
Así es como terminé por decidir el nombre de esta jornada, que se convirtió en algo diferente e inesperado Uve, sin embargo para mi era ilusionante y deseado, estaba como una niña en espera de un regalo. Salimos cuatro personas, Ana era la jovencita del grupo, aunque estábamos a la par en ser todos tranquilos, pero hace falta moral en reunirse con otros tres ya talluditos, a los que la vida nos ha proporcionado experiencias que ella aún está por ver, pero al terminar este recorrido nos igualó en casi todo. Mi único lamento es, que no llevé una grabadora para tomar toda la información que allí estábamos recibiendo de nuestros dos guías y poder transportarlo a la cuartilla. Son dos auténticos volúmenes enciclopédicos andantes sobre naturaleza, tradiciones e historia.
Mientras íbamos al encuentro de esos rincones, nos iban dando los nombres de pequeños recorridos en elevaciones, a su forma de ver, fáciles de subir. La Pica de Gandarilla por ejemplo, al fondo Peña Sagra, ahí se veía la forma que tiene su relieve, gracias a la información de un personaje con inquietudes históricas, vi ciertamente el relieve en forma del espinazo de un caballo. Se advierte la parte de los cuartos traseros, lomo, y la subida del pescuezo con la oreja y parte de la cara, todo bien perfilado. Comentamos que era en estos lugares, donde se aposentaban nuestros antecesores prehistóricos, ya fuera por la imagen natural, achacables a dioses o por las ventajas de aquel terreno para alimentarse, ya que hay túmulos descubiertos de aquella época.
Paramos en el mirador de Cofría, entorno alto desde donde se intuye el río, por la separación de la espesa arboleda y por el sonido de la corriente que rompe ese silencio. Sensaciones de vértigo, latidos del propio corazón, libertad, humildad ante un entorno gigantesco y ese silencio que por falta ya de costumbre, oprime el pecho. Paramos también en el siguiente mirador, este tiene un pequeño recorrido empedrado que desdice poco del entorno natural, en él estaba un cartel ahora semi borrado y en el suelo. Se podían distinguir las informaciones de montañas y lugares con sus medidas en alturas o recorridos.
Por circunstancias del deporte de la cinegética, siendo estos días de puente o descanso, parecía que a los montes y caminos forestales le había entrado una epidemia de cazadores, y se cambió toda la ruta prevista. La persona que nos proporcionó la idea, la llamaré Ella, comentó que con la afluencia de personal cazando, era un tanto peligroso, lo mismo porque nos pegaran un balazo, como que el jabalí se sintiera acosado y nos embistiera pretendiendo escapar. Luego el camino a recorrer en principio, quedaba eliminado como todo lo referido a naturaleza, bosque o monte, Ella había nacido en aquella zona y sabía mucho de todo ello.
El segundo personaje Él, también gran conocedor de la zona, aunque reconoció que fue de la mano de su esposa, quién le llevó en primera instancia por aquellos lugares, hablaban entre ellos de que zonas sería posible visitar ante esta circunstancia. Decidieron que fuera un poco más cultural y tomamos camino hacía una casa de un familiar, llevados por la curiosidad de visitar una cueva natural, donde desaparecía el río Tanea, afluente del Nansa. Hasta llegar a esa cavidad, recorrimos una pradería en donde notaron la falta de un caserón antiguo, hoy comido por bosque creciente, sin embargo encontraron ese sitio más cuidado. Comentaron que el programa televisivo Al Filo de lo Imposible, estuvo en ella para investigar el recorrido interior fluvial.
Llegamos rápidamente al entorno casi melancólico, con este día que dejaba ver, caminar con gran relajo, nada de calor, sin lluvia, sin prisa, casi pisando esa hierva silvestre utilizada en infusión, el poleo, evitando las boñigas del ganado, probando las moras, nos abocamos a esa caverna, que posee estalactitas y estalagmitas parece ser que tiene bastante profundidad y una belleza natural que aún está casi virgen. Al tener previsto otras visitas, carecíamos de linternas, así que tan solo pasamos ante la entrada, por encima de piedras traicioneras, resbaladizas y el río señor de ese lugar. Pensé que era el momento de caerme, ya que tengo esa manía pero no, tan solo tome mi bautismo del río en mis pies,
Seguimos ruta y paramos en una pequeña población llamada La Fuente. Sorpresa mayúscula, en su entrada aparece una iglesia románica pequeña, bien restaurada respetando su estructura, Sta. Juliana del siglo XII o XIII. Tiene canecillos con los relieves casi impolutos, donde se ven fácilmente las imágenes, de vegetales, iconográficos, rollos, etc., era la forma de informar a la población analfabeta de entonces que lo eran casi todos, de los pecados a evitar. Esta iglesia, siempre ha de estar en nuestras visitas, además posee la ventaja de que al tener poca altura, permite divisar perfectamente, sus canecillos, columnas, relieves, arquivoltas, y es un auténtico placer. En la entrada formada por tres columnas a cada lado y la puerta llamativamente sobresaliente, estaban, protegidos tomando el sol, unas personas mayores que nos informaron de otra curiosidad, algo sobre lo que Ella ya nos había hablado.
Se trata de las dos caras denominadas “La pareja de Lamasón”, ejemplo antiquísimo del arte en Cantabria, son un hombre y una mujer y vienen del s. XVII, la forma de las imágenes recuerda de la época artística del Renacimiento. Bajo la mujer hay una frase que dice: “Cuantos pasen que no vuelven, año de 1625.” Están flanqueando una entrada antigua de medio punto, en piedra de sillería, por lo que comentaba Ella, era zona de canteros; en su alto se encuentra un escudo que bajo el paso del tiempo y la poca dureza de la piedra, se encuentra con aspecto gastado. Está todo guardado en un muro bastante alto, dentro está bien conservada una casa típica, tosca sí pero con unas lecciones para aprender interesantes. Posee un horno de pan, encima de este se almacenaba la madera necesaria para cocer, igualmente secaría en esa posición, para obtener una pronta combustión y un herradero para curar y herrar a los animales con todos sus enseres visibles y enteros.
En ese pueblo se aprecian casas sumamente antiguas, seguro que superan los dos siglos, muros tremendamente anchos, increíble esas piedras sobre piedras, seguramente pegadas con barro, algún tipo de arcilla o mortero (Cal con arena), con vigas robustas, balcones que siguen colgados todavía. Comentábamos la resistencia de aquellas viviendas, toscas, pero sabiendo muy bien como habían de construir sin fallos, durando “per se”, mientras que los hogares donde habitamos hoy en día, tiene una vida demasiado limitada y menor calidad. Las calles donde perdura el trazado estrecho, para salvaguardar del frío o el calor, empedrado original también, con zonas en alto, que ayudan a apreciar de cerca el tejado de los caserones, la solidez de sus paredes, las pequeñas ventanas, que quizás tengan tanto de fondo como de apertura…
Está todo en este entorno, incluido el molino, que a pesar de tener algo de deterioro, se aprecian todo lo que contenía, la separación y alzado sobre la corriente del arroyo, su hierros y piedras. Por detrás están las pequeñas compuertas, donde levantándolas se dirigía el camino del torrente para mover la piedra y moler o dejar pasar el agua libremente. En el cerrado, me dijo Ella que el árbol grande, era un avellano real, este da las avellanas casi el doble de lo normal. Seguimos saliendo topándonos con una higuera, tan espectacular en sus grandes frutos, como otra que vi en Sejo de Arriba (La Revilla), con gruesa piel y menos dulces. Desconozco si es injerto entre higo y breva, pero el resultado me retrotrae a mis años infantiles, con la particularidad de que puedo al menos probarlos, la piel riquísima.
Llegamos a la fuente que seguramente es de la que procede el nombre de esta población, un entorno rocoso y cercano, donde se ve por las heridas de la piedra, por donde caía el agua. En tiempos para potabilizar el agua con el consabido cloro, se construyó un depósito por el que fluía con el bactericida; ahora salía por un grifo grande de nuevo ya tratada. Además de esto, se ve una explanada de cemento sobre la corriente, que sería igualmente válida para la depuración. Le ha robado su naturalidad, pero el desarrollo avanza aunque ahora se percibe que quedó en desuso, entre otras cosas, porque esa agua está muy filtrada, llega de zonas rocosas, donde ni hombres ni animales la contaminan. Allí se proveen de ella para beber caminantes y vecinos.
Salimos con gran cuidado de dejar la portilla de trancas, de igual manera que la encontramos, siempre hay que respetar, ya que todo tiene dueño.
Salimos mientras nuestros dos guías, se afanaban en discernir a que sitio interesante ir antes de la comida, decidieron subir esta vez en coche, a la Bolera o mirador del Moro. Es una fortaleza de de mediados del siglo VIII, está a unos 800 metros de altura, se divisa el Desfiladero de la Hermida, la carretera lo identifica sobradamente. Son increíbles las montañas envolviendo ese camino, que los humanos empezaron a crear allá por el final del XIX, ¡qué lucha del hombre por abrir pasos, en todas las épocas y de todas las maneras!
En estos riscos se aprecian las diferencias de dureza y aspecto de la roca, es el encuentro geológico y climático de la costa con Castilla. Se adivina la diferencia de porosidad o solidez, igualmente sus formas erosivas son heterogéneos, siempre siguiendo observaciones de nuestra amiga guía, además ha coincidido que nuestra joven compañera procede de León. También nos hizo poner la vista en el pueblo de la Hermida, sito en las mismas rocas o el de Las Caldas con 20 habitantes y su aspecto de belén pequeño, tradicional de las miniaturas caseras. Él dijo que nos íbamos a mojar, las nubes se pegaron a la montaña y nos sacaron de aquel lugar increíble, con aquel gran árbol a la salida que ellos dijeron que era joven, ¡bah más de cien años!, intenté abarcarlo y hacían falta casi dos personas, ese contacto me sacó un suspiro inesperado.
Bajamos dejando atrás la ermita de Sta. Catalina, paramos a comer guarecidos en un apeadero de autobús, conversaciones sobre clasistas, ecologistas que olvidan que los humanos también han de protegerse, internados casi crueles, naturaleza. Con la decisión de seguir sin pausa, tan solo tomar un café en Quintanilla, La Masón, lugar de nacimiento de Ella; nos indicó que poseía tres ríos y algunas cosillas dignas de ver en otro momento. Partimos hacia la entrada de la rivera caminable del río Nansa, por el generador eléctrico, se alimenta del agua canalizada por un gran tubo, subimos por encima de este, se notaba el paso del agua con un pequeño temblor que pasaba a nuestros pies, una nueva experiencia.
Pasamos a la caminata ribereña, después de pasar por un canal, pedí ayuda para hacerlo porque me vi con una pierna en cada extremos sin poder moverme, jajaja, salimos evitando unas hermosas y guapísimas arañas con el tamaño si dirían mis hijas, de centollo. Aquello me sorprendió tanto como a ellos, estaba preparado casi, para personas con dificultades en piernas, como es mi caso, lo han hecho para mi solita, la carcajada fue general, pero ¡Qué causalidad! Más adelante ya en las orillas del río, fue desapareciendo tanta comodidad y se mostraba como es en su aspecto natural. Hierbas propias de las riberas, arboledas con gran cantidad de especies, incluidos los arces, su hoja se dibuja en la bandera de Canadá. Se podía ver algún chopo, árbol que siempre llamó la atención desde su infancia a nuestra amiga, por su corteza clara.
Ana se paraba de vez en cuando a estudiar pequeñas plantas, Él casi que corría por aquellos sendas, nosotras más retrasadas sin prisa, oliendo, oyendo el río, viendo en la otra orilla, la copia de esta, con los perfiles amarilleando para regalarnos el futuro colorido espectacular del Otoño. Andando y andando, viendo las barcas que cruzan los pescadores por medio de una cuerda guía de una orilla a otra, los refugios instalados para su protección nocturna o de los elementos. Y yo ¡Dios!, pasando al lado de las rocas, por unos pasos ínfimos, agarrada a los salientes para evitar caer abajo, conste que tengo testigos de haberlo hecho, me resulta increíble que lo consiguiera, mirando algunos troncos cubiertos de setas u hongos en escalones casi de arriba abajo, de un color brillante, el sotobosque con los helechos, hierbas, cañas, musgo…
Tanto nos ensimismamos que hicimos un recorrido diferente, debido a las huellas evidentes de alguna riada invernal. El río se metió en remanso y nosotros metimos…la pata, vieron rápidamente estos dos compañeros y guías la diferencia, retrocediendo otro kilometro aproximadamente atrás. Estaba claro decían, las raíces al aire de árboles grandes, la floresta inclinada en dirección a la corriente pegada al suelo, las rocas peladas y limpias, restos de embarcaciones destruidas, arena, sedimentos, etc. Conseguimos gracias a la memoria de ellos y su sentido de la orientación, retomar el camino original, vimos algunas truchas, arañones de río, algún ave migratoria como la lavandera, yo veía recuerdos por la similitud de mi entorno infantil. Pero gracias a ese camino de la riada, se consiguió ver una zona que estaba interior e inalcanzable.
Dimos la vuelta sin llegar a la meta, pero como todo lo que queda pendiente, nos propiciará una nueva visita, la tarde avisaba de su futura oscuridad y salimos escopetados hacia una especie de calleja, que nos liberó de esa situación indeseable. Recordamos algo del trabajo en el campo, de la siega, recolección de productos agrícolas, ganado de producción de leche, menos el varón, todas teníamos esa matriz, trabajos esclavos con poco menos que la subsistencia, nada remunerado y agotador. Con unas pequeñas instrucciones de un lugareño, llegamos un poco mojados de nuevo al principio, saliendo ya en al coche.
Ellos se dolían del tiempo lluvioso, Ana y yo sin embargo disfrutamos de este día completo, enriquecedor, donde unas personas que parecen vivir en aislamiento, han resultado sociables en extremo, con una dosis de amabilidad y sapiencia que ya sabía, pero que resulto aún más de lo esperado.
Me hicieron sentir como cuando acaricio la mano a un ser querido. Suave pero notando la dureza del trabajo, similar al camino irregular; con el aire cayendo sobre nosotros con esa fina lluvia, igual que el paso de mis dedos por la parte superior de las uñas; el silencio de disfrutar de esa caricia, igual que la vista perdida a lo largo del torrente, el propio placer de ejercitar ese gesto, es pasar entre mis dedos los helechos.
Recordé a Jane cuando nuestra ya amiga dijo que fue un placer recorrer el bosque en una ocasión, después de leer un libro sobre un bosque encantado, con sus posibles seres mitológicos, duendes, magos, brujos, personajes de fantasía, pero… ¿Quién sabe si son reales?. Este paseo la hubiera complacido.
Bien Uve y Jane, os ofrezco el abrazo sin medida, que también daré a ese árbol que alguna vez encontraré.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
11 de octubre de 2009
Mientras íbamos al encuentro de esos rincones, nos iban dando los nombres de pequeños recorridos en elevaciones, a su forma de ver, fáciles de subir. La Pica de Gandarilla por ejemplo, al fondo Peña Sagra, ahí se veía la forma que tiene su relieve, gracias a la información de un personaje con inquietudes históricas, vi ciertamente el relieve en forma del espinazo de un caballo. Se advierte la parte de los cuartos traseros, lomo, y la subida del pescuezo con la oreja y parte de la cara, todo bien perfilado. Comentamos que era en estos lugares, donde se aposentaban nuestros antecesores prehistóricos, ya fuera por la imagen natural, achacables a dioses o por las ventajas de aquel terreno para alimentarse, ya que hay túmulos descubiertos de aquella época.
Paramos en el mirador de Cofría, entorno alto desde donde se intuye el río, por la separación de la espesa arboleda y por el sonido de la corriente que rompe ese silencio. Sensaciones de vértigo, latidos del propio corazón, libertad, humildad ante un entorno gigantesco y ese silencio que por falta ya de costumbre, oprime el pecho. Paramos también en el siguiente mirador, este tiene un pequeño recorrido empedrado que desdice poco del entorno natural, en él estaba un cartel ahora semi borrado y en el suelo. Se podían distinguir las informaciones de montañas y lugares con sus medidas en alturas o recorridos.
Por circunstancias del deporte de la cinegética, siendo estos días de puente o descanso, parecía que a los montes y caminos forestales le había entrado una epidemia de cazadores, y se cambió toda la ruta prevista. La persona que nos proporcionó la idea, la llamaré Ella, comentó que con la afluencia de personal cazando, era un tanto peligroso, lo mismo porque nos pegaran un balazo, como que el jabalí se sintiera acosado y nos embistiera pretendiendo escapar. Luego el camino a recorrer en principio, quedaba eliminado como todo lo referido a naturaleza, bosque o monte, Ella había nacido en aquella zona y sabía mucho de todo ello.
El segundo personaje Él, también gran conocedor de la zona, aunque reconoció que fue de la mano de su esposa, quién le llevó en primera instancia por aquellos lugares, hablaban entre ellos de que zonas sería posible visitar ante esta circunstancia. Decidieron que fuera un poco más cultural y tomamos camino hacía una casa de un familiar, llevados por la curiosidad de visitar una cueva natural, donde desaparecía el río Tanea, afluente del Nansa. Hasta llegar a esa cavidad, recorrimos una pradería en donde notaron la falta de un caserón antiguo, hoy comido por bosque creciente, sin embargo encontraron ese sitio más cuidado. Comentaron que el programa televisivo Al Filo de lo Imposible, estuvo en ella para investigar el recorrido interior fluvial.
Llegamos rápidamente al entorno casi melancólico, con este día que dejaba ver, caminar con gran relajo, nada de calor, sin lluvia, sin prisa, casi pisando esa hierva silvestre utilizada en infusión, el poleo, evitando las boñigas del ganado, probando las moras, nos abocamos a esa caverna, que posee estalactitas y estalagmitas parece ser que tiene bastante profundidad y una belleza natural que aún está casi virgen. Al tener previsto otras visitas, carecíamos de linternas, así que tan solo pasamos ante la entrada, por encima de piedras traicioneras, resbaladizas y el río señor de ese lugar. Pensé que era el momento de caerme, ya que tengo esa manía pero no, tan solo tome mi bautismo del río en mis pies,
Seguimos ruta y paramos en una pequeña población llamada La Fuente. Sorpresa mayúscula, en su entrada aparece una iglesia románica pequeña, bien restaurada respetando su estructura, Sta. Juliana del siglo XII o XIII. Tiene canecillos con los relieves casi impolutos, donde se ven fácilmente las imágenes, de vegetales, iconográficos, rollos, etc., era la forma de informar a la población analfabeta de entonces que lo eran casi todos, de los pecados a evitar. Esta iglesia, siempre ha de estar en nuestras visitas, además posee la ventaja de que al tener poca altura, permite divisar perfectamente, sus canecillos, columnas, relieves, arquivoltas, y es un auténtico placer. En la entrada formada por tres columnas a cada lado y la puerta llamativamente sobresaliente, estaban, protegidos tomando el sol, unas personas mayores que nos informaron de otra curiosidad, algo sobre lo que Ella ya nos había hablado.
Se trata de las dos caras denominadas “La pareja de Lamasón”, ejemplo antiquísimo del arte en Cantabria, son un hombre y una mujer y vienen del s. XVII, la forma de las imágenes recuerda de la época artística del Renacimiento. Bajo la mujer hay una frase que dice: “Cuantos pasen que no vuelven, año de 1625.” Están flanqueando una entrada antigua de medio punto, en piedra de sillería, por lo que comentaba Ella, era zona de canteros; en su alto se encuentra un escudo que bajo el paso del tiempo y la poca dureza de la piedra, se encuentra con aspecto gastado. Está todo guardado en un muro bastante alto, dentro está bien conservada una casa típica, tosca sí pero con unas lecciones para aprender interesantes. Posee un horno de pan, encima de este se almacenaba la madera necesaria para cocer, igualmente secaría en esa posición, para obtener una pronta combustión y un herradero para curar y herrar a los animales con todos sus enseres visibles y enteros.
En ese pueblo se aprecian casas sumamente antiguas, seguro que superan los dos siglos, muros tremendamente anchos, increíble esas piedras sobre piedras, seguramente pegadas con barro, algún tipo de arcilla o mortero (Cal con arena), con vigas robustas, balcones que siguen colgados todavía. Comentábamos la resistencia de aquellas viviendas, toscas, pero sabiendo muy bien como habían de construir sin fallos, durando “per se”, mientras que los hogares donde habitamos hoy en día, tiene una vida demasiado limitada y menor calidad. Las calles donde perdura el trazado estrecho, para salvaguardar del frío o el calor, empedrado original también, con zonas en alto, que ayudan a apreciar de cerca el tejado de los caserones, la solidez de sus paredes, las pequeñas ventanas, que quizás tengan tanto de fondo como de apertura…
Está todo en este entorno, incluido el molino, que a pesar de tener algo de deterioro, se aprecian todo lo que contenía, la separación y alzado sobre la corriente del arroyo, su hierros y piedras. Por detrás están las pequeñas compuertas, donde levantándolas se dirigía el camino del torrente para mover la piedra y moler o dejar pasar el agua libremente. En el cerrado, me dijo Ella que el árbol grande, era un avellano real, este da las avellanas casi el doble de lo normal. Seguimos saliendo topándonos con una higuera, tan espectacular en sus grandes frutos, como otra que vi en Sejo de Arriba (La Revilla), con gruesa piel y menos dulces. Desconozco si es injerto entre higo y breva, pero el resultado me retrotrae a mis años infantiles, con la particularidad de que puedo al menos probarlos, la piel riquísima.
Llegamos a la fuente que seguramente es de la que procede el nombre de esta población, un entorno rocoso y cercano, donde se ve por las heridas de la piedra, por donde caía el agua. En tiempos para potabilizar el agua con el consabido cloro, se construyó un depósito por el que fluía con el bactericida; ahora salía por un grifo grande de nuevo ya tratada. Además de esto, se ve una explanada de cemento sobre la corriente, que sería igualmente válida para la depuración. Le ha robado su naturalidad, pero el desarrollo avanza aunque ahora se percibe que quedó en desuso, entre otras cosas, porque esa agua está muy filtrada, llega de zonas rocosas, donde ni hombres ni animales la contaminan. Allí se proveen de ella para beber caminantes y vecinos.
Salimos con gran cuidado de dejar la portilla de trancas, de igual manera que la encontramos, siempre hay que respetar, ya que todo tiene dueño.
Salimos mientras nuestros dos guías, se afanaban en discernir a que sitio interesante ir antes de la comida, decidieron subir esta vez en coche, a la Bolera o mirador del Moro. Es una fortaleza de de mediados del siglo VIII, está a unos 800 metros de altura, se divisa el Desfiladero de la Hermida, la carretera lo identifica sobradamente. Son increíbles las montañas envolviendo ese camino, que los humanos empezaron a crear allá por el final del XIX, ¡qué lucha del hombre por abrir pasos, en todas las épocas y de todas las maneras!
En estos riscos se aprecian las diferencias de dureza y aspecto de la roca, es el encuentro geológico y climático de la costa con Castilla. Se adivina la diferencia de porosidad o solidez, igualmente sus formas erosivas son heterogéneos, siempre siguiendo observaciones de nuestra amiga guía, además ha coincidido que nuestra joven compañera procede de León. También nos hizo poner la vista en el pueblo de la Hermida, sito en las mismas rocas o el de Las Caldas con 20 habitantes y su aspecto de belén pequeño, tradicional de las miniaturas caseras. Él dijo que nos íbamos a mojar, las nubes se pegaron a la montaña y nos sacaron de aquel lugar increíble, con aquel gran árbol a la salida que ellos dijeron que era joven, ¡bah más de cien años!, intenté abarcarlo y hacían falta casi dos personas, ese contacto me sacó un suspiro inesperado.
Bajamos dejando atrás la ermita de Sta. Catalina, paramos a comer guarecidos en un apeadero de autobús, conversaciones sobre clasistas, ecologistas que olvidan que los humanos también han de protegerse, internados casi crueles, naturaleza. Con la decisión de seguir sin pausa, tan solo tomar un café en Quintanilla, La Masón, lugar de nacimiento de Ella; nos indicó que poseía tres ríos y algunas cosillas dignas de ver en otro momento. Partimos hacia la entrada de la rivera caminable del río Nansa, por el generador eléctrico, se alimenta del agua canalizada por un gran tubo, subimos por encima de este, se notaba el paso del agua con un pequeño temblor que pasaba a nuestros pies, una nueva experiencia.
Pasamos a la caminata ribereña, después de pasar por un canal, pedí ayuda para hacerlo porque me vi con una pierna en cada extremos sin poder moverme, jajaja, salimos evitando unas hermosas y guapísimas arañas con el tamaño si dirían mis hijas, de centollo. Aquello me sorprendió tanto como a ellos, estaba preparado casi, para personas con dificultades en piernas, como es mi caso, lo han hecho para mi solita, la carcajada fue general, pero ¡Qué causalidad! Más adelante ya en las orillas del río, fue desapareciendo tanta comodidad y se mostraba como es en su aspecto natural. Hierbas propias de las riberas, arboledas con gran cantidad de especies, incluidos los arces, su hoja se dibuja en la bandera de Canadá. Se podía ver algún chopo, árbol que siempre llamó la atención desde su infancia a nuestra amiga, por su corteza clara.
Ana se paraba de vez en cuando a estudiar pequeñas plantas, Él casi que corría por aquellos sendas, nosotras más retrasadas sin prisa, oliendo, oyendo el río, viendo en la otra orilla, la copia de esta, con los perfiles amarilleando para regalarnos el futuro colorido espectacular del Otoño. Andando y andando, viendo las barcas que cruzan los pescadores por medio de una cuerda guía de una orilla a otra, los refugios instalados para su protección nocturna o de los elementos. Y yo ¡Dios!, pasando al lado de las rocas, por unos pasos ínfimos, agarrada a los salientes para evitar caer abajo, conste que tengo testigos de haberlo hecho, me resulta increíble que lo consiguiera, mirando algunos troncos cubiertos de setas u hongos en escalones casi de arriba abajo, de un color brillante, el sotobosque con los helechos, hierbas, cañas, musgo…
Tanto nos ensimismamos que hicimos un recorrido diferente, debido a las huellas evidentes de alguna riada invernal. El río se metió en remanso y nosotros metimos…la pata, vieron rápidamente estos dos compañeros y guías la diferencia, retrocediendo otro kilometro aproximadamente atrás. Estaba claro decían, las raíces al aire de árboles grandes, la floresta inclinada en dirección a la corriente pegada al suelo, las rocas peladas y limpias, restos de embarcaciones destruidas, arena, sedimentos, etc. Conseguimos gracias a la memoria de ellos y su sentido de la orientación, retomar el camino original, vimos algunas truchas, arañones de río, algún ave migratoria como la lavandera, yo veía recuerdos por la similitud de mi entorno infantil. Pero gracias a ese camino de la riada, se consiguió ver una zona que estaba interior e inalcanzable.
Dimos la vuelta sin llegar a la meta, pero como todo lo que queda pendiente, nos propiciará una nueva visita, la tarde avisaba de su futura oscuridad y salimos escopetados hacia una especie de calleja, que nos liberó de esa situación indeseable. Recordamos algo del trabajo en el campo, de la siega, recolección de productos agrícolas, ganado de producción de leche, menos el varón, todas teníamos esa matriz, trabajos esclavos con poco menos que la subsistencia, nada remunerado y agotador. Con unas pequeñas instrucciones de un lugareño, llegamos un poco mojados de nuevo al principio, saliendo ya en al coche.
Ellos se dolían del tiempo lluvioso, Ana y yo sin embargo disfrutamos de este día completo, enriquecedor, donde unas personas que parecen vivir en aislamiento, han resultado sociables en extremo, con una dosis de amabilidad y sapiencia que ya sabía, pero que resulto aún más de lo esperado.
Me hicieron sentir como cuando acaricio la mano a un ser querido. Suave pero notando la dureza del trabajo, similar al camino irregular; con el aire cayendo sobre nosotros con esa fina lluvia, igual que el paso de mis dedos por la parte superior de las uñas; el silencio de disfrutar de esa caricia, igual que la vista perdida a lo largo del torrente, el propio placer de ejercitar ese gesto, es pasar entre mis dedos los helechos.
Recordé a Jane cuando nuestra ya amiga dijo que fue un placer recorrer el bosque en una ocasión, después de leer un libro sobre un bosque encantado, con sus posibles seres mitológicos, duendes, magos, brujos, personajes de fantasía, pero… ¿Quién sabe si son reales?. Este paseo la hubiera complacido.
Bien Uve y Jane, os ofrezco el abrazo sin medida, que también daré a ese árbol que alguna vez encontraré.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
11 de octubre de 2009
3 comentarios:
Escritora,aventurera,das sentido a todo lo que te rodea y lo embelleces con tus descripciones,sigo aprendiendo a tu lado,besitos.
Ha sido un placer compartir este día con vosotras. Ambas habeis enriquecido la belleza de estos lugares.
Por cierto, el árbol que no recordaba su nombre, era el Abedul.
Espero compartir "otra aventura pronto"
Ella.
Querida Lines
Me ha encantado pasear a traves de la pluma, que tan bien sabes deslizar, de seguro tendrás mas experiencias con que deleitarnos y mostrarnos desde tu alma viajera y conocedora de tan ensoñados lugares.
abrazos para tí..
Gracias por dejarme ese abrazo desmedido, que devuelvo con muchas fragancias primaverales.
V:
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