viernes, 22 de enero de 2010

LA BIBLIO...

Cada día se aprende o experimenta algo nuevo, además por muchas veces que lo hayas leído vivido por otros, fotografiado, visto en imágenes de reportajes, de oídas o sólo visitado, la propia sensación es diferente de lo que habías imaginado.

Siempre me pareció un lugar con apretadas normas, tanto o más que con el orden de los tomos que descansan ordenados en las estanterías, luego ese silencio que debe de hacerse patente, podía llegar a darme una especie de temor hasta de respirar. También ha sido como que no tenía el tiempo para estar en esa especie de recogimiento de clausura. A lo peor pensé que mi carácter nervioso y algo revolucionario me impedirían mantenerme dentro de ese local con la suficiente formalidad.

Estos días a resultas de recomendaciones, llegué a sentarme ante una de aquellas mesas relativamente cómodas. Si bien es cierto que en otra ocasión hice una labor escrita recogida entre esas paredes. Fue algo positivo, aislada de otras actividades precisamente poco silenciosas, separados por aquel muro de libros impidiendo visionarles, pero aún así aprendí de lo que decían, me era familiar lo que hablaban, comentaban de los libros leídos.

Estaba en el centro de mi vida, rodeada de libros a capricho, con lectores afanados en descubrir ante los demás lo que aportaron determinadas lecturas, algunas que ya conocía me dieron opción a recordar y saber si todos interpretamos lo mismo en las lecturas, de esos amigos impresos que tomamos cuando apetece, que a veces ansiamos, que desechamos si no nos llenan o que retomamos o repetimos cualquier lectura que realmente nos apasiona.

Son amistades que hemos de cuidar y mantener cerca de nosotros a pesar de que en algunas ocasiones propician discusiones caseras, por la cantidad ingente de ellos, porque están depositados en muchos lugares inconvenientes, por ignorar la vida real, los miembros de la familia incluso. Esta amistad a veces obsesiona, recuerdo que desde pequeña me ha costado algunas reprimendas por despistar obligaciones o conversaciones, menos mal que los libros de texto eran eso “libros”, me libró de ser una decepcionante estudiante. Sí, llega a dominar tu vida esa afición que lleva todo el tiempo posible, que agrada y compensa.

Es lo que ya sabía, cada lectura nos impregna de diferentes sensaciones, al punto de asumirlas tan profundamente, que se defienden como propias ante otro u otros interlocutores. Creo que leer implica adueñarse del escrito, adaptarlo a nuestra forma de ser y optar a hacerlo experiencia nuestra. Otras veces simplemente lo damos como algo que el autor emite cargado de imaginación, entonces casi censuramos lo descubierto en esas letras y frases.

Lo que me hace dudar últimamente es que a veces lees tan egoístamente, que casi ignoras la posición del escritor, simplemente y gracias a Dios lees nada más. Creo que eso puede ser lo mejor, analizar es difícil, creo que lo interesante es disfrutar de ese contacto a nivel impreso.

Pues bien ese día primero creí encontrar el espacio adecuado para mi labor de “escribidora”, quizás aquellas numerosas obras influyeron en el ánimo consiguiendo una fluidez en el trabajo, me bullía la cabeza de tanto como se agolpaba en ella para ese texto que nacía. Me parecía poca la rapidez de mi mano, salía todo trenzado, unido, agolpado y los dedos se estaban tensando porque no daban abasto, no les daba tiempo a desenmarañar tanta información como les llegaba.

A pesar de salir a trompicones, tenía la facilidad de estar bien colocado y todo se entendía. Aquella hora de la tarde que normalmente suelo estar poco inspirada, parecía poco el espacio de las páginas en blanco, era una energía inagotable, si hubiera podido pedir permiso para seguir abajo aunque la conferencia tenía pinta de ser interesante, para seguir machacando aquel bolígrafo que por momentos tomaba temperatura, tanto es así que se me pegaba su carcasa de la goma de protección a los dedos.

Quedé sorprendida de ese rato, estaba concentrada y además me daba tiempo a escuchar aquellos lectores sumidos en su coloquio, algunos con más énfasis y convencimiento que los otros. Las lecturas y los estudios ayudan a forman, suavizan, amplían, nos llenan de cultura y saber a todos, pero realmente somos lo que somos, nuestra personalidad sigue primando aunque bien es verdad que nos instruye e influye. Cambiar no cambias, pero nos llenan y la forma de emplearlo después va unido a nuestro “yo”. Siempre es mejor leer para tener otras referencias, cada leyente las empleará a su medida.

Llegó la hora de acudir a ese charla, mientras guardaba lo más silenciosa posible imbuida de aquel respeto que tenía pegado a la piel y a lo poco de mi experiencia en ese entorno de autores, pensaba que aún viviendo mil años me resultaría improbable descubrir tanto escrito. También recapacitaba que aquel lugar era una forma de salir de mi entorno habitual, era una opción de tranquilidad y aislamiento de otros quehaceres, ruidos o teléfonos.

Pero lo que más me ha gustado de esa especie de aislamiento es que leo o devoro los libros con una rapidez inusitada. Está claro que nada te retira de esas páginas abiertas, quizás algún nuevo lector que mira incansable todos los tomos de las estanterías, que declina la ayuda de la persona encargada que amable se ofrece, me daba la impresión que investigaba tanto como un detectivesco personaje de Doyle, pero este sin ayudante.

Su físico no tenía que ver con H. Poirot, pero su actitud olfateadota sí. Se podría pensar en que su búsqueda era un desvarío itinerante, de arriba abajo, de una a otra repisa, todo tipo de volúmenes, desde los educativos hasta los que han concursado, infantiles, filosóficos, históricos, psicológicos, parecíame un alma en pena al encuentro de alguna paz editada.

Mientras, estaba ya absorbida por aquella historia que leía de dos jóvenes chinos. El libro es entretenido, tiene letra grande pero desde luego no es ambicioso en su relato, es posible que venga bien a mi vida, algo que se lee con agrado pero que no trae rompederos de cabeza. Este autor nos enseña un aspecto de lo vivido en los setenta, la obligación hasta de respirar como apetecía al gobierno dictatorial de entonces, supongo que se creía que era ¿lo bueno para el pueblo? Desde luego el entorno era diferente de otros pero la miseria, suciedad, esclavitud, ignorancia obligada, se parecen bastante a otras más cercanas.

En un instante determinado oí que una chiquilla solicitaba algo de información, ni idea de lo que pidió, apareció en escena la bibliotecaria. Sacó un diccionario de grandes proporciones y buscó lo relacionado con aquella duda. De pronto una de las crías se quedó mirando agrandando sus ojos y con aspecto de sorpresa dijo:

-¡Vaya diccionario, ahí tienen que estar todas las palabras del mundo!

Seguía mirando el volumen que realmente tenía unas medidas y peso importantes, admiraba aún más la rapidez de la encargada resolviendo de inmediato la duda.

-¡Hala!

Sonreí ante la inocencia del descubrimiento infantil, no perdía ojo del libro ni de la bibliotecaria sacando respuestas de él. Cuando esta se retiró de la mesa de las niñas, ellas se miraban moviendo la mano arriba y abajo alternativamente y diciendo por lo bajo y con amplias sonrisas:

-¡Ufff...!

Retomé mi lectura, al poco se sentó cerca un nuevo lector. Es curioso hasta entonces no me dio por pensar que se oyera mi respiración, porque yo oía perfectamente la suya, el ruido de pasar las hojas, su inquietud con las manos encima de la mesa. Ignoré todo esto dedicándome de nuevo a aquel relato asiático, igualmente procuré minimizar los sonidos que yo pude emitir. Estaban a la lucha por descubrir un tesoro de libros presuntamente prohibidos, permanecían en una caja debajo de una cama, otro de aquellos personajes con bastante cultura encerrados en aquella especie de pueblos denominados de” reeducación”. Su nombre era “Cuatrojos” por las gafas que portaba.

Este chico les había cedido uno del francés Balzac, les había encargado recopilar de un pastor sus cantos supuestamente ancestrales, en esas me encontraba leyendo la forma de vida y bebida del paisano cantor. Se encontraban sobre la cama donde reposaba la bebida convidada, la manta sucia y una desproporcionada cantidad de piojos, en esa escena el protagonista se veía comido por una de sus piernas y con horror notó lo mismo en la otra. A mi me entraban escalofríos generando en mi cabeza esa sensación de impotencia, cuando mi mesa empezó a temblar, pensé que temblaba de miedo pero no, era mi compañero de lectura que tenía como forma de comunicación un tic que le hacía mover inconscientemente sus piernas.

Sentí que fue oportuno para dar veracidad a lo que leía, sonreí por esta casualidad. Traté de eliminar la sensación de ir en un tren y adapté todo lo posible mi retina al movimiento. De nuevo me pasé a la historia impresa, seguían departiendo con el pastor-cantor, este ya se había emborrachado con el licor fabricado de manera con perdón "asquerosa" por él, según definían los ingredientes parecían poco agradables, en ese momento se sintió llenado por las musas y el alcohol, entonó unas coplas acompañado con aquel instrumento grande de tres cuerdas.

No fue del agrado de los dos amigos, ellos mientras prepararon más bebida de la calabaza, al llevársela al coleto notaron un sabor aún si cabe más repelente, era inexplicable el cambio de malo a paupérrimo. Hasta el bardo se estremeció, incluso yo lo hice llevada de nuevo por el rítmico tic de mi compañero lector, acompañado esta vez por carraspeo y sonidos de nariz. Increíble la simultaneidad, me vino de perlas para dar voz y acción a mi escena escrita. Desde luego que la biblioteca da juego a pesar de las pequeñas interrupciones, es lugar tranquilo, puedes incluso adaptarlas a lo que tienes entre manos, solamente con un poquito de imaginación.

Le comentaba a un amigo sobre la idea de hacerme socia. Cara dura tengo bastante, tengo por leer la intemerata, poco tiempo para hacerlo, cada vez soy más egoísta a este respecto. Terminaré rodeada por demasiados libros, con la consiguiente medio locura con remezclas incesantes de estilos, acariciándome la barbilla, con ojos saltones e inflamados, yendo de un lado a otro sin saber por cual empezar. Rutando porque alguien me movió algunos para limpiar o leer, precisamente “ese” que estaba por abrir. En fin amigos, el futuro está por llegar y el presente es fértil en ocasiones para disfrutar de los libros y de la vida, eso entre otras cosillas agradables que convierten el paso por este mundo en algo feliz.

Salí de allí con una tarjeta roja en la que se puede leer mi numero de socio y nombre...

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
21 de enero de 2010

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