Veréis Uve y Jane, el otro día mientras intentábamos localizar el dolmen del Cotero de la Mina en Hortigal, al pasar por las tierras sembradas de maíz, vi las alubias trepando por ellos como hacía ya mucho tiempo que no veía. Eran épocas que recuerdo muy escasamente, por tanto decidí preguntar a personas de más edad, lo cual es una forma de recordar algunas tradiciones de esta zona.
Me llamaron la atención, las moras, las manzanas de la verruga, las castañas, avellanas, nueces, higos, las flores de campanillas silvestres, las plantas que daban esos minúsculos frutos redondos y aplastados que llamábamos pan. El olor de las flores y el estiércol se divulgaba mejor gracias al viento sur, también se le llama tiempo de la castaña, con los frutos secos en las zonas donde el pescado no llegaba y se administraba al cuerpo el yodo necesario.
De aquella se araba con la pareja de vacas, acto seguido se arrastraba para eliminar los terrones, así la tierra estaba más dócil para hacer los surcos, luego con una sembradora llevada por lo general por un asno, se sembraba. Tenía un pequeño depósito de madera donde se ponían las semillas, por medio de unas muelas que tenía en el interior, distribuía los granos del maíz y las alubias a determinada distancia o tiempo unos de otros. La siembra se solía empezar por mayo, las alubias se retiraban en septiembre-octubre y la maíz en noviembre. Cuando empezaban a nacer panizos y alubias, se raleaba la tierra es decir, se arrancaban los nacimientos excesivos para que creciesen fuertes y bien granadas el resto de las plantas.
También mientras crecían, se les sallaba para ir quitando las malas hierbas y cubrir un poco con la tierra, para que una vez movida dejara pasar el agua y además conseguir sujetar mejor las plantas individualmente. Ya pasando el tiempo necesario, cuando van creciendo cierta madurez, comenzaba la poda de las hojas de todo el maizal, se retiraban igualmente las partes de arriba de esta planta, puesto que la alubia tenía que detener su subida, porque si no sería harto difícil recogerlas sin estropearlo. Se conseguía con ellas comida para el ganado, que la alubia ya madura, tuviese la cantidad de sol suficiente para secar, lo mismo que los panizos y así poder arrancar las vainas. Era una labor de habilidad, fuerza y tesón, se solía hacer si era posible, a la caída de la tarde, primero porque el sol tenía menos fuerza y refrescaba, segundo porque estaban acabados los demás trabajos.
Para recoger cuanto más, se ponían una especie de mandil o delantal muy grande, lo sujetaban a los lados e iban introduciendo las vainas secas dentro, una vez lleno se depositaban en maconas o sacos para transportarlas a la casa. Posteriormente se desgranarían manualmente o dando palos a los sacos cerrados para agilizar después el desgrane. Una vez terminada esta labor, se escogían por razas las alubias y les retiraban todas las estropeadas o basuras. Se venteaban en trigueras para que el viento limpiase de povisas o elementos menos pesados, una vez acabada esta labor se guardaban en pajares.
Las que más se plantaba de aquellos tiempos, eran las blancas o de cocido alargadas, porque eran las que se daban más y mejor, pero se cosechaban los caricos, las de la santuca y las llamadas de garbanzo, denominadas así por su color, todas estas tiraban a redondas. Tiempo después se introdujeron las llamadas de pie, o sea que eran plantas que podrían subir poco más de 75 centímetros, ensanchaba en la parte alta. Uno de las clases fueron los moritos, alubia algo redonda, pequeña, negra, con la zona del enganche a la vaina de color blanco brillante. Estos se servían con arroz blanco cocido aparte, los niños siempre preferían este tipo, seguramente por el contraste de colores y por su sabor un poco diferente.
Una vez retiradas las alubias y secando hasta noviembre los maizales, se retiraban las panojas más o menos de la misma manera, pero pesan muchísimo más. Aquí es cuando empiezan los acontecimientos de casi diversión, se reúnen todos para la deshoja, unas veces es total y otras les dejan una parte de las hojas, poder hacer llezas de maíz, colgarlas, protegerlas e ir cogiendo las necesarias durante el invierno.
Se hacía en cada casa en un lugar amplio, acudían de otros pueblos y los vecinos del lugar, unos después de los otros, era un trabajo aderezado con divertimento. Se cantaba, contaban historias, se ennoviaba, risas, algún panojazo por pasarse con las manos a alguna de las chicas, por alguna inconveniente opinión o chiste agrio o verde. Para que esta reunión durase y se trabajase mejor, se les daba castañas ya peladas y cocidas, con leche o en su caso con algo de anís. Yo pensé que el hecho de pelarlas era para agradecer pero no, era para que el trabajo siguiera adelante sin desmayo. A veces esta deshoja se alargaba hasta altas horas. Hay una canción montañesa que refleja este tipo de acontecimientos: "Cuando el día de la deshoja, / que palos me dio mi “güela”, / por tirar un “panojazu”, / y apagar la candileja./ Cuando amanece las tus albarcas, /por la calleja las siento yo…"
Una vez terminada, se desgranaban las panojas ayudándose con un garojo pequeño, así era mucho más fácil, rápido y hacía menos daño en las manos. Para terminar de secar los granos, en algunas ocasiones se extendía en prados soleados.
Una vez en sacos se llevaba a los molinos, algunos tenían en lugar de las dos piedras labradas, las estelas de los antiguos cántabros, hoy tan valoradas y que de aquella se les daba un servicio necesario, movidas por la fuerza de la corriente del agua de los ríos. Con la burra, con unos bocadillos de torreznos, el agua lo beberían en los arroyos del camino, se dirigían a pie hacía ellos, tardaban un día si había poca gente, a veces se trasladaban a sitios más lejanos, entonces se alargaba a tres días. Algunos de los molinos fueron, El Barcenal cruzando túneles del ferrocarril, Roiz, Tamborríos, La Rabia, Muñorrodero, Colombres, Camijanes, que aún hoy se conservan, algo se muele ahora, pero ya como algo a recordar, en ningún caso por aquella necesidad de antaño.
En estas esperas había tiempo de todo, al igual que en las deshojas incluso llegaban a salir parejas de novios, en otras se cantaba y bailaba y se pernoctaba en los almacenes del lugar, a refugio de las rosadas de la noche o la lluvia. El molinero cobraba por medio de una medida, se llamaba maquila con la que se quedaba en cada celemín, lo maquilaba con una especie de paleta de madera, tenía la capacidad de una lata de 750 gramos de hoy día. Se molía día y noche, porque era entonces cuando todo el mundo lo llevaba, al menos para ir cocinándola cuanto antes.
¡Cuántas comidas arreglaron las alubias y esta harina de maíz, el matacillo y otros productos de la tierra!. Un buen puchero de alubias con chorizo, morcilla de año, pique de cerdo, codillo, tocino, patata troceadas, un poco de calabaza o haba tierna, encima se ponían las berzas cortadas muy finita, arriba del todo la morcilla hecha con harina de maíz, que después andando el tiempo se cambió por arroz. Había casas que cocían el famoso pan truque o pantruque, amasaban la harina como para boronos y en el interior se ponía el compango troceado, huevo, dejándolo cocer en el “pucheru”. Después que cocía todo, el que podía lo guisaba con cebolla picada, ajo sofrito en aceite o grasa de cerdo y con una cucharada de pimentón o en su caso pimiento choricero, un último hervor y se juntaba todo en el puchero y se servía en tiempos de faltas, en un cuenco colectivo encima de la mesa, con una cuchara para cada uno, repartiendo el pantruque o los componentes del compango.
De nuevo se amasaba la harina para confeccionar tortos fritos o encima de la plancha de la cocina de carbón, el azúcar se le ponía por encima. La borona sola o rellena de chorizo, envuelta en hojas de castaño para ponerla encima del llar o en el horno, la parte que estaba mejor era la más tostada, servido ambos con leche. Otro de las comidas era las pulientas o jarrepas, esta misma harina se cocía en agua con un poquito de sal, cuanto más tiempo cociendo mejor, siempre removiéndolo para que no tuviese grumos y quedase más fino. Se servía en un plato hirviendo aún, porque al ponerle el azúcar se deshacía con el calor, daba la sensación de ser almíbar, las mejores cucharadas las que tenían ese dulce, cada cucharada un sorbo de leche. En el matacillo del cerdo, se confeccionaban con la harina, borono, morcillas, etc.
Por cierto las barbas de la panoja, que está donde cierran las hojas, tienen algunos efectos en farmacopea, entre otros como diurético. Otra curiosidad es que se intercambiaban entre los vecinos las simientes, para procurar que no se descastaran. En tiempos anteriores se comían los nabos que hoy comen los animales, en tortilla. Hoy día yo suelo preparar tortos fritos tostaditos, como un manjar.
Después de sucumbir a los recuerdos de estas tradiciones, os explicaré algo del dolmen del Cotero de la Mina en Hortigal. Es uno de los 130 sepulcros megalíticos de la zona cantábrica, de los más importantes y monumentales. Se trata de un enterramiento colectivo; hay 4 en la zona de La raíz en el Barcenal, otros están en Piedrahita, La LLaguna, Canal de la Concha y el Tesoro sitos en el Hoyo, fue descubierto en 1.981 y en 1.995, la Universidad de Cantabria se hizo cargo de la investigación. Antes le saquearon y hasta le pusieron explosivos, yo pensé en un momento dado, que era la parte baja de la tumba, que estaba tapada por las piedras o dólmenes. La cámara mortuoria medirá casi cinco metros, se encontraron en el interior, un hacha de piedra, ocho microlitos, cuatro puntas de lanza de excelente calidad en sílex, otros útiles en cuarcita, cerámica del Medievo y posteriores.
Algunos restos lisos de recipientes de la tumba en sí, pedazos de dientes y huesos, algo que llama la atención porque la acidez del terreno, impide la conservación, su origen es posible que sea del Neolítico (5.000 a.C.) y que fuera usado hasta el Calcolítico. Uve, Jane, increíble lo que tenemos sin conocer a dos pasos de casa, lo admiramos en las noticias periodísticas y estamos existiendo cerca de ellos, es divertido saber que están tan cerca de los repollos, coliflores y maíces.
Para las dos un abrazo cuaternario. Lines
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
5 de agosto de 2009
Me llamaron la atención, las moras, las manzanas de la verruga, las castañas, avellanas, nueces, higos, las flores de campanillas silvestres, las plantas que daban esos minúsculos frutos redondos y aplastados que llamábamos pan. El olor de las flores y el estiércol se divulgaba mejor gracias al viento sur, también se le llama tiempo de la castaña, con los frutos secos en las zonas donde el pescado no llegaba y se administraba al cuerpo el yodo necesario.
De aquella se araba con la pareja de vacas, acto seguido se arrastraba para eliminar los terrones, así la tierra estaba más dócil para hacer los surcos, luego con una sembradora llevada por lo general por un asno, se sembraba. Tenía un pequeño depósito de madera donde se ponían las semillas, por medio de unas muelas que tenía en el interior, distribuía los granos del maíz y las alubias a determinada distancia o tiempo unos de otros. La siembra se solía empezar por mayo, las alubias se retiraban en septiembre-octubre y la maíz en noviembre. Cuando empezaban a nacer panizos y alubias, se raleaba la tierra es decir, se arrancaban los nacimientos excesivos para que creciesen fuertes y bien granadas el resto de las plantas.
También mientras crecían, se les sallaba para ir quitando las malas hierbas y cubrir un poco con la tierra, para que una vez movida dejara pasar el agua y además conseguir sujetar mejor las plantas individualmente. Ya pasando el tiempo necesario, cuando van creciendo cierta madurez, comenzaba la poda de las hojas de todo el maizal, se retiraban igualmente las partes de arriba de esta planta, puesto que la alubia tenía que detener su subida, porque si no sería harto difícil recogerlas sin estropearlo. Se conseguía con ellas comida para el ganado, que la alubia ya madura, tuviese la cantidad de sol suficiente para secar, lo mismo que los panizos y así poder arrancar las vainas. Era una labor de habilidad, fuerza y tesón, se solía hacer si era posible, a la caída de la tarde, primero porque el sol tenía menos fuerza y refrescaba, segundo porque estaban acabados los demás trabajos.
Para recoger cuanto más, se ponían una especie de mandil o delantal muy grande, lo sujetaban a los lados e iban introduciendo las vainas secas dentro, una vez lleno se depositaban en maconas o sacos para transportarlas a la casa. Posteriormente se desgranarían manualmente o dando palos a los sacos cerrados para agilizar después el desgrane. Una vez terminada esta labor, se escogían por razas las alubias y les retiraban todas las estropeadas o basuras. Se venteaban en trigueras para que el viento limpiase de povisas o elementos menos pesados, una vez acabada esta labor se guardaban en pajares.
Las que más se plantaba de aquellos tiempos, eran las blancas o de cocido alargadas, porque eran las que se daban más y mejor, pero se cosechaban los caricos, las de la santuca y las llamadas de garbanzo, denominadas así por su color, todas estas tiraban a redondas. Tiempo después se introdujeron las llamadas de pie, o sea que eran plantas que podrían subir poco más de 75 centímetros, ensanchaba en la parte alta. Uno de las clases fueron los moritos, alubia algo redonda, pequeña, negra, con la zona del enganche a la vaina de color blanco brillante. Estos se servían con arroz blanco cocido aparte, los niños siempre preferían este tipo, seguramente por el contraste de colores y por su sabor un poco diferente.
Una vez retiradas las alubias y secando hasta noviembre los maizales, se retiraban las panojas más o menos de la misma manera, pero pesan muchísimo más. Aquí es cuando empiezan los acontecimientos de casi diversión, se reúnen todos para la deshoja, unas veces es total y otras les dejan una parte de las hojas, poder hacer llezas de maíz, colgarlas, protegerlas e ir cogiendo las necesarias durante el invierno.
Se hacía en cada casa en un lugar amplio, acudían de otros pueblos y los vecinos del lugar, unos después de los otros, era un trabajo aderezado con divertimento. Se cantaba, contaban historias, se ennoviaba, risas, algún panojazo por pasarse con las manos a alguna de las chicas, por alguna inconveniente opinión o chiste agrio o verde. Para que esta reunión durase y se trabajase mejor, se les daba castañas ya peladas y cocidas, con leche o en su caso con algo de anís. Yo pensé que el hecho de pelarlas era para agradecer pero no, era para que el trabajo siguiera adelante sin desmayo. A veces esta deshoja se alargaba hasta altas horas. Hay una canción montañesa que refleja este tipo de acontecimientos: "Cuando el día de la deshoja, / que palos me dio mi “güela”, / por tirar un “panojazu”, / y apagar la candileja./ Cuando amanece las tus albarcas, /por la calleja las siento yo…"
Una vez terminada, se desgranaban las panojas ayudándose con un garojo pequeño, así era mucho más fácil, rápido y hacía menos daño en las manos. Para terminar de secar los granos, en algunas ocasiones se extendía en prados soleados.
Una vez en sacos se llevaba a los molinos, algunos tenían en lugar de las dos piedras labradas, las estelas de los antiguos cántabros, hoy tan valoradas y que de aquella se les daba un servicio necesario, movidas por la fuerza de la corriente del agua de los ríos. Con la burra, con unos bocadillos de torreznos, el agua lo beberían en los arroyos del camino, se dirigían a pie hacía ellos, tardaban un día si había poca gente, a veces se trasladaban a sitios más lejanos, entonces se alargaba a tres días. Algunos de los molinos fueron, El Barcenal cruzando túneles del ferrocarril, Roiz, Tamborríos, La Rabia, Muñorrodero, Colombres, Camijanes, que aún hoy se conservan, algo se muele ahora, pero ya como algo a recordar, en ningún caso por aquella necesidad de antaño.
En estas esperas había tiempo de todo, al igual que en las deshojas incluso llegaban a salir parejas de novios, en otras se cantaba y bailaba y se pernoctaba en los almacenes del lugar, a refugio de las rosadas de la noche o la lluvia. El molinero cobraba por medio de una medida, se llamaba maquila con la que se quedaba en cada celemín, lo maquilaba con una especie de paleta de madera, tenía la capacidad de una lata de 750 gramos de hoy día. Se molía día y noche, porque era entonces cuando todo el mundo lo llevaba, al menos para ir cocinándola cuanto antes.
¡Cuántas comidas arreglaron las alubias y esta harina de maíz, el matacillo y otros productos de la tierra!. Un buen puchero de alubias con chorizo, morcilla de año, pique de cerdo, codillo, tocino, patata troceadas, un poco de calabaza o haba tierna, encima se ponían las berzas cortadas muy finita, arriba del todo la morcilla hecha con harina de maíz, que después andando el tiempo se cambió por arroz. Había casas que cocían el famoso pan truque o pantruque, amasaban la harina como para boronos y en el interior se ponía el compango troceado, huevo, dejándolo cocer en el “pucheru”. Después que cocía todo, el que podía lo guisaba con cebolla picada, ajo sofrito en aceite o grasa de cerdo y con una cucharada de pimentón o en su caso pimiento choricero, un último hervor y se juntaba todo en el puchero y se servía en tiempos de faltas, en un cuenco colectivo encima de la mesa, con una cuchara para cada uno, repartiendo el pantruque o los componentes del compango.
De nuevo se amasaba la harina para confeccionar tortos fritos o encima de la plancha de la cocina de carbón, el azúcar se le ponía por encima. La borona sola o rellena de chorizo, envuelta en hojas de castaño para ponerla encima del llar o en el horno, la parte que estaba mejor era la más tostada, servido ambos con leche. Otro de las comidas era las pulientas o jarrepas, esta misma harina se cocía en agua con un poquito de sal, cuanto más tiempo cociendo mejor, siempre removiéndolo para que no tuviese grumos y quedase más fino. Se servía en un plato hirviendo aún, porque al ponerle el azúcar se deshacía con el calor, daba la sensación de ser almíbar, las mejores cucharadas las que tenían ese dulce, cada cucharada un sorbo de leche. En el matacillo del cerdo, se confeccionaban con la harina, borono, morcillas, etc.
Por cierto las barbas de la panoja, que está donde cierran las hojas, tienen algunos efectos en farmacopea, entre otros como diurético. Otra curiosidad es que se intercambiaban entre los vecinos las simientes, para procurar que no se descastaran. En tiempos anteriores se comían los nabos que hoy comen los animales, en tortilla. Hoy día yo suelo preparar tortos fritos tostaditos, como un manjar.
Después de sucumbir a los recuerdos de estas tradiciones, os explicaré algo del dolmen del Cotero de la Mina en Hortigal. Es uno de los 130 sepulcros megalíticos de la zona cantábrica, de los más importantes y monumentales. Se trata de un enterramiento colectivo; hay 4 en la zona de La raíz en el Barcenal, otros están en Piedrahita, La LLaguna, Canal de la Concha y el Tesoro sitos en el Hoyo, fue descubierto en 1.981 y en 1.995, la Universidad de Cantabria se hizo cargo de la investigación. Antes le saquearon y hasta le pusieron explosivos, yo pensé en un momento dado, que era la parte baja de la tumba, que estaba tapada por las piedras o dólmenes. La cámara mortuoria medirá casi cinco metros, se encontraron en el interior, un hacha de piedra, ocho microlitos, cuatro puntas de lanza de excelente calidad en sílex, otros útiles en cuarcita, cerámica del Medievo y posteriores.
Algunos restos lisos de recipientes de la tumba en sí, pedazos de dientes y huesos, algo que llama la atención porque la acidez del terreno, impide la conservación, su origen es posible que sea del Neolítico (5.000 a.C.) y que fuera usado hasta el Calcolítico. Uve, Jane, increíble lo que tenemos sin conocer a dos pasos de casa, lo admiramos en las noticias periodísticas y estamos existiendo cerca de ellos, es divertido saber que están tan cerca de los repollos, coliflores y maíces.
Para las dos un abrazo cuaternario. Lines
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
5 de agosto de 2009
1 comentario:
Hola Lines..
Simplemente, bellisismo, !
Gracias por ee abrazo cuaternario.
Abrazos Primaverales para tí..
V.
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