Pues veréis Uve y Jane, el pasado sábado, de nuevo, me han transportado a un río de Lamasón, rodeado de un bosque especial, esta vez éramos un grupo más grande y me quedé más con sus oficios y formas de ser que con sus nombres.
Un poeta (Observé que tomaba registros para escribir), otro de los personajes tenía vinculación con la vida política, pero tenía visos de humanidad; un tercero se dedicaba a la recaudación de no sé qué impuestos, pero le perdono porque disfruta de la naturaleza; una chica administrativa, con dotes de observación en los pequeños detalles. Entre todos ellos, encontré a alguien parecido a mí, siempre estaba con el por qué de las cosas, o sea que era la curiosa del grupo. La tercera mujer, tenía cierto descontento, con lo poco agradecido que resultaba ser ama de casa, oficio que simultaneaba con otras aficiones y obligaciones de faenas varias.
Por último estaban Él, Ella y yo, encantados de seguir un poco ese río caprichoso, que desaparece bajo tierra, al menos tres veces en ese recorrido. Comenzamos a subir por la pista, al principio se ve la referencia del entorno, trabajado por los habitantes del lugar, uno de ellos nos aseguró que los cazadores, esta vez se pasaron a otros lugares y dejaron libre el que por fin, veríamos hoy. Dejando atrás praderías, se puede ver la parte alta de la cueva del Toyo, primer lugar del enterramiento del Lataramá, afluente del Tanea en esa zona, al rato de caminar, empezamos a oír de nuevo el ruido del agua, estaba de nuevo en la superficie.
El día se presentaba claro, azul, tranquilo, sin cazadores por la zona, donde el aire solamente se manifestaba en las copas de los árboles, en manga corta, contentos, con ganas de aprender. La realidad es que estos escritos, tan solo son el transporte de los conocimientos de nuestros guías, poco se puede aportar que ellos desconozcan.
Todo ese camino de rivera fluvial, estaba lleno de avellanos de tamaño importante, apenas tenían fruto, también aparecían protegiendo el “moriu” de las fincas colindantes, para lindar y de paso evitar que el ganado hoy de raza suiza, se escape o intente pacer lo guardado. Es curioso lo descarnadas que estaban sus raíces, se veía perfectamente que eran el sostén de las piedras amuradas, se apreciaba perfectamente el entramado que tenían. Sus vueltas, enlaces, curvaturas, culebreando y casi flotando de un lado a otro, sus frutos eran escasos y pequeños, al igual que en los castaños.
Nuestros dos guías, hicieron un recorte para ver una cascada que se forma allí. A la entrada, acebos, un tilo, un roble con problemas de supervivencia, quizás debido a un rayo, pero que nuestra “guí-amiga” dijo que, llevaba dejando la vida unos treinta años. Posiblemente su vida fuera de algunos siglos, por el grosor de su tronco y su altura. Pasamos entre piedras forradas con diferentes tipos de musgos; en algunas de ellas nacieron retoños de robles, similares a un jardín bonsai, que a la vista del poco terreno donde estaban instalados, fácil que se extinguieran.
El barro blanco o caolín, utilizado en alfarería fina; Ella tiene un gran conocimiento de minerales, su tacto se podría asemejar a una besamel, fuerte con molienda de pimienta. Dijo Él que dejaba las manos suaves, todos tocamos y nos untamos de él, quizás mejorara la aspereza de las mías, pero fui tan afanosa en ello, que me tuvieron que esperar para limpiar el revoque. La arboleda que se formaba acompañando su alimento de agua, la sensación bucólica del entorno, aquel pequeño salto que daba al agua entre claroscuros, reflejos lechosos de la espuma, colores brillantes u opacos, ese clamor del río cayendo… Era romántico, pero el equilibrio que teníamos que guardar en las piedras, te devolvían a la realidad.
Nos desplazaron hacia arriba, con el fin de admirar una gruta donde el rio se adentraba de nuevo, hubo que subir por un empinado entramado de rocas, una vez allí, se veía el agua casi embalsada y el posible temor de todos, al pensar en hacer tareas de espeleología. Por una entrada hacía una pequeña cueva, la de Los Albarqueros, según ellos, fácil de subir, pero nadie del grupo clamó por hacerlo, jejeje, la utilizaban antaño para “asubiarse” (refugiarse), mientras recogían trozos de hayas, fresno o pinos duros. Esto les llevaba días, recogían y llevaban las bases de la pieza, para la talla de las albarcas montañesas, prácticas entonces, porque esa madera aislaba de agua, barro y frío, ayudada de los escarpines.
La vista desde allí al rio, daba una perspectiva diferente, nos dijeron que
cruzaríamos el afluente para dirigirnos bosque a través, allí encontramos una forma de subir y atajar un recorrido grande, que además nos dejaría justo encima de la gruta, pudiendo observar que estaba sobre la roca de parte de ella, formando un puente natural. Antes, recogimos agua de una fuente natural, esa agua que nos definían de antes en el cole, inodora, incolora e insípida, fresca, deseada. Quizá tenga el mismo poder limpiante del agua de goteras, que antaño se utilizaba para el aseo diario, dejaba el cabello y la piel con una suavidad notoria, quizá por eso la comida de nuestras abuelas, tuviera el sabor que hoy es difícil de darles.
Aquello parecía verdaderamente un microclima, en un pequeño claro adornado por el astro rey, volaban en enamoramiento dos mariposas, con la claridad y calor propias de la primavera, sabiendo todos que era justo la mitad del otoño.
Azafrán, manzanilla, menta silvestres olorosas, setas, aromas de vegetación y humedad, se podían apreciar los sonidos de malvises cantarines, cuervos y en el cielo grupos de aves, posiblemente de presa. Ya caían bellotas con formas caprichosas y alargadas, es posible que se den ardillas por la zona.
En ese caudal, que era relativamente estrecho, se formaban islas con terreno reforzado por árboles que nacieron en ellas, esta primera portaba tres. Nos comentaron que era un placer cruzar hasta ellas, reposar o comer. Creo que pudiera ser la sensación de ir en una embarcación, con la ventaja de no menearse, rodeados de agua en movimiento, relajarse, respirar en profundidad y sentirse con los ojos entreabiertos, como en el mismo océano. Y al despertar de ese ensueño, encontrarse en otro muy distinto, con la tierra firme y poblada de una vegetación, que parece sembrada por el mejor diseñador de jardines, que creo que se llama ¡Dios! Esa belleza real, deja sin respiración, por lo que aconsejo a los que padezcan “germencia”, se lo tomen con calma.
En este recinto al lado de la orilla, se observaban en algunas piedras grandes, el nacimiento de musgos, con diferentes formas, en la misma morada. Ella nos hizo apreciar que eran cuatro diferentes, que daban la sensación de ser un bosque por ellos mismos, parecían las hayas, pinos, fresnos, robles, con el colorido primaveral, lo pequeño tiene también su convivencia, quedó hecha la foto, para dejar constancia de que era cierto, ¡Increíble ese monte en miniatura! Nos encontramos con un rebaño de vacunos, ellas pararon, nosotros nos apartamos, pero en sus miradas, la desconfianza puesta y todas ellas decidieron bajar por un lado más precipitado y resbaloso, posiblemente fueran a beber. Creo que nos observamos los unos a los otros, con cierta curiosidad. Ya antes, nos habíamos tropezado con un toro, con este la recomendación fue de más cuidado.
Todos los musgos que acaricié, eran suaves pero diferentes, unos más espesos, otros más altos, con colores muy diferentes, dependiendo de su raza o de su posición. Algunos parecían ser el pelo de un cachorro de pastor alemán, quizá de una alfombra de larga lana, de los pimientos caseros asados en casa, fríos y densos, quizá como meter la mano en el saco de las alubias, que dejan entre los dedos esa sensación de bienestar.
De pronto apareció el haya preciado, la reina de los bosques, hermosa, alta, con edad centenaria, su tronco al norte, forrado en musgo verde, suave, compacto y acariciable, es imposible no hacer fotos de ella, poderosa, emergiendo entre todos los demás. En otros árboles, se apreciaban las enredaderas, que en tiempos de niñez, se utilizaban como cuerdas, para saltar a la comba, siempre las más verdes y ligeras. Son un poco los inquilinos avispados y oportunistas, los ocupas que por las que vimos ya secas en algunos lugares, alcanzan grosores el doble, por poner un ejemplo, que las lianas del Tarzán peliculero. El guía preguntó la hora, sorpresa para todos, se había pasado la mañana, ¡Las tres de la tarde casi! pero la excitación de descubrir, evitaba tener apetito ni cansancio.
Hicimos una parada para la comida, en una zona casi al sol; reconstituidos con los alimentos, a veces pienso si no será por comer el bocadillo, pues hace años que no lo hacía, por lo que me están gustando tanto estos recorridos, jajaja. Allí se decidió seguir subiendo por la pista, pero hubo la tentación de desprendernos del peso de las mochilas, escondidas hasta llegar a los invernales y volver a recogerlas, que pena, se olvidó el tema, porque al bajar es posible que atajáramos. Mientras subíamos, nos mostraron una calicata, esta prospección de mineral, se hizo en los años en que se instalaron aquí las industrias mineras y areneras, quizás tuviera diez metros de profundidad, se distinguía alguna muestra de hierro, pero poco, con otros minerales que desconozco, ya se estaba llenando de algunas vegetaciones.
Subimos entre hermosos, viejos robledales y hayas, algunas de ellas, se bifurcaban en ramas extensas y largas, enredadas entre sí, con nudos y vueltas inimaginables, trenzas, ondulaciones, altaneras y bajas, con edad suficiente para ver a Napoleón, Carlos IV, Carlos III o incluso algunos con más edad.
Estábamos rozando Asturias, mientras mis gemelos, se movían dolorosamente y trataba de estirarlos a medida que andaba, pero por fin pedí socorro y la posibilidad de parar, ¡Por favor!. Mientras vimos los invernales en lo alto de aquella elevación sobre el nivel del mar, el cercano a nosotros, están rodeados de muros y con pequeñas cuadras para refugio de los rebaños, también se veían en otras montañas lejanas.
Ella dijo, que aún personas de 80 años, se acercaban por aquellos altos, con una facilidad pasmosa, en menos de media hora, lo que a nosotros nos costaba casi tres veces más. En aquella zona se encontraba una piedra enorme, redondeada, de esa llamada silícea y que se rompe en lascas, con aspecto circular, envolviendo un roble de unos 70 años, parecía un túmulo natural, estaba protegiéndole en disminución de altura, por arriba en alto y por abajo en descenso. Es curioso como las piedras han cambiado de composición mientras subíamos, Ella me hizo prestar atención al principio, eran con componentes de yeso, que en otras zonas de ese monte, adquirían aspecto cristalino, casi transparente, por estar formadas con cristales de ese mismo material.
Se presentaba la hora de bajar, con la precaución necesaria para evitar resbalar con las piedras sueltas, vimos una poza de agua estancada, era grande y al estar rodeada de esa frondosidad, se oscurecía, dando la sensación de humedad y frío. Bajando como siempre, todos en conversaciones distintas a la valoración de lo natural en el ascenso, premios Nobel, que me recordaba a mis abuelos cuando decíamos “En mis tiempos no eran así”, religiones, poderes fácticos, niños, maestros, colegios, instituciones, etc. Todos teníamos cosas que decir, es curioso, siempre sucede al bajar, es distendido, es comunicarse y hacer un nido de amistad en el corazón.
Cuando llegamos al lugar de pendiente entre la vegetación, nos pareció mentira que nos deslizáramos por esa zona, que ahora vista de lejos, estaba totalmente tupida, pero nosotros en la ascensión, lo vimos ciertamente despejado. Encontramos de nuevo aquel tronco de un roble, reposaba en el suelo y la dimensión de su diámetro, era pasado el metro, lo que con una pequeña operación, da unos tres metros y medio de grosor. Tenía el centro podre, por lo que la guía explicó, es donde empieza su decadencia y muerte, estaba ya rodeado de musgos.
Dejamos atrás otro más joven, quizá algún fuerte viento lo azotó al suelo, tenía al descubierto sus raíces, estaba agarrado a tierra y piedras, pero el temporal pudo con él. Había un roble que nos mostraba con eficacia, las raíces rodeando una gran piedra blanca, parecía una fotografía en negativo, de las muelas y encías. Grandes y entramadas en el suelo, larguísimas, rebuscando los minerales y la humedad necesaria para seguir creciendo.
Queridas amigas, cada recorrido es un paso a otro, no te cansas de conocer, fijaros que aún ya casi con un pie en el coche, se decidió bajar a la rivera del Nansa, estaba en declive y sostenida por un bosque virgen. Se veía entre ellos el caudal, manchado por piedras curiosamente blancas, inmaculadas, por la sequedad del nordeste y por el ocaso del sol. En una zona de este repecho, quedaban las huellas de pescadores, que seguramente lo harían arrastrando el trasero, cuestión de no despeñarse por allí. Aquello mereció la pena verse a pesar del cansancio.
Un abrazo tan acaparador, como el enlazamiento de aquellas raíces.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vicente de la Barquera
17 de octubre de 2009
Un poeta (Observé que tomaba registros para escribir), otro de los personajes tenía vinculación con la vida política, pero tenía visos de humanidad; un tercero se dedicaba a la recaudación de no sé qué impuestos, pero le perdono porque disfruta de la naturaleza; una chica administrativa, con dotes de observación en los pequeños detalles. Entre todos ellos, encontré a alguien parecido a mí, siempre estaba con el por qué de las cosas, o sea que era la curiosa del grupo. La tercera mujer, tenía cierto descontento, con lo poco agradecido que resultaba ser ama de casa, oficio que simultaneaba con otras aficiones y obligaciones de faenas varias.
Por último estaban Él, Ella y yo, encantados de seguir un poco ese río caprichoso, que desaparece bajo tierra, al menos tres veces en ese recorrido. Comenzamos a subir por la pista, al principio se ve la referencia del entorno, trabajado por los habitantes del lugar, uno de ellos nos aseguró que los cazadores, esta vez se pasaron a otros lugares y dejaron libre el que por fin, veríamos hoy. Dejando atrás praderías, se puede ver la parte alta de la cueva del Toyo, primer lugar del enterramiento del Lataramá, afluente del Tanea en esa zona, al rato de caminar, empezamos a oír de nuevo el ruido del agua, estaba de nuevo en la superficie.
El día se presentaba claro, azul, tranquilo, sin cazadores por la zona, donde el aire solamente se manifestaba en las copas de los árboles, en manga corta, contentos, con ganas de aprender. La realidad es que estos escritos, tan solo son el transporte de los conocimientos de nuestros guías, poco se puede aportar que ellos desconozcan.
Todo ese camino de rivera fluvial, estaba lleno de avellanos de tamaño importante, apenas tenían fruto, también aparecían protegiendo el “moriu” de las fincas colindantes, para lindar y de paso evitar que el ganado hoy de raza suiza, se escape o intente pacer lo guardado. Es curioso lo descarnadas que estaban sus raíces, se veía perfectamente que eran el sostén de las piedras amuradas, se apreciaba perfectamente el entramado que tenían. Sus vueltas, enlaces, curvaturas, culebreando y casi flotando de un lado a otro, sus frutos eran escasos y pequeños, al igual que en los castaños.
Nuestros dos guías, hicieron un recorte para ver una cascada que se forma allí. A la entrada, acebos, un tilo, un roble con problemas de supervivencia, quizás debido a un rayo, pero que nuestra “guí-amiga” dijo que, llevaba dejando la vida unos treinta años. Posiblemente su vida fuera de algunos siglos, por el grosor de su tronco y su altura. Pasamos entre piedras forradas con diferentes tipos de musgos; en algunas de ellas nacieron retoños de robles, similares a un jardín bonsai, que a la vista del poco terreno donde estaban instalados, fácil que se extinguieran.
El barro blanco o caolín, utilizado en alfarería fina; Ella tiene un gran conocimiento de minerales, su tacto se podría asemejar a una besamel, fuerte con molienda de pimienta. Dijo Él que dejaba las manos suaves, todos tocamos y nos untamos de él, quizás mejorara la aspereza de las mías, pero fui tan afanosa en ello, que me tuvieron que esperar para limpiar el revoque. La arboleda que se formaba acompañando su alimento de agua, la sensación bucólica del entorno, aquel pequeño salto que daba al agua entre claroscuros, reflejos lechosos de la espuma, colores brillantes u opacos, ese clamor del río cayendo… Era romántico, pero el equilibrio que teníamos que guardar en las piedras, te devolvían a la realidad.
Nos desplazaron hacia arriba, con el fin de admirar una gruta donde el rio se adentraba de nuevo, hubo que subir por un empinado entramado de rocas, una vez allí, se veía el agua casi embalsada y el posible temor de todos, al pensar en hacer tareas de espeleología. Por una entrada hacía una pequeña cueva, la de Los Albarqueros, según ellos, fácil de subir, pero nadie del grupo clamó por hacerlo, jejeje, la utilizaban antaño para “asubiarse” (refugiarse), mientras recogían trozos de hayas, fresno o pinos duros. Esto les llevaba días, recogían y llevaban las bases de la pieza, para la talla de las albarcas montañesas, prácticas entonces, porque esa madera aislaba de agua, barro y frío, ayudada de los escarpines.
La vista desde allí al rio, daba una perspectiva diferente, nos dijeron que
cruzaríamos el afluente para dirigirnos bosque a través, allí encontramos una forma de subir y atajar un recorrido grande, que además nos dejaría justo encima de la gruta, pudiendo observar que estaba sobre la roca de parte de ella, formando un puente natural. Antes, recogimos agua de una fuente natural, esa agua que nos definían de antes en el cole, inodora, incolora e insípida, fresca, deseada. Quizá tenga el mismo poder limpiante del agua de goteras, que antaño se utilizaba para el aseo diario, dejaba el cabello y la piel con una suavidad notoria, quizá por eso la comida de nuestras abuelas, tuviera el sabor que hoy es difícil de darles.
Aquello parecía verdaderamente un microclima, en un pequeño claro adornado por el astro rey, volaban en enamoramiento dos mariposas, con la claridad y calor propias de la primavera, sabiendo todos que era justo la mitad del otoño.
Azafrán, manzanilla, menta silvestres olorosas, setas, aromas de vegetación y humedad, se podían apreciar los sonidos de malvises cantarines, cuervos y en el cielo grupos de aves, posiblemente de presa. Ya caían bellotas con formas caprichosas y alargadas, es posible que se den ardillas por la zona.
En ese caudal, que era relativamente estrecho, se formaban islas con terreno reforzado por árboles que nacieron en ellas, esta primera portaba tres. Nos comentaron que era un placer cruzar hasta ellas, reposar o comer. Creo que pudiera ser la sensación de ir en una embarcación, con la ventaja de no menearse, rodeados de agua en movimiento, relajarse, respirar en profundidad y sentirse con los ojos entreabiertos, como en el mismo océano. Y al despertar de ese ensueño, encontrarse en otro muy distinto, con la tierra firme y poblada de una vegetación, que parece sembrada por el mejor diseñador de jardines, que creo que se llama ¡Dios! Esa belleza real, deja sin respiración, por lo que aconsejo a los que padezcan “germencia”, se lo tomen con calma.
En este recinto al lado de la orilla, se observaban en algunas piedras grandes, el nacimiento de musgos, con diferentes formas, en la misma morada. Ella nos hizo apreciar que eran cuatro diferentes, que daban la sensación de ser un bosque por ellos mismos, parecían las hayas, pinos, fresnos, robles, con el colorido primaveral, lo pequeño tiene también su convivencia, quedó hecha la foto, para dejar constancia de que era cierto, ¡Increíble ese monte en miniatura! Nos encontramos con un rebaño de vacunos, ellas pararon, nosotros nos apartamos, pero en sus miradas, la desconfianza puesta y todas ellas decidieron bajar por un lado más precipitado y resbaloso, posiblemente fueran a beber. Creo que nos observamos los unos a los otros, con cierta curiosidad. Ya antes, nos habíamos tropezado con un toro, con este la recomendación fue de más cuidado.
Todos los musgos que acaricié, eran suaves pero diferentes, unos más espesos, otros más altos, con colores muy diferentes, dependiendo de su raza o de su posición. Algunos parecían ser el pelo de un cachorro de pastor alemán, quizá de una alfombra de larga lana, de los pimientos caseros asados en casa, fríos y densos, quizá como meter la mano en el saco de las alubias, que dejan entre los dedos esa sensación de bienestar.
De pronto apareció el haya preciado, la reina de los bosques, hermosa, alta, con edad centenaria, su tronco al norte, forrado en musgo verde, suave, compacto y acariciable, es imposible no hacer fotos de ella, poderosa, emergiendo entre todos los demás. En otros árboles, se apreciaban las enredaderas, que en tiempos de niñez, se utilizaban como cuerdas, para saltar a la comba, siempre las más verdes y ligeras. Son un poco los inquilinos avispados y oportunistas, los ocupas que por las que vimos ya secas en algunos lugares, alcanzan grosores el doble, por poner un ejemplo, que las lianas del Tarzán peliculero. El guía preguntó la hora, sorpresa para todos, se había pasado la mañana, ¡Las tres de la tarde casi! pero la excitación de descubrir, evitaba tener apetito ni cansancio.
Hicimos una parada para la comida, en una zona casi al sol; reconstituidos con los alimentos, a veces pienso si no será por comer el bocadillo, pues hace años que no lo hacía, por lo que me están gustando tanto estos recorridos, jajaja. Allí se decidió seguir subiendo por la pista, pero hubo la tentación de desprendernos del peso de las mochilas, escondidas hasta llegar a los invernales y volver a recogerlas, que pena, se olvidó el tema, porque al bajar es posible que atajáramos. Mientras subíamos, nos mostraron una calicata, esta prospección de mineral, se hizo en los años en que se instalaron aquí las industrias mineras y areneras, quizás tuviera diez metros de profundidad, se distinguía alguna muestra de hierro, pero poco, con otros minerales que desconozco, ya se estaba llenando de algunas vegetaciones.
Subimos entre hermosos, viejos robledales y hayas, algunas de ellas, se bifurcaban en ramas extensas y largas, enredadas entre sí, con nudos y vueltas inimaginables, trenzas, ondulaciones, altaneras y bajas, con edad suficiente para ver a Napoleón, Carlos IV, Carlos III o incluso algunos con más edad.
Estábamos rozando Asturias, mientras mis gemelos, se movían dolorosamente y trataba de estirarlos a medida que andaba, pero por fin pedí socorro y la posibilidad de parar, ¡Por favor!. Mientras vimos los invernales en lo alto de aquella elevación sobre el nivel del mar, el cercano a nosotros, están rodeados de muros y con pequeñas cuadras para refugio de los rebaños, también se veían en otras montañas lejanas.
Ella dijo, que aún personas de 80 años, se acercaban por aquellos altos, con una facilidad pasmosa, en menos de media hora, lo que a nosotros nos costaba casi tres veces más. En aquella zona se encontraba una piedra enorme, redondeada, de esa llamada silícea y que se rompe en lascas, con aspecto circular, envolviendo un roble de unos 70 años, parecía un túmulo natural, estaba protegiéndole en disminución de altura, por arriba en alto y por abajo en descenso. Es curioso como las piedras han cambiado de composición mientras subíamos, Ella me hizo prestar atención al principio, eran con componentes de yeso, que en otras zonas de ese monte, adquirían aspecto cristalino, casi transparente, por estar formadas con cristales de ese mismo material.
Se presentaba la hora de bajar, con la precaución necesaria para evitar resbalar con las piedras sueltas, vimos una poza de agua estancada, era grande y al estar rodeada de esa frondosidad, se oscurecía, dando la sensación de humedad y frío. Bajando como siempre, todos en conversaciones distintas a la valoración de lo natural en el ascenso, premios Nobel, que me recordaba a mis abuelos cuando decíamos “En mis tiempos no eran así”, religiones, poderes fácticos, niños, maestros, colegios, instituciones, etc. Todos teníamos cosas que decir, es curioso, siempre sucede al bajar, es distendido, es comunicarse y hacer un nido de amistad en el corazón.
Cuando llegamos al lugar de pendiente entre la vegetación, nos pareció mentira que nos deslizáramos por esa zona, que ahora vista de lejos, estaba totalmente tupida, pero nosotros en la ascensión, lo vimos ciertamente despejado. Encontramos de nuevo aquel tronco de un roble, reposaba en el suelo y la dimensión de su diámetro, era pasado el metro, lo que con una pequeña operación, da unos tres metros y medio de grosor. Tenía el centro podre, por lo que la guía explicó, es donde empieza su decadencia y muerte, estaba ya rodeado de musgos.
Dejamos atrás otro más joven, quizá algún fuerte viento lo azotó al suelo, tenía al descubierto sus raíces, estaba agarrado a tierra y piedras, pero el temporal pudo con él. Había un roble que nos mostraba con eficacia, las raíces rodeando una gran piedra blanca, parecía una fotografía en negativo, de las muelas y encías. Grandes y entramadas en el suelo, larguísimas, rebuscando los minerales y la humedad necesaria para seguir creciendo.
Queridas amigas, cada recorrido es un paso a otro, no te cansas de conocer, fijaros que aún ya casi con un pie en el coche, se decidió bajar a la rivera del Nansa, estaba en declive y sostenida por un bosque virgen. Se veía entre ellos el caudal, manchado por piedras curiosamente blancas, inmaculadas, por la sequedad del nordeste y por el ocaso del sol. En una zona de este repecho, quedaban las huellas de pescadores, que seguramente lo harían arrastrando el trasero, cuestión de no despeñarse por allí. Aquello mereció la pena verse a pesar del cansancio.
Un abrazo tan acaparador, como el enlazamiento de aquellas raíces.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vicente de la Barquera
17 de octubre de 2009
1 comentario:
Lines..
Claro que vale la pena seguir paseando entre tus lineas, en donde reflejas tus esperiencias, que desembocan en una hermosa travesía.
Bien por Ella y El..de seguro personas con las que vale disfrutar de tan ensoñador paseo.
Abrazos para tí,
V:
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