El
mes de julio no se presenta este año muy veraniego; pero esta tarde del lunes,
mientras esperaba a que dieran las seis para acudir a la cita que con Sara
Torre tenemos en la radio, me senté en uno de los bancos que hay en La
Cabaña mirando al mar, y me relajé un rato contemplando los botes que se mecían
sobre el agua de una marea descendente.
Por
el palmeral del parque, y mucho más interesados que yo por el retroceso de las
aguas hacia el mar, caminaban hacia donde yo estaba no menos de cuarenta
personas, supuestamente miembros de alguna de las muchas excursiones que hacen
escala en San Vicente. La mayor parte eran mujeres. Y a medida que se iban
acercando, comprobé que la mayor parte
de las mujeres eran gordas; cuando las
tuve mas cerca, me dije que la mayor parte de las gordas, además eran feas.
De
repente esta visión me hizo meditar, y me arrepentí inmediatamente de haber pensado lo que te
acabo de contar. La mayor parte no eran
ni gordas ni feas. Simplemente eran normales. Porque no sé si alguna vez te has
parado a pensar que la población mundial nunca fue de Claudias Schifferes ni de Noemies Camplelles.
Esas sí que son un fenómeno de la naturaleza.
Las personas normales somos eso, normales: altos y bajos, gordos,
gordísimos, flacos y flaquísimos. Hay mujeres paticortas, culicaídas, barrigonas y tetudas. Las hay altas y flacas como las gárabas, con culos
chupados y tetas planchadas. Pero todo eso no es más que la envoltura.
Desenvuélvelo, y dentro encuentras a una madre capaz de dar la vida por sus
hijos; a una esposa que en los anocheceres plancha amorosamente los pantalones
que a la mañana siguiente ha de vestir su marido; a una novia que cuenta
impaciente los minutos que faltan para un esperado reencuentro lleno de besos y
abrazos… Sigue desenvolviendo y sorpréndete con sonrisas más radiantes que un
sol de primavera, con corazones que de grandes que son, no caben dentro del
pecho donde se ocultan, y un manantial de dulzura, amor, y ternura, donde cada uno de nosotros, y cada cual a
nuestra manera, encuentra la auténtica belleza. Lo demás sólo es pan para hoy,
y hambre para mañana.
Son los listillos de turno que siempre hubo y
siempre seguirá habiendo, quienes intentan hacernos creer que todos podemos ser
guapos y esculturales, si seguimos los regímenes que ellos nos recomiendan,
vistiendo las modas que ellos diseñan, y lustrándonos con las cremas que ellos
fabrican… Cremas antiarrugas ¡Como si los pliegues que hace el tiempo en la piel, se desplegaran untándonos
con ellas! Las arrugas no se quitan; solo se disimulan a base de silicona y
dinero. Por eso la cosa sale “más cara”, y te lo deja grabado en la faz,
convirtiendo en máscara la cara. Fíjate si no en los músculos faciales de
algunas de las famosas que se niegan a envejecer. Caras de porcelana, sin
expresión, y sonrisas que dan ganas de llorar… ¡Pero que guapas y hermosas eran todas aquellas mujeres
del parque, que pasaron ante mí para contemplar de cerca el
retroceso de la marea!
Jesús González ©
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