jueves, 10 de diciembre de 2009

EL HOMBRE AZUL Y LA MARISMA

Hace poco que leí la apasionante y bella entrevista a un Tuareg. Él demostraba por medio de palabras idealistas la forma de vida de estos nómadas. Era sobre todo la poesía en el desierto, todo eran ventajas. Claro que las tiene, pero como todo en la vida, algunas de las cosas si que estaban de menos. Entre otras tuvo que salir a estudiar y formarse fuera, se supone que aquel libro que le llenó de curiosidad, le sacó al aire la necesidad de mejorar en sus conocimientos.

Son alrededor de tres millones, esta etnia descienden de los bereberes, son pastores y sus cabalgaduras los camellos. Viven en tiendas y el cielo y la arena son sus límites. El azul de sus vestimentas es una identidad con el cielo y el mundo, se tiñen con índigo y otras plantas, ese color pasa a la piel y da ese tono a la misma. Dice en una frase que se ha convertido en un lema: ”Tu tienes reloj y yo tengo el tiempo”

El nombre de Tuareg significa abandonados, pero gracias a su dios, alguno de ellos se prepara en el mundo que marca las horas, los meses, los días, se toman datos, hacen estadísticas, (ellos también se enumeran, pasan sus historias, sus costumbres). Cuenta que sigue todo igual al menos en tres generaciones, con siete años ya se les deja prácticamente solos para comenzar a diferenciar olores, escuchar, situarse con las estrellas, a confiar en el instinto de sus animales…

Dicen que las pequeñas cosas proporcionan felicidad, lo poco se valora, la prisa queda lejos, pero la sequía, la salud, las heridas rebeldes pueden culminar con la muerte. Veo que tienen dificultades, que mueren, que disfrutan, comen, duermen, descansan y quizá en algún momento es posible que les apure el mañana como a todos.

Creo que la poesía de cada vida la podemos encontrar en el desierto, en la ciudad, somos nosotros los que creamos nuestra felicidad, cierto es que estamos dejando a un lado las cosas más sencillas, las hemos cambiado por adquirir y comprar, por algo que llaman ambición.

Quizás nos cansamos mucho y dejamos que otros piensen y decidan, mientras descansamos de ese agotamiento del consumo con la tan traída y llevada inmediatez, algo perdemos en normas y dejamos la autoridad atrás, es posible que perjudiquemos y convirtamos a nuestros hijos en dependientes, pero conozco a muchísima gente alejada de esas costumbres y eso me congratula con el hoy.

El desierto y la ciudad, el pasado y el presente, unos se atan a costumbres ancestrales y los otros se amarran o temen un futuro por llegar, quizás el término medio fuera lo mejor, pero los humanos tenemos una estabilidad relativa. A unos les sobra el tiempo y a los otros los relojes.

Viví no hace tanto en un lugar sin luz ni agua. Ahora es cierto que valoro más estas facilidades pero pienso... Allí era silencio, en casa estábamos en esa gran finca solos y lejanos a todo y a todos, apreciábamos la luz del día y las estrellas de la noche, pescábamos, cazábamos, cultivábamos y recolectábamos, leíamos mucho, imaginábamos más. Nos protegíamos y nos acercábamos en la oscuridad, en el esfuerzo, unidos o desesperados.

La humedad y el frío, el calor y el trabajo, las lejanas casas de los pueblos, alguna luz en la lejanía, alguien que pasaba o el tren que nos ignoraba, voces remotas que se acercaban y que por fin reconocíamos a mi padre con un vecino. Sí, era un universo en paz pero también un universo abandonado, sin médico ni partera, el colegio lejos, ladrones, malos, miedos directos o existentes, enfermedad y faltas en este mundo contemporáneo con adelantos para beneficio de las personas. La vida que mejoraba fuera pudo tener inconvenientes, pero desde luego que era mejorar la nuestra.

Naturaleza y soledad. Libertad y encierro. Esfuerzo interminable. Cansancio amordazador. Es la parte que él hombre azul deja en la ignorancia, a lo mejor él lo disfruta y yo lo padecí en una parte.

Conste que mis pocos recuerdos son buenos, pero siempre se tiene de todo, es seguro que sirve y aporta valor a lo que hoy tengo en este lugar, no lo cambio por nada, es el término medio con ese toque de incompleto que me encanta, a poco de la naturaleza, de la ciudad, de la cultura, es una suerte vivir aquí. Llega de todo hasta lo malo. Se puede considerar el cielo.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la barquera
9 de diciembre de 2009

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