domingo, 23 de febrero de 2014

EN MIS TIEMPOS



              Esta expresión la he dejado escrita muchas veces, y hoy me arrepiento de ello porque he descubierto que mis tiempos  no han pasado. Empezaron el día en que nací, y terminarán el día que me muera. Por lo tanto, estos son mis tiempos.

            Solo el Capitán Contreras de la conocida  comedia, u otro que como él hubiera regresado a este mundo algún tiempo después de haber muerto, puede llamar “sus tiempos” a una época anterior de su vida.

            Ocurre que para unos los tiempos tienen una medida distinta a los de otros. La vara de medir de mi tiempo tiene ochenta y tres años de larga, por lo que si me pusiera a rememorar, hallaría tantos nombres de personas desaparecidas de mi pueblo, que bien podría con ellos, repoblarle por triplicado.

            Por tener larga la vida tuve y tengo la oportunidad de conocer mucha gente,  que es lo mejor que nos puede pasar en nuestra existencia. Dicen que es bueno tener amigo hasta en el infierno; y puede que sea verdad. La gente, la buena gente, y si me apuran un poco diría que hasta la mala gente, siempre son interesantes de conocer. Porque  tanto la que para mí es buena, como la que es mala,  para ti u otra  persona, pueden significar todo lo contrario. Además, tampoco somos muy diferentes los unos de los otros; que ni los malos son tan malos como dicen sus enemigos, ni los buenos somos tan buenos como nos  creemos nosotros mismos. Las buenas gentes son un ejemplo a imitar, y las malas lo son de las necedades que debemos evitar.

            Lo verdaderamente importante de este mundo somos las gentes, y no las cosas.  Porque somos los únicos capaces hacer los grandes bienes y los grandes males. Desde las pinturas rupestres de Altamira, pasando por la Torre de Babel, la Gran Pirámide de Guiza en Egipto, el Coliseo de Roma, la Gran Muralla  China, o Santa Sofía en Estambul, por nombrar solo alguna maravilla de las más antiguas,  hasta el Cristo Redentor de Rio de Janeiro o la Torre Eiffel de nuestra actual civilización, no son más que obras de gentes que nos precedieron.  Salvo la inmensa maravilla del Universo  que es obra del Creador, todo lo bueno, (y algo malo también), que hay  sobre la Tierra, es obra de la gente.

            A mi  me preguntan algunos si todavía conduzco, y los hay que hasta se asombran de verme manejar un ordenador… Pero ven acá jovencillo petulante, ¿eres acaso tú el inventor de la informática? Las computadoras, los teléfonos móviles,  las cámaras digitales y un sinfín  de cosas más que tan alegremente manejas, lo inventaron las gentes de mi generación para que gocéis de ello los de la vuestra. Llevo casi un cuarto de siglo jubilado, y ya en los últimos años de mi trabajo me tocó manejar estos aparatos que tú  piensas que acaban de nacer; no hombre, no. El que  acabas de nacer eres tú,  Y por eso te asombras de que muchos mayores estemos  al día de las cosas que nos interesan.

            No es de la edad, de lo que dependen muchas actitudes de la vida, sino de las facultades físicas. Y los que tenemos la suerte de mantener esas facultades más o menos aceptables a pesar de los años, seguimos conduciendo o “chateando” si nos apetece como hace todo hijo de vecino. Estos tiempos  son mis tiempos aunque también sean los tuyos. La diferencia es que para mí se acaban mientras que para ti comienzan. Pero su contenido actual, es el mismo para los dos.

              Jesús González ©
              22/02/14

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