Sí, son dos niñas de 9 y 7 años inquietas, que juguetean tanto entre ellas como en grupo a múltiples juegos. Viven en un entorno urbano donde estudian y practican diferentes actividades, se desenvuelven en lo físico e intelectual, compruebo que existe igualdad en su ambiente. Es algo que empezó a darse hace casi una generación, poco a poco va notándose ese cambio, la vida tendrá menos altibajos.
Ellas gozan además de la suerte, de poder cambiar de vez en cuando hacia la vida rural, pues tienen allí a sus parientes. Pueden disfrutar de todas las ventajas de la ciudad y conocer en primera persona, la naturaleza, los cultivos, el ganado doméstico. A veces se ven algunos ejemplares de corzos jóvenes que pastan cerca de las ovejas, insectos, roedores, aves, los huevos, la leche, las tierras de donde salen las alubias, el maíz y otros muchos vegetales; advierten eso que les enseñan en el “cole”. Ahora entienden lo de los tubérculos, cuando ven como se sacan de su entierro las patatas.
Ven a los manzanos, perales, ciruelos, castaños, nogales, o avellanos; como se desarrollan sus frutos, como cambian y crecen, como se protegen con sus cascaras, lo ricos que están recién cogidos del árbol. El valor del esfuerzo en la recogida de esos frutos, la alegría de disfrutar en un medio sano, incontaminado.
Las manos de sus abuelos son duras, ásperas, incansables, pero a pesar de ello sus caricias son suaves, siempre responden a sus preguntas de niñas curiosas y avispadas.
-Abuela, ¿Por qué el gatito hoy no quiere que le acaricie?, ¿Por qué siempre estás haciendo cosas?, ¿Por qué la leche es blanca como las nubes?, ¿Hay vacas grandes en el cielo?
-Abuelo, hoy quiero ir a ordeñar a la vaquita roja contigo, ¿Vale?
El abuelo con esa paciencia que se acrecienta al tener los nietos cerca, cede con alegría a enseñarla semejante cosa, siempre y cuando luego te laves bien a la vuelta. La niña mayor escoge esta vez alimentar las ovejas, ayuda a partir el pan y luego ve encantada, como ellas vienen a la llamada de la abuela inmediatamente.
¡Qué cosa tiene los abuelos!, da igual la época, para los nietos ha sido un placer, incluso una necesidad estar en sus casas. Tiene más tiempo, paciencia, ternura, los padres están un poco más atareados con sus trabajos y preocupados por el cuidado de sus hijos, por ello a veces les falta ese momento. Son los tiempos de hoy, pero en su momento pasaba lo mismito, es algo normal, el oficio de padres además de querer, educar, alimentar, conlleva dificultad conseguirlo.
Les dicen que las gallinas ponen huevos para comer y para criar, que el gallo es el papá. Se pone encima de los huevos para darles calor durante 21 días, eso se llama incubar y después salen pollitos llenos de pelusa y son ¡chiquitines, chiquitines!... Pues yo, ya no quiero comer huevos…
Desde luego la vida de estas niñas es un privilegio, adquieren todas las ventajas de la ciudad, con museo, teatro, piscina, deportes varios, transporte, bibliotecas, luego pueden pasar al pueblo y allí disfrutan esa ventaja de vivir en la naturaleza.
Su abuela les cuenta como se cultivan todas las cosas, que se pone abono en los surcos, para que se alimente la semilla y tenga calor, luego se tapa con la tierra y se deja que crezcan unos meses. Después se van convirtiendo en ramas verdes que poco a poco, desarrollan los productos y que les van mostrando “in situ”, en cada visita semanal. Igualmente les proporciona calderos, rastrillos, delantales, botas y cestitos en miniatura, para que manejen con sus manos delicadas de chiquillas, por un ratito como se hacen las cosas.
Lo que más les ha gustado son las albarcas; ha sido digno de ver, ¡qué alegría al verlas!, completas, con los tarugos de madera; los escarpines de lana que la abuela tejió, tiene grabados con su nombre. El abuelo los talló con la punta de su navaja. Se querían descalzar en el frío suelo del terrazo de la entrada.
-"yo primero, yo primero" -
-"Vaaaaale, -las dos a la vez, -Olga con “güelito” y tú conmigo, tranquilas".
-Yupi, ¡qué bonitas son, las mías tiene rojo que es mi color “prefe”.
-Chincha que estas tiene azul que es el mío.
La prisa de calzárselas ha traído como consecuencia, algún resbalón y también un rasponazo al apoyarse en la pared, para evitar caerse. Menos mal que hoy día, llevan pegadas con puntas de zapatero, unas gomas que están al final del tarugo para que no se gaste y para evitar resbalar, porque si no es seguro que se “patirompen”.
Una vez de pie, controlan muy rápidamente la forma de andar, las estrenan, por supuesto, metiéndose hasta arriba en el barro y en pozos, suben cuestas, corren y prueban como descalzarse para ponérselas de nuevo.
-¡Abuelaaaa!, ya sabemos ponerlas solas.
En verano, las niñas una vez entregadas las notas, acaban el colegio y tienen casi la necesidad de preparar su pequeña maleta y trasladarse con sus padres de vacaciones al pueblo. La ayuda será bienvenida; mientras descargan el equipaje, ellas dan de besos a los abuelos, luego suben al segundo piso, donde está una larga balconada y gritan a todos:
-¡Ya estamos aquííííí!
Saben que ya llegaron otros niños que vienen de vacaciones y se conocen de otros años.
Será divertido hacer las tareas por la mañana, porque el resto de la jornada, estarán todos juntos en tareas propias del campo y luego ¡A jugar! De vez en cuando ir al cine, ver teatro en la calle, a las fiestas locales, comprar rosquillas de anís; ese caleidoscopio con tantos colores y formas, que no las aburren; cantar, bailar en las romerías, tocar el tambor y la gaita con su grupo del taller. Comer esas comidas ricas de los abuelos, el arroz con leche, con limón, canela, azúcar, flores de anís y ese poquito de sal, que su abuelo hace lentamente por las noches, desayunar mantequilla hecha en casa y miel de sus abejas… y el chocolate.
Siempre les huele la casa a flores de eucalipto secas, que están en todos los armarios de la ropa. Ellas se encuentran a gusto en la casa grande con los abuelos. En este verano se divirtieron a lo grande, ayudaron a secar la hierba con sus rastrillos nuevos, llevaron la leche a casa con sus calderucos, para ponerla a hervir y recogieron huevos, manzanas, peras, ciruelas, en los cestos de montañesa.
También llenaron sacos de las patatas tresmesinas, algunas tenían “hijos”, eran como patatitas saliendo de la misma patata, sacaron zanahorias con colores distintos, (Lucía decía que las que ella cogió, eran más brillantes), tomates muy, muy grandes, cebollas, pimientos, berenjenas, judías, que según las niñas, eran un arco iris en la mesa de la cocina. Los piescos fueron abundantes y ellas colaboraron con el abuelo pelándolos, mientras la abuela preparaba el puchero grande, agua, el azúcar y la cuchara de madera; la preguntaron por qué ponía sal y ella les dijo que era para que la mermelada no estuviera sosa.
Cuando fue la fiesta, les compraron una tarta entera de chocolate y helados de sabores, había sido un día lleno de experiencias divertidas, jugaron al “marru”, carreras de sacos, al “escondeverite”; la música se oyó hasta muy tarde, durmiéndose a ritmo de vals. Los padres y abuelos comentaban la resistencia de aquellas niñas, habían crecido, estaban sanas, morenas y eran felices, Seguramente este invierno, apenas cogerían catarros.
Al fin llegó el momento de la partida, los abuelos se entristecieron viendo que se acercaba el momento de separarse, pero la alegría de las pequeñas consiguió que se olvidaran, además la semana que viene estarían de nuevo con ellos de visita. Besos y abrazos muy fuertes, pero los padres vieron por el espejo retrovisor el pañuelo en sus caras…
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
10 de noviembre de 2009
Ellas gozan además de la suerte, de poder cambiar de vez en cuando hacia la vida rural, pues tienen allí a sus parientes. Pueden disfrutar de todas las ventajas de la ciudad y conocer en primera persona, la naturaleza, los cultivos, el ganado doméstico. A veces se ven algunos ejemplares de corzos jóvenes que pastan cerca de las ovejas, insectos, roedores, aves, los huevos, la leche, las tierras de donde salen las alubias, el maíz y otros muchos vegetales; advierten eso que les enseñan en el “cole”. Ahora entienden lo de los tubérculos, cuando ven como se sacan de su entierro las patatas.
Ven a los manzanos, perales, ciruelos, castaños, nogales, o avellanos; como se desarrollan sus frutos, como cambian y crecen, como se protegen con sus cascaras, lo ricos que están recién cogidos del árbol. El valor del esfuerzo en la recogida de esos frutos, la alegría de disfrutar en un medio sano, incontaminado.
Las manos de sus abuelos son duras, ásperas, incansables, pero a pesar de ello sus caricias son suaves, siempre responden a sus preguntas de niñas curiosas y avispadas.
-Abuela, ¿Por qué el gatito hoy no quiere que le acaricie?, ¿Por qué siempre estás haciendo cosas?, ¿Por qué la leche es blanca como las nubes?, ¿Hay vacas grandes en el cielo?
-Abuelo, hoy quiero ir a ordeñar a la vaquita roja contigo, ¿Vale?
El abuelo con esa paciencia que se acrecienta al tener los nietos cerca, cede con alegría a enseñarla semejante cosa, siempre y cuando luego te laves bien a la vuelta. La niña mayor escoge esta vez alimentar las ovejas, ayuda a partir el pan y luego ve encantada, como ellas vienen a la llamada de la abuela inmediatamente.
¡Qué cosa tiene los abuelos!, da igual la época, para los nietos ha sido un placer, incluso una necesidad estar en sus casas. Tiene más tiempo, paciencia, ternura, los padres están un poco más atareados con sus trabajos y preocupados por el cuidado de sus hijos, por ello a veces les falta ese momento. Son los tiempos de hoy, pero en su momento pasaba lo mismito, es algo normal, el oficio de padres además de querer, educar, alimentar, conlleva dificultad conseguirlo.
Les dicen que las gallinas ponen huevos para comer y para criar, que el gallo es el papá. Se pone encima de los huevos para darles calor durante 21 días, eso se llama incubar y después salen pollitos llenos de pelusa y son ¡chiquitines, chiquitines!... Pues yo, ya no quiero comer huevos…
Desde luego la vida de estas niñas es un privilegio, adquieren todas las ventajas de la ciudad, con museo, teatro, piscina, deportes varios, transporte, bibliotecas, luego pueden pasar al pueblo y allí disfrutan esa ventaja de vivir en la naturaleza.
Su abuela les cuenta como se cultivan todas las cosas, que se pone abono en los surcos, para que se alimente la semilla y tenga calor, luego se tapa con la tierra y se deja que crezcan unos meses. Después se van convirtiendo en ramas verdes que poco a poco, desarrollan los productos y que les van mostrando “in situ”, en cada visita semanal. Igualmente les proporciona calderos, rastrillos, delantales, botas y cestitos en miniatura, para que manejen con sus manos delicadas de chiquillas, por un ratito como se hacen las cosas.
Lo que más les ha gustado son las albarcas; ha sido digno de ver, ¡qué alegría al verlas!, completas, con los tarugos de madera; los escarpines de lana que la abuela tejió, tiene grabados con su nombre. El abuelo los talló con la punta de su navaja. Se querían descalzar en el frío suelo del terrazo de la entrada.
-"yo primero, yo primero" -
-"Vaaaaale, -las dos a la vez, -Olga con “güelito” y tú conmigo, tranquilas".
-Yupi, ¡qué bonitas son, las mías tiene rojo que es mi color “prefe”.
-Chincha que estas tiene azul que es el mío.
La prisa de calzárselas ha traído como consecuencia, algún resbalón y también un rasponazo al apoyarse en la pared, para evitar caerse. Menos mal que hoy día, llevan pegadas con puntas de zapatero, unas gomas que están al final del tarugo para que no se gaste y para evitar resbalar, porque si no es seguro que se “patirompen”.
Una vez de pie, controlan muy rápidamente la forma de andar, las estrenan, por supuesto, metiéndose hasta arriba en el barro y en pozos, suben cuestas, corren y prueban como descalzarse para ponérselas de nuevo.
-¡Abuelaaaa!, ya sabemos ponerlas solas.
En verano, las niñas una vez entregadas las notas, acaban el colegio y tienen casi la necesidad de preparar su pequeña maleta y trasladarse con sus padres de vacaciones al pueblo. La ayuda será bienvenida; mientras descargan el equipaje, ellas dan de besos a los abuelos, luego suben al segundo piso, donde está una larga balconada y gritan a todos:
-¡Ya estamos aquííííí!
Saben que ya llegaron otros niños que vienen de vacaciones y se conocen de otros años.
Será divertido hacer las tareas por la mañana, porque el resto de la jornada, estarán todos juntos en tareas propias del campo y luego ¡A jugar! De vez en cuando ir al cine, ver teatro en la calle, a las fiestas locales, comprar rosquillas de anís; ese caleidoscopio con tantos colores y formas, que no las aburren; cantar, bailar en las romerías, tocar el tambor y la gaita con su grupo del taller. Comer esas comidas ricas de los abuelos, el arroz con leche, con limón, canela, azúcar, flores de anís y ese poquito de sal, que su abuelo hace lentamente por las noches, desayunar mantequilla hecha en casa y miel de sus abejas… y el chocolate.
Siempre les huele la casa a flores de eucalipto secas, que están en todos los armarios de la ropa. Ellas se encuentran a gusto en la casa grande con los abuelos. En este verano se divirtieron a lo grande, ayudaron a secar la hierba con sus rastrillos nuevos, llevaron la leche a casa con sus calderucos, para ponerla a hervir y recogieron huevos, manzanas, peras, ciruelas, en los cestos de montañesa.
También llenaron sacos de las patatas tresmesinas, algunas tenían “hijos”, eran como patatitas saliendo de la misma patata, sacaron zanahorias con colores distintos, (Lucía decía que las que ella cogió, eran más brillantes), tomates muy, muy grandes, cebollas, pimientos, berenjenas, judías, que según las niñas, eran un arco iris en la mesa de la cocina. Los piescos fueron abundantes y ellas colaboraron con el abuelo pelándolos, mientras la abuela preparaba el puchero grande, agua, el azúcar y la cuchara de madera; la preguntaron por qué ponía sal y ella les dijo que era para que la mermelada no estuviera sosa.
Cuando fue la fiesta, les compraron una tarta entera de chocolate y helados de sabores, había sido un día lleno de experiencias divertidas, jugaron al “marru”, carreras de sacos, al “escondeverite”; la música se oyó hasta muy tarde, durmiéndose a ritmo de vals. Los padres y abuelos comentaban la resistencia de aquellas niñas, habían crecido, estaban sanas, morenas y eran felices, Seguramente este invierno, apenas cogerían catarros.
Al fin llegó el momento de la partida, los abuelos se entristecieron viendo que se acercaba el momento de separarse, pero la alegría de las pequeñas consiguió que se olvidaran, además la semana que viene estarían de nuevo con ellos de visita. Besos y abrazos muy fuertes, pero los padres vieron por el espejo retrovisor el pañuelo en sus caras…
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
10 de noviembre de 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario