miércoles, 22 de enero de 2014

Te quiero - I love you - Suki des





Si corréis por esos mundos de Dios, andaos con cuidado con esta declaración, (la del título), en apariencia tan inocua. Pues pocas veces encontraremos una carga semántica tan variada en tan pocas palabras, dependiendo de dónde se utilice. Veamos algunos casos extremos.

Entre anglosajones, la cosa es francamente comprometida. Son raros: para ellos, decir “te quiero” es algo muy serio. Aunque parezca mentira, es una declaración de amor. Pero no de un amor de tres al cuarto, no: del que trae consecuencias, del peligroso. Así que pocas bromas. Por más acaramelado que estés, por más pasión que se respire en el ambiente, por más que suba la temperatura, abstente de pronunciar el catastrófico “I love you”, salvo que quieras arriesgarte a pasar un montón de años pagando hipoteca, cambiando pañales, asistiendo a reuniones en el colegio y aguantando parienta. Que sí, hacedme caso, que los ingleses son muy suyos y, como os pillen soltando un “I love you”, habéis pisado piel de plátano.

Por lo tanto, quien avisa no es traidor: borra de tu vocabulario esta aventurada expresión. Sonará todo lo bien que quieras, pero será tu sentencia de muerte; digo: de boda (¡en qué estaría yo pensando!). Claro que podrías tener suerte y que el inglés o inglesa que oiga de tus labios tan imprudente declaración se te ría en los morros y piense que no sabes lo que dices. Eso podría salvarte, sí; pero es jugar con fuego.

El peligro es doble, porque en ese idioma, traicionero donde los hay, existe otra forma de decir “te quiero”, que es “I want you”. ¡Vade retro! ¡Anatema! ¡Ni se te ocurra! Si el español poco versado en el idioma de Shakespeare ha encontrado pareja para una cena romántica y, sentado frente a la rubia y pálida inglesa de ojos soñadores, le suelta “I want you”, puede que la susodicha le arree un guantazo en toda la quijada. ¡Ah, cosas del inglés! Ya os lo he advertido: traicionero como el whisky de garrafón. Porque este “I want you” no es nada romántico, sino que va más en la línea de un “te quiero… comer”, o un “te quiero… horizontal”, o, como diría un castizo: “ven pacá, nena, que te va a enterá”. 

En resumidas cuentas: si el “I love you” hay que reservarlo para cuando estés seguro de que ha llegado el momento de purgar por tus muchos pecados, el “I want you” mejor ni entonces, porque corres el peligro, ahora que te habías decidido a ser mártir, de quedarte compuesto y sin novia.

Por eso los ingleses son tan reservados y no se prodigan nada diciéndole “te quiero” ni a su mujer. Cuando una inglesa oye que su marido le dice “I love you”, se pone a pensar qué le estará ocultando. Si le dice “I want you”, piensa que está borracho.

Los americanos, en cambio, son mucho más abiertos. Ojo: ambas variedades del “te quiero” significan lo mismo que para los ingleses y, por ello, hay que tenerles la misma aversión. Simplemente, en vez de parienta inglesa, tendrás parienta americana; pero, como se te escape “I love you”, tienes muchos números para el desastre; y como se te escape “I want you”, tienes muchos para el soplamocos. Ahora bien, una vez la cosa ya es oficial (o sea, que ya tiene hipoteca, pañales y reuniones en el colegio), la pareja americana no parará de recordarse el uno al otro que se quieren. A todas horas. Mientras se pone la chaqueta y apura el último bocado de la tostada del desayuno y, simultáneamente, con la boca llena, bebe un último trago de café, el americano le dirá a su mujer: “Bye, I love you” (o sea: “me piro, te quiero”). Cuando los peques se van al colegio, papá y mamá les recordarán: “portaos bien, I love you”. Y los niños, que lo cazan rápido, no se irán sin responder: “yo también, I love you”. ¿Le llama la mujer a la oficina? Antes de colgar, a lo mejor con alguna oficinista sentada sobre las rodillas (son cosas diferentes; no hay que mezclar), el marido le recordará a su esposa, una vez más, cuánto “I love you”. Pero siempre tal efusión amorosa queda en familia. A la de las rodillas, nunca le dirá “I love you” (¡faltaba más!), pero la llamará “sweetheart”, que equivale a algo así como “capullito de alelí” o “cuchi, cuchi, ¿quién te quiere a ti?”, pero dicho así, como quien no quiere la cosa, como si hablaras con el gato. 

Los hay peores. El colmo de los colmos, o sea, la madre de todos los colmos, son los nipones. ¡Gran raza esa de los hijos del sol naciente! De verdad, es la gente más cerebral que hay. Una amiga japonesa, casada desde hacía diez años y con dos hijas, me comentó que su marido sólo le había dicho “suki des” (o sea, “te quiero”) una vez. No una vez aquel día, no: una vez desde que se conocieron. Me quedé estupefacto. ¡Y yo que creía que los ingleses eran reservados! Pero me dijo que no, que no tenía nada que ver con ser reservados, sino que, a un japonés, repetir las cosas le hace sentirse gilipollas. Si ya te lo ha dicho una vez, ¡para qué te lo ha de repetir! ¿Es que eres tonta y no lo has pillado o qué? ¿O es que dudas de su palabra? Pues eso: “no news is good news”; o sea: que si no te digo nada es que todo sigue igual. Es decir que, si un japonés te dice hoy que te quiere y no te dice lo contrario en los próximos veinte años, puedes asumir tranquilamente que te sigue queriendo. No le incordies preguntándole si la cosa sigue en pié, caray; un respeto. Así de serios son ellos. ¡Qué maravilla, qué lógica más aplastante, qué coherencia!

Ante esta perspectiva, excuso decir la importancia de mantener la boca cerrada en cuanto a “te quieros” y demás expresiones comprometedoras si se te ocurre tener algún asuntillo con un hijo del sol naciente. Piensa que, con la trascendencia que se toman el tema, como se te escape un “te quiero” y luego descubra el nipón que “no pasa ná”, que “por aquí la cosa no es tan importante, tío; que es un decir”, te puedes encontrar con el piso hecho unos zorros porque le dé por sacar la katana y hacerse el harakiri o, si está ya un poco más occidentalizado, te corte a ti en lonchas como si fueras un jamón. Mucho ojo con esa gente. Es muy seria.

En cambio, en España y, en general, en los países de por aquí abajo, el “te quiero” es otra cosa. Mucho más llevadero, ¡a dónde va a parar! Aquí se puede utilizar en casi cualquier situación y sin ningún compromiso. “¡Ah, ah, ah, te quiero, te quiero!” es corriente en tesituras en que el apremio amoroso invita a regalar los oídos de la contraparte. Ésta, haciendo gala de la entrañable frescura que caracteriza a la liberada mujer española ―la que “cuando besa, besa de verdá”―, puede responder: “Sí, sí, yo también te quiero; pero no pares, coño”. Esto sólo ocurre por aquí, que somos más de andar por casa. La pareja japonesa estaría encantadoramente callada.

La expresión se ha ido devaluando hasta caer en extremos que, en economía, corresponden al bono basura. El sábado estaba en el mercadillo de la plaza, tras una señora que pidió doscientos gramos de pipas. El tendero se pasó con la báscula y la bolsita pesaba doscientos treinta. Generoso hasta extremos insólitos en otras latitudes, le dijo a la señora que el exceso no se lo cobraba, que se lo regalaba. ¿Qué contestó la señora?: “Eres un sol. Te quiero”. Y la mujer del tendero estaba a su lado y ni se inmutó. Si esto lo dices en un mercadillo de Londres, comes pipas hasta el día del Juicio Final o, como la mujer del tendero lo oiga, ¡que Dios te coja confesado!

Un último consejo, no menos importante. Podría ocurrir a la inversa: que fueras tú quien te encontraras con que es el inglés o inglesa de turno quien te suelta el “I love you” (no es corriente, pero piensa que beben mucho y también se les sube la cabeza). Algo tendrás que contestar, y ahí la cosa también es traicionera. Por aquí es normal responder “yo también”, y a continuación soltarse la melena y dar rienda suelta a las pasiones contenidas. Por aquí, sí; por allí, no. Pues imagínate que ya tienes al enamoradizo inglés comiéndote de la mano y que, mirándote con ojos de cordero de Shetland, te dice amorosamente: “I love you”. Tú, inocente criatura que te has preparado, diccionario en mano, para tal eventualidad, haces alarde de tu amplio dominio del idioma y le contestas: “me too” (o sea, “yo también”). Desastre asegurado. No se le puede contestar así a un inglés, ¡menudos son! El “me too” vale para cuando el otro pida una hamburguesa doble con queso y panceta y te pregunte qué quieres tú; le contestas “me too” y quedas la mar de bien, así no tienes que pensar cómo se dice en inglés lo que ibas a pedir. Pero, ¡mujer, no, por favor!, el pobre hombre te está ofreciendo su vida en bandeja y ¿le vas a contestar como si fuera una hamburguesa? El protocolo amatorio exige la frase completa: “I love you too”. Ahora sí: el tío contento sin saber la que le espera y tú no sabes en la que te has metido.

Con los japoneses no hay que preocuparse por esta situación. Para que un nipón te diga “te quiero”, antes tiene que meditarlo tanto que, para cuando se decida, ya habrás acabado tus vacaciones en Tokio y estarás de vuelta, sana y salva, en España.
Siempre puedes responder, ya sea al anglosajón o al nipón, que no, que no te va ese rollo (que es lo más recomendable, por cierto). Aquí, cuando un latin lover recibe ración de calabazas, la costumbre es decir que has de ir al baño y esfumarte, dejando colgada a la desagradecida para que pague la cuenta. Los españoles somos así de rencorosos. Tenemos mal perder. Ellos, en cambio, son más flemáticos: el uno se limitará a emborracharse para olvidarte; el otro, se consolará con alguna geisha (lo de pegarse un tajo en todo el vientre, la verdad es que ya ha quedado en desuso, así que no te preocupes por eso. Todo se pierde. Es una lástima).

Ya sabéis: en España, todo cuela; fuera de aquí: en boca cerrada, no entran moscas. 

Y así, queridas amigas y amigos del Club de Lectura y del Club de Escritura, aunque haga cuatro días que nos conocemos: ¡os quiero mogollón!
                                              
                          José-Pedro Cladera ©

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