jueves, 14 de agosto de 2014

OTRO LUNES



            A las cinco de la tarde, como al menos   eran antes  las corridas de toros,   suelo bajar al pueblo y escribir alguna tontería mientras tomo un descafeinado en el rincón de cualquier cafetería de las   que saben ser atentos con los clientes.



            Pero hoy es lunes. Los lunes, los miembros del Taller de Escritura tenemos cita en  la radio, y hasta después de la tertulia no acudo al rincón donde escribo las tonterías.  Haciendo tiempo caminé hasta la bolera bajo el peso de una atmósfera sofocante,  húmeda y pesada, cuyo aire parecía estático y comprimido entre el suelo que pisaba y unas nubes grises que inmóviles sobre el pueblo,  se negaban como tantos otros días, a dejar que el sol sonriera  como normalmente suele hacerlo en agosto.



            Las plazas de aparcamiento estaban abarrotadas de vehículos, y una caravana de coches circulaba calmosamente dando vueltas y más vueltas por los lugares más céntricos,  con la esperanza de que alguien se moviera, para ocupar su puesto.



             Los ángulos que se forman entre el suelo donde aparcan los coches y las aceras por donde pasea la gente, clamaban sin que nadie los escuchara, por una escoba sopladora de esas a las que les sobra fuerza para arrancarles de encima los cientos de colillas  que se almacenaban sobre sus costillas.



            En frente, la bajamar  se había llevado con ella el espejo donde se reflejaba el pueblo entero, y en su lugar   dejó un montón de botes varados  que salpicaron de  colores  la arena mojada y el lodo.



            A mi izquierda las jóvenes palmas de las palmeras del parque apuntaban al cielo como en auténtico clamor de esperanzada vida, mientras que  las más viejas teñidas de ocre y negro  se doblaban sin fuerzas buscando sobre el suelo en que crecían,  el alma caritativa del  jardinero responsable que las transportara al lugar de un  merecido y eterno descanso.



            Gaviotas blancas y grises   que parecían  conscientes de ser el objeto principal  que con sus cámaras captaban desde el paseo unos turistas, se mecían coquetas  planeando con esbeltez y elegancia en vuelos rasantes sobre el limo verdoso de un suelo que despedía olor a salitre…



            Cucharillas de plástico blancas y azules que en días anteriores habían servido para deleitar el paladar de visitantes con la frescura de un helado recién comprado, también parecían ser conscientes de no ocupar el lugar que les  correspondía dentro de cualquier papelera, y como avergonzadas trataban de esconderse  entre la hierba mal segada de los jardines.

           

            Y dejé de mirar los jardines que pudieron ser hermosos si alguien con mirada medianamente sensible se hubiera ocupado de ellos, y disfruté de la hermosura natural que tanto la bajamar como la pleamar dejan las aguas del mar dos veces al día sobre la bellísima bahía de nuestro pueblo, hasta que llegó la hora de mi cita con la radio.



             Hoy leyó Lucía Hevia. Lucía es otra de nuestras jóvenes promesas, que como joven, escribe sueños de amores y acongojados desamores, con tal sentimiento y belleza de expresión, que quien lee  una vez sus relatos, los relee de nuevo para absorber como una esponja la poesía deliciosa  que derraman los diecisiete años de una escritora que nace…

             Jesús González ©

1 comentario:

Anónimo dijo...

querido Chen, qué manía te va a coger todo el colectivo de parques y jardines de Sanvi y yo sé que lo que te motiva a la crítica es el deseo de verlo bonito. Te gusta la jardinería casi tanto como a mí, que a veces miro desde las ventanas al jardín del cole y me dan ganas de coger la espátula y el caldero y bajar a quitar las malas hierbas que ahogan a los pobres rosales y dejar a la jauría desfogarse el resto de la mañana...