jueves, 28 de agosto de 2014

LA SALEA Y LOS CUENTOS DE CALLEJA





            Cuando yo era crío, los viejos de mi pueblo solían decir que no tenía nada que ver el culo con las cuatro témporas, cuando intentaban expresar de dos cosas, que nada tenía que ver la una con la otra.

            Lo mismo ocurre con el título de mi escrito de hoy. Pero como todo tiene una explicación, intentaré  aclarártelo: El otro día escuchó Mariluz en la farmacia, una palabra que no recordaba, y que según ella, nunca había escuchado. Pero una empleada de la farmacia, dijo que ella si la conocía.  Y hoy, entré a la farmacia, por saber si recordaban cual era la palabra: SALEARSE, dicha como sinónimo de columpiarse. Y me puse a confabular sobre ella con los tres responsables de la farmacia.   Yo también había escuchado esa expresión en el mismo sentido; pero no recuerdo donde ni cuando. Desde luego, no fue ayer.

            Entraron dos señores a comprar medicamentos en el mismo momento que yo explicaba conocer la palabra SALEA, con otro sentido. Y entonces intervino uno de los  recién llegados: “Si señor,- dijo - Salea se llama también a lo que cuando llueve, se usa para tapar el yugo de las vacas uncidas.

            Efectivamente, que generalmente solía ser una piel  seca de cordero con toda su lana.  Y estirando hacia atrás la memoria, recordé que también  llamaban así en los años de mi infancia, a otra piel también de cordero, pero bastante más pequeña, que se ponía en las cunas de  los bebés debajo de la sábana, para proteger el colchón de las humedades del niño. -De todas formas, -dije,- sospecho que es un localismo de esta región, o de esta parte de la región.

            - Mírelo en el diccionario.- Me sugirió.

            - Tendría que ser en un diccionario de palabras cantabras. No creo que figure en el de la Real Academia.

            Y entonces, mirándome como si hubiera dicho un disparate, añadió cargado de razones:

            -¡Como no va a venir! Usted mírelo en un buen diccionario: Seguro que viene en el Diccionario de Calleja.

            Y de repente comprobé, que si hay gente que confunde el culo con las cuatro témporas. ¿No eran los cuentos lo que hizo popular a Calleja cuando la gente de mi edad éramos críos?  Eran cuentos editados en libros minúsculos, que no medirían más de ocho centímetros por cinco; como de diez o doce páginas, portadas a todo color, y en el interior de la última tapa siempre un chiste, como este que recuerdo: Un pescador que no ponía cebo en el anzuelo, y su comentario: “Yo no engaño a naide, ni a denguno, El que güenamente quiá picar, que pique…”

              Jesús González ©

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