que el mercado demande este año ese producto a un buen precio, se obtiene el agar-agar que es un espesante natural potentísimo, con unos pocos miligramos se consigue su efecto en grandes cantidades de cualquier producto.

El viento se adueñaba por completo del ambiente, estaba helador, más con la falta del poco sol que ya se iba. Los escasos surfistas que quedaban en la mar, salían empujados por la falta de claridad, protegidos con sus trajes de neopreno. Pero su cara y manos estuvieron a merced de frío, temblorosos tan solo lavaron sus tablas y se encaminaron a sus vehículos, ni se cambiaron, secaron lo que pudieron sus prendas, dejaron en los asientos extendidas unas toallas para protegerlas del salitre y partieron a por una ducha reparadora y calentita.

Tiene un afán por este deporte increíble, además con marejada es la mejor forma de ejercitarlo, pero casi siempre va unida al invierno congelador.

Solamente quedábamos la barca y yo, ella se empezaba a mover con los embates de las olas y su partida era inminente. Sentí un estremecimiento, pensé en un momento dado que yo nunca estuve con los míos en esos momentos. Se me fueron y no les acompañé.

Aquel oscurecimiento del ocaso me estaba produciendo tristeza en esa solitaria playa. Decidí partir a mi casa, con los míos, ver a la familia o amigos, a vivir. Sí, era un atardecer precioso mirando a oeste, a la villa, el sonido del sucumbir de las olas me despertó por fin de la congoja que me atacó.

Dejé aquella chalupa perdiéndose en lo oscuro, imagino que hundiéndose poco a poco y de manera rápida. Lamenté no tener una cámara fotográfica, esa instantánea oscureciendo, el gris del mar, el azul de la barca, el resalte de las letras en blanco, su panza marrón mezclándose con la arena mojada, que le daba un punto de parecer flotar en el aire, la roca al fondo, difuminado el cabo, las luces de aquel pequeño pueblo, el relieve de los árboles, las olas emblanquecidas llegando, los focos de un coche bajando por la cuesta reflejados en el mar.

Una foto increíble con un cielo desapareciendo en la oscuridad, donde unas nubes que aquí se denominan “altares” (Cúmulos), por la forma redondeada que en imaginería y pintura religiosa se daba al cielo, se resistían a desaparecer.

Miré de nuevo la parte del faro y la atalaya ensombrecida por el edificio trasero y salí de allí con el convencimiento del paso de un instante apenado, daba lugar a otro lleno de vida.

Después del camino al comienzo del largo puente de la Maza, las playas que dan al interior de la ría, recogían la mansa llegada en pequeñas olitas resacadas de fuera de la barra. Daban la sensación de estar en una relajación constante, bienvenida después del rato anterior, en silencio.

Silencio no, se oyen miruellos, gorriones y estorninos, estos últimos vuelven a las zonas naturales cuando en las ciudades se podan los árboles. Todos en conversación, quizá resolviendo los avatares del día o algo referido su lugar en el asentamiento de la copa de aquellos árboles. Es curiosa su forma de entrar al descanso, siempre con el rumor de sus cantinelas; pocos animales tiene tanta comunicación a la hora de buscar ese refugio compartido y en nocturnidad. Cada uno de ellos aporta un tono o extensión del gorgojeo. Se les distingue, pero son cientos en esa comunicación, parecen tranquilos y no se advierte discusión. Sin embargo en la mañana se despiertan alegres y cantarines, dando una alegría importante, animo a escuchar (que aún podemos) ese sonido mañanero.

Me extrañó ver y oír un cuervo en vuelo. Quizá estaba en extravío.

Empecé el puente viendo esa ría en pleamar, parece una bahía grande, con algunas embarcaciones flotando en su centro, enmarcada por las farolas con su difuminada iluminación, al llegar a su cercanía producen en la vista la sensación de desprender haces de luz en reflejos alargados.

Al fondo se distingue con un color blanquísimo producido por los focos que iluminan desde abajo, la iglesia, se encuentra en lo más alto. Reina de todos los edificios, sorprende desde cualquier punto de la carretera de llegada, salen de su campanario cuadrado otras luces con una amarilled notoria, hacen sobresalir la imagen de la espadaña. Aún se puede ver por la claridad de la despedida del día al fondo los Urrieles, asombra, parece un brochazo alargado en lo oscuro, brillante y fuerte.

Veo la ría a marea llena con un coeficiente de 90, se denomina marea viva y que en este caso subió más de lo normal, puede ser debido a la baja presión atmosférica o a la marejada, tapa prácticamente los ojos del puente. Tiene atractivo desde cualquier punto, las Calzadas, el Hoyo o vista desde la Barquera. Produce la ilusión de encontrarte ante una bahía inmensa de cualquier ciudad grande, el agua lleva a ese efecto, el puente desaparece invadido por el reflejo de las luces y asemeja un recorrido de tierra. La ausencia de ruidos de coches, el recogimiento por el invierno de sus habitantes o que el viento se lleva o tapa el poco sonido, nos deja un momento en el día de autentica paz.

En el muelle se distingue gracias a la claridad que queda, ayudada por la luz de la grande y altísima farola para le servicio del puerto, más del doble de flota pesquera de lo habitual. Sus palos y antenas blancos, brillantes, parecen juncos de la ribera de los ríos en sus reflejos en el agua, subiendo al cielo con orgullo de mantener estabilidad, cañas, cables, escapes, el punto de un fulgor intermitentes que en un solo barco destella quizás olvidado. Tiene el aspecto de frondosidad en una abundante en maleza. En ese momento se encendieron las de un barco y pude ver las luces de situación por detrás, una de alcance y otra blanca en alto.

La de primera tiene esa denominación porque es el aviso a otras naves del lugar que ocupa y no se les lleve por delante, la discontinua se utiliza al parar a recoger o lanzar el aparejo, en la parte delantera lucen las de posición. El palo de popa aún se utiliza con la vela de mesana ante determinados vientos, controlan estable el barco en alguna de estas actividades pesqueras.

Pronto estará en todo su apogeo la temporada de pesca del verdel, pescado azul, delicioso, con una especial facilidad de convertirlo en exquisitas recetas. He conseguido confeccionar 44 de estas, con un poco de imaginación. Desde un sushi hasta unos pimientos rellenos, también entra en estos menús las tradicionales del lugar. Más que nada por el hecho de pertenecer a este puerto y a su forma de vida pesquera, enseñar a mis hijas a comer de todo, que el marinero que mantiene desde hace muchos años la sobremesa de nuestras vidas, ha de comer cada día pescado, con las posibilidades de cambio y entretenimiento que produce renovar recetario con este animal acuático, fue un reto para mí.

Es una maravilla ver descargar en le puerto para su venta, miles y miles de kilos, en grandes cajas o repartidos en otras manejables de 11 kilogramos. El muelle brillante porque está rebosando de estas llenas por todos lados. La vista desde el puente de la Barquera es alucinante, resplandece como agua, el ir y venir de descargadores, de carros transportadores con una altura en equilibrio de embalajes con cajas casi imposible, con marineros cansados de hasta 18 horas de mar, sin comer apenas, apresurando el desembarque del pescado para reponerse. Es un duro trabajo. Hoy día tiene límite de pesca por tripulante con bajo precio, casi no alivia la economía. Es una forma de vida, tiene la ventaja que el riesgo de esta pesca es menor que en otros oficios en la mar.

Se utiliza anzuelo, este lleva un atado de hilo rojo en su parte superior, el engaño cumple su cometido y el verdel es capturado. Suelen estar prendidos del sedal principal varios anzuelos, si viene con pescado han de sacudir bruscamente todo el racimo o “chinchorra” para despescar con más rapidez, el tirón en el brazo y hombro es muy duro.

Este aumento de la flota proviene de la costa vasca, Galicia, Asturias y otros puertos de nuestra provincia, sorprende este tumulto de barcos y de gentes ajenas, es el “turismo invernal” a otros niveles económicos. Los barcos son de todas los tonelajes, de colores variados, folios (matriculas) de todos esos lugares, lo que les iguala a todos es que estos palos y antenas son de color blanco. El muelle rebosando vida produce alegría aún siendo ajenos a la propia economía, aparecen visitantes a ver semejante abundancia en las primeras horas de la tarde, siendo la arribada a puerto de la mayoría de los pesqueros. La venta se produce durante horas, las noticias boca a boca sigue siendo el mejor transporte.

Es una maravilla vivir en un lugar que recoge tanta variedad de impresiones o situaciones.

Las luces están tomando protagonismo en la noche, se introduce el reflejo en el agua y parecen más alargadas y brillantes, expresionismo total.

Las palmeras con las farolas debajo, toman aspecto caribeño en el parque del relleno. En el resto de las estaciones, sentada en algún banco de cara a las playas interiores, el horizonte marino y acariciada por una brisa suave que mueve el pelo, me siento transportada a lugares lejanos, donde estas palmeras datileras son su vegetación natural, siempre me digo que bajo la improbabilidad de viajar a ellos, puedo disfrutar en este trozo de mi pueblo algo similar.

Me aíslo de tal manera que ni tan siquiera oigo el ruido de la circulación a mi espalda, cualquier ave me hace pensar en una historia para escribir, los paseantes en calma o el bullicio de los niños.

El viento desiste en su fuerza y parece que está helando. Eso es el prólogo a un claro y soleado día mañana, quizás cuando sieguen el césped tempranamente, huela a esa hierba recién cortada que dispara la imaginación a tiempos infantiles, si el sol calienta pasearemos bajo su calidez, viendo cada jornada alargándose el día hacia un tiempo alejado ya del invierno, eso a pesar de que hoy es justo su mitad de esta estación. Todo llega tan rápido… hemos de disfrutarlo.

Respirando hondo se advierte que daña el frío ambiente entrando en la nariz, simultáneamente aprecio el olor de este fresco, el que desprende el mar y que el suelo está sorprendentemente seco. Llegar a la casa y revitalizarse con ese calorcillo y el alimento caliente será una…no, otra satisfacción.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
2 de febrero de 2010

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lines..

Aunque el texto un poco largo (:)),(mi humilde apreciación como lectora), debo decirte que tiene mucha sensibilidad y nostalgia, que es bueno que aflore y se plasme de esta manera.

besos

V:

Anónimo dijo...

¿ES LARGO?, menos mal que le retiré casi la mitad. Calculo que me pongan de patitas en la calle, por pesada. Otras personas que nos leen lo comentan. Tendré que hacer otra tanda de relatos cortos o híper breves, algo así...Lns