martes, 23 de febrero de 2010

CINCO DÍAS EN ISLA CANELA


La verdad es que nunca tuve mucho entusiasmo por este viaje. Era como un presentimiento. De Santander a Sevilla fuimos en un vuelo regular que el Inserso contrató con Iberia para los únicos veinticuatro individuos de toda Cantabria que tuvimos el atrevimiento de elegir este lugar en el mes de Febrero. De Sevilla a Isla Canela fueron dos horas de autobús a través de una inmensa llanura. Huelva no tiene aeropuerto, pero el trayecto hubiera sido mucho más cómodo para nosotros, si en lugar de a Sevilla hubiéramos volado a Faro en Portugal, que está tres veces más cerca de nuestro destino. Pero Santander no tiene vuelos con Faro. Como compensación, vimos de propio ojo la riqueza de estas tierras andaluzas con plantaciones ignoradas para mí hasta el día de hoy, de cítricos, especialmente naranjos, cuyas rectísimas filas de árboles se perdían a lo lejos del paisaje. El verde de los árboles mezclado con el amarillo de la fruta en sazón se alterna con el blanco de los plásticos que protegen las increíbles ocho hectáreas y media de terreno dedicadas a la producción de fresas.

El Hotel Iberostar de cuatro estrellas es una de esas edificaciones mastodónticas con que la industria del turismo masifica los lugares playeros. Aquí las cadenas hoteleras compiten en deslumbrar al cliente con vestíbulos de entrada grandiosos e impresionantes, sin escatimar en columnas de mármol y auténticos jardines tropicales interiores. Después el cliente se da cuenta que está en un hotel más, y hemos descubierto que del nuestro lo realmente bueno son tres cosas, a parte de la amabilidad de sus empleados: las naranjas del comedor que son las mejores del mundo, las servilletas de papel que son sumamente absorbentes, y un ascensor casi secreto descubierto de forma accidental, que nos evita hacer cola de espera en las horas punta. Las habitaciones espaciosas y aceptables. La comida simplemente bien, que aquí, al menos nosotros, no venimos a un festín. Aunque a veces te llevas verdaderas sorpresas, como por ejemplo, los helados del postre. Ayer comí uno de limón, que en lugar de saber a limón, sabía a pila de linterna. ¿Recordáis aquellas pilas de linterna de petaca cuyos polos tocábamos con la punta de la lengua para saber si tenían carga? Así sabe el helado de limón de este hotel. De todas formas, hemos conocido otros hoteles donde por el mismo precio se ha comido mucho mejor: más calidad, más variado, y en los postres menos polvos de la madre Celestina.

Yo se que tengo espíritu de crítica, y que siempre hago de abogado del diablo, no lo puedo evitar. Siempre me fijo en lo negativo de las cosas, pero pienso que eso es una forma de ayudar si el interesado está en disposición de reflexionar y emendar defectos, cosa harto difícil. El Hotel está pobre de luz. No las habitaciones que tienen lámparas por todas partes. El Hall tiene en el centro una lámpara gigantesca y después diminutas luces por el techo, pero el lugar, que es grande como un campo de futbol queda tan en penumbra, que es imposible sentarse a leer en una de sus muchas butacas. Lo de la penumbra se repite lamentablemente en el comedor. Un comedor de hotel no es un pub donde la media luz es un aliciente. La escasez de luz en un comedor de hotel, y también aunque el comedor no sea de hotel, lo único que consigue en mi persona es hacerme dudar incluso de la limpieza más limpia. Para rematar, en el hotel no hay Internet. Bueno, si hay. De alquiler, pagando cuatro euros cada media hora. Hay dos ordenadores en la planta baja, y siempre los veo inactivos. Quien sabe, puede que estén muertos.

Pero en Isla Canela encontré una cosa realmente curiosa e interesante: Aquí los meteorólogos no se equivocan. Dijeron que iba a hacer mal tiempo y acertaron. Lo volvieron a decir, y volvieron a acertar. Frío, no. Frío no hace. Pero lluvia y viento, lo que quieras. Llegamos lloviendo el domingo, y el lunes que fuimos a Huelva capital en visita guiada, diluvió. Visitamos el santuario de la Virgen de la Cinta que es la patrona del lugar, hicimos un recorrido por la ciudad en bús muy bien explicado porque la guía era excelente, y tuvimos dos horas libres que pasamos visitando y tomando café en el Hogar del Pensionista que es una maravilla de arte arquitectónico. La mañana siguiente cesó el agua para permitirnos visitar a nuestro aire la ciudad de Hayamonte, pero por la tarde llovió de nuevo. Ayer madrugamos para ir a Lepe, y tuvimos suerte con el tiempo. ¿Sabíais que Lepe es el pueblo más grande de Huelva después de la capital? Pues a mí me lo dijo la encargada de su Oficina de Turismo. Le dije a la moza que yo conocía Lepe principalmente por los chistes de leperos, y un poco por la producción de fresas. Me respondió, que como la mayoría de la gente, con lo que con mucha razón me sentí llamado ignorante. Si viajáis a Huelva, merece la pena conocer Lepe y su Virgen Bella que es la imagen más hermosa que he visto en mi vida.. Por la tarde también llovió.

Esta mañana me dijo la camarera de habitación que la predicción meteorológica pronosticaba agua y viento para las doce, pero como no llovía montamos en el barquito que cruza a Isla Cristina, y la travesía fue preciosa. Anduvimos la calle principal y empezó a llover de tal forma que aguardamos la hora del regreso visitando el mercado de abastos. Aquí se equivocaron los meteorólogos, porque empezó a llover quince minutos antes de lo que habían dicho. Por la tarde, pues mira, escribiendo esto porque no hace para otra cosa.

¿Recordáis la vieja canción mejicana que hablaba de una calandria dentro de una jaula de oro? Así estamos nosotros, pero la jaula no es de oro, a lo sumo de cobre. En Isla Canela ahora mismo está todo cerrado. Únicamente están abiertos tres hoteles para el Inserso, y si quieres distraerte un poco hay que tomar el autobús que funciona cada hora, para ir a Ayamonte que está a siete kilómetros. Esto será delicioso en verano, porque el lugar es paradisíaco y la playa infinita. Pero sólo para aquellos que les guste la playa y ponerse de panza al sol. Como eso a mí que no me gusta, no volveré a este lugar aunque a la Canela le pongan azúcar y limón. Lo mismo digo de Isla Cristina, que ni aunque a la Cristina le añadan la infanta Elena. Veremos que escribo de los otros cinco días que nos quedan

Jesús González González ©
Febrero 2010

(Pasaron los cinco días, y no puedo decir más que etc. etc.)

2 comentarios:

Flor dijo...

Entre tu escrito y tus explicaciones de viva voz con tu gracia habitual de tus vacaciones,me ha quedado muy claro que a isla canela no vas a volver de vacaciones,jajajaja,besitos.

Anónimo dijo...

Como te paseas..ehh...gracias por permitirnos disfrutar de tus aventuras, y emociones en estas letras..llenas de frescura.

abrazos.
V.