Otro día más el viento soplaba fuertemente. Llevaba toda la semana soportando ese inmenso frío que penetraba hasta los huesos y le hacia tiritar; intentaba abrigarse y cobijarse de él pero no lograba deshacerse de aquella sensación que tanto le incomodaba, además le hacía recordar cuando usaba aquellas faldas acampanadas, que no le gustaban nada y era imposible sujetarlas sin que el viento las levantara y le hiciera pasar esa vergüenza y recato de sus años adolescentes. Solamente de imaginarse la situación su cara enrojecía y volvía a verse en aquella situación, que hoy, le parecía ridícula.
También le vino a la memoria ese dolor de oídos que le provocaba aquella frialdad y aunque intentara taparse del viento, éste se colaba y le producía ese dolor. Había probado con toda clase de gorros y bufandas para superarlo pero era tan penetrante que casi era imposible esquivarlo totalmente.
Sabía que mientras durara, el sol aparecería todas las mañanas pues había oído contar muchas veces a los marineros, que el nordeste soplaría de tres a cinco días y el tiempo bueno estaba asegurado hasta que otro viento hiciera su aparición y le destronase, entonces aquella sensación desaparecía y su cuerpo agradecería sentir un poco mas el calor.
Tras las ventana observaba como los árboles doblaban sus hojas furiosas y el mar rompía fuertemente contra los acantilados dejando una espuma blanca; los pequeños botes que reposaban en la ría eran azotados con furia y las olas llegaban ladeando sus frágiles maderas que parecían querer quebrarse entre tantos vaivenes. El panorama era bello pues las aguas mostraban su color más esplendido y el sol les daba una luz inmensa que se reflejaba a través de los cristales.
En su cabeza se agolpaban recuerdos de tantos años vividos en su compañía y de las añoradas primaveras en la que todos esperaban a que este viento soplase, porque aunque sabían que era frío e incomodo su llegada aseguraba muchas jornadas de sol, y aunque nunca se acostumbrarían a él, después de los largos inviernos, deseaban disfrutar del buen tiempo que éste les iba a garantizar.
Hoy tumbada bajo una sombrilla y contemplado como las nubes se movían haciendo dibujos caprichosos en el cielo, habría agradecido un poco de ese temido viento, pues el calor era insoportable y ni siquiera una ligera brisa corría cerca del mar; el sudor caía por su frente y se hacia difícil respirar, sin embargo se estremeció al pensar en las veces que había sentido tanto frío y se adormeció con aquel bochorno soñando que en su cara un aire fresco soplaba y una sensación de bienestar invadía su cuerpo mientras una sonrisa llegaba a sus labios.
Se quedó pensando en que nunca estamos satisfechos de lo que tenemos pero cuando nos falta ese “algo”, lo evocamos, y así nos pasamos la vida, deseando lo que un día tuvimos y dejamos escapar, como ese nordeste que cuando nos acompaña queremos que se vaya y cuando le necesitamos clamamos por él.
Flor Martínez Salces ©
Octubre 2009
También le vino a la memoria ese dolor de oídos que le provocaba aquella frialdad y aunque intentara taparse del viento, éste se colaba y le producía ese dolor. Había probado con toda clase de gorros y bufandas para superarlo pero era tan penetrante que casi era imposible esquivarlo totalmente.
Sabía que mientras durara, el sol aparecería todas las mañanas pues había oído contar muchas veces a los marineros, que el nordeste soplaría de tres a cinco días y el tiempo bueno estaba asegurado hasta que otro viento hiciera su aparición y le destronase, entonces aquella sensación desaparecía y su cuerpo agradecería sentir un poco mas el calor.
Tras las ventana observaba como los árboles doblaban sus hojas furiosas y el mar rompía fuertemente contra los acantilados dejando una espuma blanca; los pequeños botes que reposaban en la ría eran azotados con furia y las olas llegaban ladeando sus frágiles maderas que parecían querer quebrarse entre tantos vaivenes. El panorama era bello pues las aguas mostraban su color más esplendido y el sol les daba una luz inmensa que se reflejaba a través de los cristales.
En su cabeza se agolpaban recuerdos de tantos años vividos en su compañía y de las añoradas primaveras en la que todos esperaban a que este viento soplase, porque aunque sabían que era frío e incomodo su llegada aseguraba muchas jornadas de sol, y aunque nunca se acostumbrarían a él, después de los largos inviernos, deseaban disfrutar del buen tiempo que éste les iba a garantizar.
Hoy tumbada bajo una sombrilla y contemplado como las nubes se movían haciendo dibujos caprichosos en el cielo, habría agradecido un poco de ese temido viento, pues el calor era insoportable y ni siquiera una ligera brisa corría cerca del mar; el sudor caía por su frente y se hacia difícil respirar, sin embargo se estremeció al pensar en las veces que había sentido tanto frío y se adormeció con aquel bochorno soñando que en su cara un aire fresco soplaba y una sensación de bienestar invadía su cuerpo mientras una sonrisa llegaba a sus labios.
Se quedó pensando en que nunca estamos satisfechos de lo que tenemos pero cuando nos falta ese “algo”, lo evocamos, y así nos pasamos la vida, deseando lo que un día tuvimos y dejamos escapar, como ese nordeste que cuando nos acompaña queremos que se vaya y cuando le necesitamos clamamos por él.
Flor Martínez Salces ©
Octubre 2009
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